Elizaveta. El dolor en mi mejilla ardía como fuego, pero no era nada comparado con el dolor en mi corazón. Dante me miraba con ojos llenos de odio, en ese momento sus manos se apretaron sobre mis hombros con tanta fuerza que creí que me los destrozaría. Las lágrimas nublaban mi visión, pero no podía apartar la mirada de él. —No te estoy traicionando —susurré, mi voz quebrada—. Solo quería… quería asegurarme de estar a salvo. —¿En serio? ¿Querías estar a salvo? —gritó, sacudiéndome—. ¿Llamando a quién? A tu hermana ¡Eres una mentirosa, Elizaveta! ¡Una maldita Petrov! Sus palabras me atravesaron como cuchillos. Sabía que no confiaba en mí, pero ver tanto odio en sus ojos me destrozó. —No soy como ellos —dije, luchando por contener el llanto—. Nunca lo he sido. No los estaba tra

