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La brisa nocturna acariciaba mi piel, aún sensible por todo lo que había pasado en ese auto. Damian ya no estaba. Se había ido con esa arrogancia suya, con esa despedida que sonaba a final definitivo.
"Hasta nunca", había dicho antes de besarme por última vez.
El corazón me latía con fuerza, pero no por tristeza. No. Sentía rabia, adrenalina, un revoltijo de emociones que no estaba dispuesta a analizar en este momento. Caminé hacia la entrada de mi casa, con la respiración todavía acelerada y mis piernas temblorosas, cuando algo me hizo detenerme.
Una presencia a mis espaldas.
Me giré con lentitud y ahí estaba él. Miguel.
Su expresión era una mezcla de furia y desesperación, sus ojos oscuros recorriéndome de arriba abajo, como si intentara descifrar cada detalle, cada huella que Damian había dejado en mí.
—Lárgate. No me sigas —solté con frialdad, cruzándome de brazos—. Mi padre puede salir en cualquier momento.
Pero Miguel no se movió.
—Valentina, ¿qué mierda crees que estás haciendo?
Mi ceja se arqueó con incredulidad.
—¿Yo? —solté una risa amarga—. ¿Qué te importa? No es como si tuvieras derecho a preguntarlo. No es como si no tuvieras novia.
Él apretó los dientes, su mandíbula marcada por la tensión.
—Sí, soy libre… pero tú…
—Pero yo nada —lo interrumpí con frialdad—. Fuiste tú quien terminó con esto, Miguel. Fuiste tú quien decidió que ya no éramos nada. ¿Y ahora vienes a seguirme?
Un destello de dolor cruzó su rostro antes de que lo cubriera con más rabia.
—Amor, por favor… vámonos.
Mi boca se abrió en un instante, pero no fue por sorpresa, sino por la pura incredulidad que me provocaron sus palabras.
Y luego solté la carcajada.
Una risa mordaz, cínica, llena de burla.
—No me jodas —dije, mirándolo como si fuera la cosa más absurda que había visto en mi vida—. ¿De verdad? ¿Trajiste a tu novia a Mi casa?
Miguel negó con la cabeza rápidamente, sus ojos buscando los míos con urgencia.
—No, Valentina, no es lo que piensas. Ella no significa nada para mí.
Su voz tenía un tinte de desesperación, pero me importaba una mierda.
—Ah, claro, claro. Ahora viene la parte en la que me dices que todo fue un error, que no sentiste nada, que fue un desliz, ¿no?
—Te lo juro.
Solté otro bufido incrédulo.
—Púdrete.
—Valentina…
—¡No me sigas! —le espeté, dando un paso atrás—. Y olvídate de mí. Olvídame, maldito infeliz. Vienes a reclamarme cuando…
—¡Chaparrita, no es lo que parece! Ella es…
—¡No me digas nada!
La furia me quemaba por dentro. Me hervía la sangre de solo verlo ahí, con esa cara de idiota dolido, como si tuviera derecho a sentirse así.
Como si él no hubiera sido quien me dejó primero. Como si no hubiera sido él quien decidió que no valía la pena luchar por lo nuestro.
El sonido de pasos detrás de mí me sacó de mi rabia y, antes de que pudiera reaccionar, el jefe de seguridad de la casa apareció a mi lado.
—Señorita Valentina, ¿todo está bien?
Mis ojos aún estaban clavados en Miguel cuando asentí con la cabeza.
—Sí, todo bien.
Pero no lo estaba.
Miguel tenía esa mirada de frustración absoluta, de alguien que está viendo cómo se le escapa algo que no puede recuperar.
Pero a mí ya no me importaba.
Otro de los guardias apareció y le hice un gesto con la cabeza.
—Ya voy a entrar. Acompáñame.
Y sin mirar atrás, le di la espalda a Miguel.
No me importaba lo que hubiera visto cuando estaba con Damian en el auto. No me importaba si su estúpido ego estaba herido. No me importaba lo que sintiera.
Porque al final, yo no era suya. Y él me había perdido para siempre.
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Al entrar a casa, lo primero que vi fue a mi padre sentado en su sillón favorito, con su copa de whisky en la mano. Alzó la vista cuando crucé la puerta y me escaneó de pies a cabeza.
—¿Cómo estuvo la fiesta? —preguntó con su tono serio de siempre.
—Bien… aburrida —mentí.
Él asintió y le dio un sorbo a su trago antes de soltar la bomba.
—Bueno, nena, quiero que hagas maleta. Mañana viajas.
Me detuve en seco.
—¿Qué?
—Mañana tienes un vuelo temprano.
—Papá… —Rodé los ojos y crucé los brazos—. No sé cuál es el propósito de esta visita. Nunca la he visto y una videollamada no cuenta. ¡Por favor, no me obligues! Soy mayor de edad, puedo decidir por mí misma.
Él apoyó los codos en sus rodillas y entrelazó los dedos, como si tuviera toda la paciencia del mundo.
—Lo sé, pero ella quiere que estés presente. Es importante para ella.
Solté una carcajada seca.
—No, papá, dime que esto no es solo una excusa barata para que no conozca a tu novia.
Él alzó ambas manos en un gesto de rendición y dejó escapar una carcajada.
—Me atrapaste.
Abrí la boca, indignada.
—¡No puedo creer esto!
—Créelo. El vuelo es mañana temprano. Así que, buenas noches, mi cielo.
Se levantó, me dio un beso en la frente y desapareció escaleras arriba, como si nada hubiera pasado.
Me quedé ahí, sintiendo cómo la rabia me subía por la garganta.
Mañana iba a viajar a ver a una madre y una hermana que jamás habían estado en mi vida. Mujeres que, para mí, eran fantasmas. ¿Y todo para qué? Para complacerlas. Para hacerle el favor a un padre que siempre tomaba decisiones por mí.
Genial. Si ya estaba en el infierno, esto iba a ser mi castigo final.
Londres... El problema no es el sitio, el problema son ellas.
Sí, tengo una madre de papel, una que me dejó cuando era una bebé en brazos de mi padre, ella decidió irse con su hija mayor a Londres, donde ambas son en realidad. Según escuche a mi nana la tal madre que tengo regreso con su ex, el padre de la tal hermana mayor que tengo. Y que lo que tuvo con mi padre fue un desliz, y al final... Ja, ja, ahora quiere verme.