—Y sin embargo, aquí estás —me respondió, mientras su boca bajaba por mi cuello, dejando un rastro de fuego con cada beso, cada mordida. Sus dientes atraparon la piel sensible de mi clavícula, y solté un gemido que él saboreó como si fuera su droga favorita—. No puedo… detenerme. No después de tenerte tan cerca otra vez. Sus manos subieron por debajo de mi blusa, y cuando tocaron mi piel desnuda, creí que me derretía. Las yemas de sus dedos dibujaron círculos en mi espalda, en mi cintura, subiendo, subiendo… hasta encontrar mis pechos. Mis pezones ya estaban duros, esperando, deseando. Y cuando los tocó, succionándolos por encima de la tela, creí que iba a desmayarme. —No juegues conmigo… —gemí, con la voz rota. —No estoy jugando. Estoy reclamando lo que es mío —su voz era una mezcla d

