El agua recorría su cuerpo como si lo conociera de antes. Pechos firmes, pezones duros por el contraste del calor y la tensión, cintura angosta, caderas que pedían ser sujetadas, mordidas, marcadas.
Y esa mirada. Cargada. Humedecida por algo más que el vapor.
—No estoy rota, Alessandro —dijo, con la voz temblorosa, pero firme—. Solo necesito... no sentirme invisible esta noche.
Di otro paso. Estaba a un centímetro de ella. Mi camisa pegada al cuerpo por la humedad. Mi deseo como un latido brutal entre las piernas.
—No sos invisible, Allegra. Ni esta noche… ni nunca.
Ella levantó una mano. La puso en mi pecho.
Y luego otra. Desabrochó el primer botón.
Después el segundo.
—Entonces demostralo.
Me deshice de la camisa. Ella me tocó como si hubiera querido hacerlo desde siempre. Sus d
