- Buscaré una solución, ¿de acuerdo?
- No te preocupes. De verdad, no importa.
- Es que estás sondada Kara, y hay que hacerlo con sumo cuidado, ¿lo entiendes?
- Da igual, en serio. Peor de lo que lo he pasado hoy no creo que se pueda pasar —respondí resignada.
Bajó la vista cuando retuve su mano en la mía.
- Dame un par de días y retiramos la sonda. Entonces puede encargarse tu madre.
- ¿Me sondaste tú, verdad?
- Sí.
- Me lo temía — suspiré—. Menos mal que estaba inconsciente...
- No es para tanto, Kara — dijo suavemente y retiró su mano con una leve caricia.
Aquella mañana conocí a la Doctora Grant. Creo que no eran más de las diez cuando apareció en la habitación. Vestía también una bata blanca y llevaba en la mano una carpeta con mi historial, que consultaba a menudo mientras hablaba con mi madre. Efectivamente era alta y fuerte, como lo había descrito mi madre el día anterior. Se intuía perfectamente su desarrollado fisico bajo aquella bata. La verdad es que tenía una cara agradable. A pesar de tener aspecto de haber cumplido ya los cincuenta, su porte todavía podía resultar atractivo a muchos hombres heterosexuales. Grant abandonó por fin la habitación y yo volví a quedarme a solas con mi madre. Estaba impaciente por ver de nuevo a Lena. La espera comenzó a hacerse demasiado larga, y aunque trataba de atender a la conversación que me daba mi madre, mi cabeza estaba en otra parte. Con ella, más concretamente. ¿Qué estaría haciendo? Tal vez estaba atendiendo a otros pacientes y quizá prefería atenderlos antes que a mí. Le recordé a mi madre que Lena había dicho que si estaba mejor por la tarde podría ver la tele o recibir visitas. Me corrigió enseguida. Las visitas serían como pronto al día siguiente. Me confirmó que había hablado con Alex y que ella y Winn, otro amigo de clase, querían pasar a verme, pero que les había pedido que esperaran un día más. Acepté la decisión sin rechistar. Me apetecía ver a Alex, pero si con alguien deseaba pasar el tiempo era con Lena, y para verla no necesitaba horario de visitas ni encontrarme mejor o peor. De hecho, parecía tener más posibilidades de hacerlo si mi estado empeoraba. Lo que realmente necesitaba era que cruzara la puerta, que estaba empezando a convertirse en un muro infranqueable que separaba inevitablemente mi vida de la de ella. No recuerdo cuántas veces pude preguntarle la hora a mi madre. Solo recuerdo su cara de desesperación cuando lo pregunté por enésima vez. Me acordé entonces de la letra de la canción Hung Up de Madonna. El tiempo pasa tan despacio para los que esperan... Desde luego que pasaba despacio, más bien parecía que no pasaba en absoluto. Clavé la vista en la estática puerta blanca y esperé. Pasaba el tiempo y allí no aparecía nadie, así que volví a atender a mi madre en su conversación. De pronto, unos golpecitos suaves en la puerta hicieron que mi corazón pegara un vuelco. Cuando la puerta se abrió, un enorme ramo de rosas rojas entró con David.
- Espero que os gusten — exclamó como un niño pequeño.
Observé a mi madre besarle en los labios en agradecimiento por su encantador detalle. Se acercó a mí sosteniendo su sonrisa infantil y las rosas.
- ¿Qué tal te encuentras hoy?
- Mejor, gracias — respondí admirando las rosas—. Son preciosas, muchas gracias.
-Os he traído un ramo a cada una — dijo separando los brazos.
-Voy a ponerlas en agua inmediatamente — anunció mi madre desapareciendo de la habitación.
-¿De verdad te gustan?
-De verdad, me gustan mucho. Son muy bonitas, muchas gracias.
- No estaba seguro de que te fueran a gustar. Luego he pensado que a casi todas las chicas os gustan que os regalen flores, ¿no es así?
-Sí, supongo que sí — contesté no sin pasar por alto el modo cauto en que lo dijo.
Te iba a haber traído bombones porque sé que te gusta mucho el chocolate, pero sabiendo que aún no ibas a poder comerlos he decido esperar hasta que puedas. Lena me ha dicho que lo más seguro es que pasado mañana puedas comer, aunque no la caja entera...
-¿Lena? ¿Es que has visto a Lena? — pregunté celosa.
-Sí, me la he encontrado en el pasillo — dijo indicando con el pulgar—. También te he traído otra cosa — añadió, metiendo la mano dentro del bolsillo del abrigo.
Cogí expectante la caja que me extendió. Fui deshaciéndome del bonito papel que la envolvía, sin embargo, mi postura en la cama y mis dos manos escayoladas no me facilitaban la tarea.
-¿Te ayudo? — se ofreció amablemente.
- Sí, gracias.
-¡Es un iPod Touch! — exclamó enseñándomelo—. Como el tuyo se estropeó ayer he pensado que te haría falta uno y este tiene capacidad para video y un montón de cosas. Es más, me he tomado la libertad de cargártelo con canciones de Imagine Dragon y algunos vídeos. Aunque también puedes ver películas.
Le miré asombrada. El pobre se había tomado no solo la molestia de ir a comprarlo, sino de traérmelo preparado para que pudiera disponer de él.
- Es genial, pero genial. Muchísimas gracias, David.
- De nada. Me alegro de que te guste.
- Es mejor que las rosas, ¿no crees?
- Bueno para mi madre no.
-¿Y para ti?
- Las rosas son preciosas también — respondí diplomáticamente—. En serio, muchísimas gracias — dije de nuevo—. Me han encantado los dos regalos.
Le contemplé mientras me sonreía como un niño ilusionado.
Inexplicablemente, vi en él algo que hasta la fecha había querido evitar. Parecía una buena persona y lo único que trataba era de agradarme.
- Kara — titubeó—, sé que para ti no es fácil, pero yo quiero a tu madre, estoy enamorado de ella. Entiendo que eso no signifique mucho para ti, porque aún eres muy joven, solo pretendo hacerla feliz...
Le observé con más detenimiento, pensando en las palabras que me decía.
Si esa misma declaración la hubiera oído simplemente dos días antes no la hubiera comprendido de la misma manera que la comprendía en aquel instante. Desde que había conocido a Lena algo había cambiado en mí, y comenzaba a comprender el significado y dimensiones que podía adquirir la palabra amor.
- No te preocupes, ella te corresponde — dije cogiéndole la mano.
Miró sorprendido y agradecido nuestras manos unidas y me la sostuvo con fuerza.
- Entonces, ¿crees que tengo posibilidades con ella? — bromeó.
- Yo creo que sí pero... ¿por qué no te la llevas a comer y lo compruebas tú mismo?
- Otro día, no vamos a dejarte sola.
- No estoy sola, me quedo con el iPod.
- Y las rosas.
- Y las rosas — repetí riéndome.
Cuando regresó mi madre acompañada de una auxiliar y con sendos jarrones de cristal portando las rosas nos pilló bromeando, aún cogidos de la mano, y no pudo disimular su sorpresa.
- Mamá, David te lleva a comer porque quiere contarte no sé qué... alguna cursilada creo...
- ¿Ah, sí? —nos miró risueña—Perfecto, me encantan las cursiladas. ¿En serio, nos vamos a comer? Pensé que no querrías dejar sola a Kara...
- Y no quiero, pero me acaba de decir Lena que le tiene que dar la pomada otra vez. Así que podemos aprovechar para comer rapidito.
Ahora fui yo quien sonrió como una niña pequeña. Por fin iba a ver a Lena otra vez.
-¿Qué pomada? — preguntó David.
-Ahora te cuento — respondió mi madre mientras miramos a Lena caminar hacia nosotros empujando un carrito.
Tenía el corazón a mil por hora.
Cuando nos quedamos solas creí que se me salía por la boca.
-¿Qué tal estás?
- Mucho mejor, gracias.
-¿Te duele menos?
-Casi ni me duele.
-¿Y las náuseas?
- Estoy muy bien, de verdad.
-Me alegro — sonrió observándome.
Reparé en que se dio cuenta de lo tensa que estaba. Me sentía tan nerviosa que no alcanzaba a responder a sus preguntas de una manera espontánea.
- ¡Anda! — exclamó—. ¡Menudo iPod!
- Sí, me lo ha regalado David — dije mostrándoselo—. Como el mío se rompió ayer... pero este es mucho mejor.
- Ya veo —lo miró detenidamente - ¿Este es el famoso iPod Touch?
- Sí, aparte de escuchar música puedes ver vídeos y películas, grabar en alta definición...
Su mirada y su belleza atendiendo a mis alabanzas a las nuevas tecnologías empezaban a resultarme irresistibles. Se había soltado el pelo otra vez y estaba tan guapa que casi me costaba mirarla.
- ¿Qué tal la mañana? ¿Mucho trabajo? — pregunté.
- En absoluto. Tengo una paciente más fuerte que un roble que no se queja nunca. No me da nada de trabajo.
- ¿Y qué le ha pasado?
- Hablo de ti, Kara.
Sonreí aturdida.
- Ah, pero yo sí que te doy trabajo, del peor además.
Una mueca divertida se describió en su rostro.
- ¿Podría ver tu pecho?
-Bueno...
- Con tu permiso — dijo cogiendo el iPod de mi mano—. Te lo dejo en la mesilla.
- Grant ha estado aquí esta mañana.
-Lo sé. ¿Y qué tal?
- Bien. También ha estado viendo mi pecho, aunque no estoy segura de que haya reconocido el dibujo de su parachoques.
-Pues debería.
La miré al tiempo que se enfundaba los guantes. Su tono de voz se había vuelto más seco.
-Era una broma.
-Ya, pero a mí no me hace gracia.
-En realidad, si no llega a ser por él no te hubiera conocido.
-Eso no lo digas ni en broma.
No dije nada más. Era obvio que a ella no le hacía gracia el tema y que no consideraba, como yo, que no había mal que por bien no viniese. Si para conocerla tenía que pasar por ser arrollada por el coche de Grant, a mí no me suponía el más mínimo problema. Era capaz de volver a ponerme delante de un coche si me garantizaban que así podría verla todos los días. Decidí estar callada y dejarle tranquila mientras hacía su trabajo. Pero no pude evitar sentirme dolida al ver que ella no le había dado importancia al hecho de haberme conocido.
-¿Te hago daño?
-No, tranquila, puedes seguir.
- Eres muy fuerte, ¿lo sabías?
-Sí, como un roble, ¿no?
Se sonrió con mi ironía.
-Más que un roble.
-Es verdad, más que un roble — repetí aceptando la puntualización.
-Puedes quejarte si te duele.
-De acuerdo, gracias.
Paseó sus ojos por mi cara y luego continuó con su labor.
- Tengo un periódico de hoy — habló después de un largo rato en silencio—. Luego te lo traigo.
- Muchas gracias — me agradó que se acordara de que lo leía.
Mi madre también tenía uno, pero no quise decirlo y estropear el detalle que acababa de tener conmigo.
-¿Puedo preguntarte desde cuándo lees el periódico?
- Desde los diez u once — tardé en responder.
Volvió a estudiar mi rostro.
- ¿Qué CI tienes?
Me sorprendió que tomara en serio mi respuesta.
- Solo leo la cartelera y el horóscopo — ella arqueó una ceja con escepticismo —. Muchas gracias — dije mientras me cubría.
- Un placer — me miró—. Pero aún no hemos terminado, falta una cosa más.
- ¿El qué? — pregunté rezando que no tuviera nada que ver con la otra mitad de mi cuerpo.
- Los dientes. Esta mañana te he perdonado porque estabas con náuseas, pero si ya estás bien... Si prefieres que lo haga tu madre no hay problema.
La observé aprovechando que escribía en mi historial.
- Eso no me importa. Lo puedes hacer tú, si a ti no te importa claro.
Cambió el bolígrafo de mano y me cogió el moflete cariñosamente.
- ¡Pero cómo me va a importar, Kara! — exclamó volviendo a su escritura.
Entre las dos manos escayoladas y la escasa resistencia que me quedaba en los brazos debido a las contusiones, Lena tuvo que hacer el trabajo prácticamente sola.
-Pues no te pega nada leer el horóscopo — espetó de pronto.
Me reí con el cepillo de dientes dentro de la boca.
-Pues lo leo — pronuncié como pude.
- Pero no te lo crees, ¿verdad?
Negué con la cabeza.
-¿Qué signo eres? — me animé a preguntar.
-Adivínalo, tú que eres la experta — respondió burlona.
Me secó los labios suavemente con una toalla y comenzó a recoger todo el material, ordenándolo en el carrito. La vi mirar el ramo de rosas que se encontraba en mi mesilla y luego dirigió la mirada al otro ramo, sobre la mesita frente al sofá cama.
- Estas rosas son realmente bonitas — exclamó al tiempo que se aproximaba a olerlas.
-No a tu lado — no pude evitar afirmar.
Se quedó paralizada un instante antes de inclinarse ligeramente sobre el ramo para aspirar su aroma. Después, volvió a su carrito y retiró el envoltorio a una barra de cacao y se dispuso a aplicármela. Era notorio que había preferido ignorar por completo mi cumplido. Ni siquiera me miró a los ojos cuando lubricó mis labios.
-¿Qué vas a hacer ahora? — me atreví a preguntar a pesar de su silencio.
-Comer.
-¿Y comes sola o acompañada?
-Depende del día.
-Si pudiera te acompañaría.
- Gracias.
-Si me consigues una silla de ruedas podría ir contigo.
-Prefiero que descanses.
-Y yo prefiero estar contigo.
Me clavó la mirada durante unos segundos.
-Tienes que descansar, estás aquí para ponerte bien.
- Pero si ya estoy muy bien, con la crema esta ya no me duele nada.
-Me alegro de que te encuentres mejor, pero no estás bien, Kara.
-Me aburro.
-Ahora tienes un iPod nuevo y hoy puedes ver la tele si quieres.
-A la que quiero ver es a ti. Me aburro sin ti.
-Por favor... no sigas por ahí.
- Perdona, lo siento — me disculpé al ver que la incomodaba con mis apasionadas declaraciones.
Su mirada vagó por mi rostro de nuevo.
-Perdonada. ¿Te paso el iPod?
-Gracias.
Se sonrió con mi tono de resignación.
-¿A qué hora vuelves? — necesitaba saber.
-En un par de horas.
-Bueno... pues aquí estaré... esperándote.
-De acuerdo — dijo en voz baja.
Se oyó un suave toque en la puerta y entró mi madre.
-Te echaré de menos — susurré evitando que mi madre pudiera oírme.
Volvió a mirarme fijamente y yo le mantuve la mirada hasta que decidió girar sobre sí misma y encaminarse hacia la salida. En un segundo desapareció con su bata blanca tras la puerta y su ausencia trepó por mí ser, como lo hace la hiedra en las paredes.