+VALENTINA+
El deseo tiene muchas formas. Algunas, prohibidas. Otras, inevitables. Y yo estaba a punto de encontrarme con la más peligrosa de todas.
Bajé las escaleras como si el mundo entero estuviera hecho para admirarme. Mi cabello rubio caía en salvajes ondas sobre mis hombros, mis piernas quedaban al descubierto bajo la camisa blanca floja que llevaba como vestido, ceñida a la cintura con un fajón n***o. Las botas de cuero hasta las rodillas hacían eco en el mármol pulido, con cada paso anunciando mi presencia como un trueno antes de la tormenta.
Sabía que me veía como una maldita fantasía. Sabía que mi padre levantaría una ceja con desaprobación, y que quien fuera que estuviera con él en la sala me miraría como si fuera un pecado envuelto en seda.
No me equivoqué.
Al llegar al último escalón, me encontré con dos pares de ojos sobre mí.
Uno era el de mi padre, con su clásica mezcla de amor y resignación paternal.
El otro… era diferente. Era oscuro. Intenso. Una mirada de hielo y fuego al mismo tiempo, que me recorrió con una lentitud exasperante, como si estuviera memorizando cada centímetro de piel expuesta.
El dueño de esos ojos azul acero estaba apoyado contra uno de los sillones de la sala, con una postura que gritaba poder sin esfuerzo. Alto, con un traje n***o que le quedaba endemoniadamente bien. Cabello rubio oscuro, ligeramente despeinado de una forma que no era casualidad. Mandíbula marcada, labios irresistibles y una presencia que electrizaba el aire.
No necesitaba que nadie me dijera quién era.
Ese era un hombre peligroso.
Sonrió de lado, como si supiera exactamente lo que yo estaba pensando.
—Damian Blackwood.
Su voz grave y segura hizo que un escalofrío invisible recorriera mi espalda. Le sostuve la mirada con el mismo descaro con el que él me observaba.
—Valentina De Luca.
Mi padre, Alessandro, interrumpió la tensión con su tono habitual de mando.
—Amore, recuerda que mañana viajas a Londres.
Rodé los ojos.
—¿Para qué?
—Para la boda de tu hermana.
Boda. Hermana. Madre.
Palabras sin significado para mí.
Veintiocho años sin verlas. Veintiocho años sin necesitarlas. ¿Y ahora se suponía que debía sentarme a la mesa con ellas y fingir que éramos una familia feliz?
No.
—Papá, no quiero ir.
—Tienes que ir, o no hay fiesta esta noche.
Mi boca se abrió con indignación.
—¡Papá!
—Valentina.
Lo fulminé con la mirada, pero no tenía escapatoria.
—Está bien —gruñí.
No me importaba la boda, pero me importaba salir esta noche. Me giré hacia la puerta, lista para llamar a mi amiga y largarme, cuando mi padre dejó caer otra bomba.
—Tu auto está en el taller y...
—Le pediré a Allegra o Bianca que me pase a buscar.
Y entonces, la voz de Damian volvió a acariciar el aire.
—Si quieres, te llevo.
Mi cabeza giró lentamente hacia él, mis ojos encontrando los suyos con incredulidad.
—Voy al hotel —agregó, encogiéndose de hombros, como si esto no fuera gran cosa.
Mi padre sonrió satisfecho.
—Por favor, Damian. Te lo agradecería.
Yo iba a responder con un “No, gracias”, pero la mirada asesina de mi padre me cerró la boca.
Damian solo me miró con esa maldita sonrisa torcida.
—Después de ti, Valentina.
Lo odié.
Pero aún más, odié la forma en que mi piel ardió cuando pasé a su lado.
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El auto arrancó con suavidad, el motor ronroneando como un depredador en la oscuridad. Damian tenía las manos firmes en el volante, sus dedos largos y expertos moviéndose con precisión. Era la imagen de un hombre que lo tenía todo bajo control.
A diferencia de mí, que en ese momento intentaba ignorar su presencia con todas mis fuerzas.
—Puedes dejarme aquí cerca —solté, sin mirarlo, mi atención completamente en el celular.
Sentí su mirada ladearse hacia mí antes de responder con esa voz profunda y calmada.
—No tengo problema en llevarte.
No supe si lo dijo porque realmente no le molestaba o porque estaba disfrutando de esta situación.
—Gracias —murmuré, justo cuando mi celular vibró en mi mano.
Era Bianca.
Deslicé para contestar.
—Ya estoy en camino.
—¡Espera! —soltó Bianca con urgencia—. Tienes que llegar antes de que Miguel aparezca.
Mi espalda se tensó de inmediato.
—¿Qué? ¿Miguel va a estar ahí?
—Siiii —canturreó con diversión—. Y creo que llega con su nueva novia.
Maldito. Estoy seguro de que uno de los amigos de Bianca se lo dijo. Mala hora en que aparece de nuevo a mi vida.
—Tu ex quiere verte y que estés ardida al mismo tiempo —siguió Bianca, riéndose.
—No me importa.
—Ajá, claro.
—Voy porque quiero ir, no por él.
—Sí, sí. Pero recuerda que vamos a disfrutar.
Con esa última frase, crucé las piernas y terminé la llamada, exhalando con pesadez.
—No me has dicho a dónde quieres ir —intervino Damian, sacándome de mis pensamientos.
—Ah, sí. Mira, aquí tengo la ubicación. Es que es un club nuevo y… bueno.
Le pasé la dirección, sintiendo el roce de sus dedos cuando tomó mi celular por un momento. Su tacto era caliente, firme.
—¿Y tienes novio? —preguntó de la nada.
Solté una risa corta.
—No. Soy un alma libre.
—Interesante.
—Pronto trabajaré en una de las empresas de mi padre. Creo que ya disfruté lo suficiente y ahora toca ver qué sucede.
—¿Pero tienes que viajar?
—Ugh, sí.
—Pareces emocionada.
—Es una pesadilla —bufé, girando la cabeza para verlo de reojo. Su mandíbula se tensó como si intentara contener una sonrisa.
—¿Por qué?
—Porque visitaré a la madre y hermana que tengo, y la verdad, no me importan.
Su ceja se arqueó con curiosidad.
—¿Sientes odio por ellas?
—¿Odio? No. Simplemente, no son importantes en mi vida.
—Pero tu padre insiste en que vayas.
—Sí, y lo complazco a él, no a ellas.
Un silencio se instaló entre nosotros.
—Bueno, no me desvíes del tema —dije, volviendo a él—. Dime tú, ¿cuál es tu historia?
Él soltó un resoplido bajo.
—Estoy comprometido.
Oh.
—Vine a Italia a cerrar un par de negocios —continuó— y ya pasé mi tiempo de diversión.
—Qué aburrido —solté sin filtro.
Él rió por lo bajo.
—Felicidades por tu futuro matrimonio, supongo. Pero dime… ¿de verdad crees que es buena idea cambiar unas cosas por otras?
—Es lo normal.
—Hmm… Normal. Qué palabra tan… poco emocionante.
Me atreví a girarme en el asiento para verlo bien.
—Puede que no te entienda, pero no me digas que es porque eres demasiado grande para mí.
Él soltó una risa grave.
—No lo diría.
—Bien, porque me gustan los hombres como tú.
Sus dedos se aferraron un poco más al volante.
—¿Te me estás declarando, Valentina?
—Nooo —me reí—. Solo que me gustan los que tienen experiencia. Yo soy como un conejo saltarín que necesita control.
Damian se quedó en silencio por un momento.
Sentí su mirada recorrerme, sentí su mente trabajando, analizando cada una de mis palabras.
Y luego…
—Hemos llegado —dijo, estacionando frente al club.
Alcé la mirada y noté la fila de gente esperando para entrar. La música ya vibraba desde adentro.
—Gracias —dije, abriendo la puerta para salir.
Pero entonces, su mano se cerró alrededor de mi muñeca.
Me congelé.
—Te puedo acompañar un rato.
No sé por qué me sorprendió su propuesta. Tal vez porque él era el típico hombre que debía estar en otro tipo de lugares, con otro tipo de mujeres. No en un club con una chica que acababa de conocer.
—¿Seguro? Puede que no sea de tu tipo.
—No tengo un tipo.
Lo miré con curiosidad.
Finalmente, asentí.
—Bueno, entonces baja del auto.
Y así, con una sonrisa traviesa en mis labios y una chispa peligrosa en sus ojos, ambos entramos juntos al club, sin saber que esa noche iba a cambiarlo todo.