+ALESSANDRO+ Estoy en mi oficina de casa. Ese lugar que, para muchos, parecería un santuario de orden y elegancia, para mí es simplemente el espacio donde dejo de fingir. Mi escritorio está pulcro, la silla de cuero me abraza como si supiera todo lo que peso —literal y metafóricamente— y el reloj en la pared parece juzgarme cada segundo. Afuera, el sol apenas asoma entre las persianas de madera y dentro de mí, hay una tormenta de pensamientos. Nada nuevo. La puerta se abre sin tocar. Solo puede ser uno: Uriel, mi vicepresidente, y el único que se atreve a irrumpir así. Va seguido de la nueva secretaria que apenas contratamos hace una semana: Iliana. —Buenos días, señor de Luca —dice Iliana, nerviosa, haciendo un esfuerzo por sonar profesional mientras se acomoda los papeles en los braz

