Capitulo primero. Sofía.

5000 Words
Llegue como inmigrante a este país hace diez años, solo tenía dieciséis y ni una posibilidad en el pueblo donde crecí. Mi familia había perdido todo y yo era la persona con mayores opciones de salir de casa y hacer algo por ellos, lo que también sentencio mi futuro, casi todo lo que gano lo envió a mis padres. Fue una osadía completa llegar hasta aquí, sin contar que agote casi todos los ahorros familiares. Fueron semanas completas de viaje, primero tome un vuelo hasta Guatemala, para luego seguir el viaje en buses y horas de caminatas bajo el sol inclemente, hasta llegar a la frontera entre México y Estados Unidos donde un coyote estaba esperando. Nos acomodó en un camión de carga, como si fuéramos animales, para luego cruzar el desierto. El miedo estuvo presente todo el tiempo, en especial cuando vi a mujeres con pequeños niños a mi lado, muchos de ellos en pésimas condiciones, les compartí de la poca comida y agua que me quedaba, aunque solo eran unas pocas horas de viaje no podía dejarlos morir. Una señora que lo único que dijo fue su nombre: Mariana, murió en el camino dándole de comer de su pecho a su hijo recién nacido, cuando sus ojos se cerraron, tome el niño, lo abrace con fuerza y desde ese momento es mi hijo, tendría tres meses de vida. Sé que sería una carga para una inmigrante, pero de algo estoy segura no puedo dejarlo abandonado. Cuando las puertas del camión se abrieron, nos hicieron bajar a empujones, eran hombres agresivos que hablaban y olían horrible, dejándome tirada en un callejón de una ciudad desconocida, sin embargo, había llegado a mi destino. Una vez mis pies tocaron el pavimento me deje caer, mis piernas no podían soportar sostenerme, y cada parte de mi dolía. Cuando estuve mejor busque un teléfono público para comunicarme con con mi prima, Claudia, quien había hecho la misma travesía años atrás. Con dedos temblorosos marque desde un teléfono público el número que tenía anotado en un viejo papel, mi prima promete pasarme a buscar en unos minutos. Varias horas después, y luego de haber recibido dólares como limosnas de algunos transeúntes y algo de comida, llegaron a buscarme, ella me mira de la cabeza a los pies por un segundo para luego hacerme subir, se ve tan estilizada y yo parezco un mendigo apestoso. — Sofía, ¿y ese niño? no sabía que tenías hijos, lo hubieses dejado con tu mamá — dice en tono recriminador. — No es mío, bueno, no era mío, la madre falleció mientras veníamos en el camino, no aguanto el viaje y yo no pude abandonarlo. Ella me queda observando, mira al niño dormido sobre mi pecho, para luego mirarme a mí una y otra vez. — Está bien, no lo voy a dejar morir, es uno de nosotros, algo haremos para mantenerlo con vida. Cuando llegue a su casa, donde convivía con una veintena de inmigrantes latinos que me recibieron con los brazos abiertos a quienes les conté mi historia, y la del bebe sin nombre que tenía en mis brazos. Todos decidieron adoptarlo como parte de la familia con la que no compartíamos nada de genética, solo que pidieron que no llorara mucho en la noche. Como todos teníamos diferentes horarios de trabajo siempre había alguien disponible para cuidarlo. Al bebe le pusimos Gabriel, porque fue como un Ángel que llego a mi vida. Durante cinco años compartimos habitación los tres, hasta que mi prima se casó con su príncipe azul que le dio la residencia, por lo que las ocasiones para verlas se volvieron escazas. Por algún tiempo la rutina de trabajar en el día y en las noches cuidar Gabriel se mantuvo hasta que me di cuenta que todo había cambiado, la familia que me acogió no era la misma, así que lo que me pareció más prudente y seguro fue buscar un lugar apropiado para los dos. Me traslade a los Ángeles, trabajo menos horas y gano un poco más de dinero. Han pasado diez años desde que llegue y cuatro desde que vivimos los dos solos, mi niño no es un bebe y sigo indocumentada, por lo que tengo que tener mucho cuidado para algunas cosas, aunque el niño ha podido estudiar sin ningún problema y yo trabajo limpiando casas de familia donde no les interesa mi estatus documental. Como cada día cuando terminó mi rutina de trabajo regreso a recoger al pequeño Gabriel al colegio y luego nos vamos a casa a descansar los dos, para luego ponerme a estudiar, no quiero quedarme limpiando casas toda la vida, quiero poder pedir la residencia y de ser posible, buscar mejores opciones laborales para mí, lo que nos garantice un futuro. En todo este tiempo no he tenido novio, ni pareja, me he dedicado a trabajar, a cuidar al niño y enviar dinero a casa, dinero del que dependen mis padres ancianos, mis hermanos y quien sabe cuántos más comerán de lo que envió. — Mamá, ¿me llevas mañana al centro comercial? — pregunta Gabriel adormilado. — Podría ser, ¿Qué quieres hacer? — pregunto mientras me duermo —Quiero ir a cine, están dando Spiderman. —Está bien, yo te llevo… —Gracias mamá, te amo mucho — dice antes de dormir. Siempre temí por el día que preguntara por su padre, temía no poder responder su pregunta o que la respuesta no le gustara, había tomado la decisión de contarle la verdad, sin rodeos, ser sincera. Pero moría por dentro al solo pensarlo, repase el discurso en mi cabeza un millón de veces para que sonara tranquilo y positivo, sin embargo, el día que llego la pregunta, teniendo él apenas siete años, todo salió al revés. —Mamá, ¿Quién es mi papá? — pregunta desprevenido mientras ve un programa de televisión. — Hijo, no sé cómo decirte esto — empecé a decir nerviosa — es que no tienes papá. —¿Cómo es posible no tener papa? la profesora dice que todos los niños tenemos un papá. — Si hijo, pero en tu caso no existe, o bueno si existe, pero no es posible saber quién es. — Mamá, no te entiendo —dice separando la mirada de la pantalla y mirándome a los ojos como si nunca lo hubiese hecho. — Hijo, tú eres adoptado – digo en una frase simple y sin más rodeos, aunque había planeado otra cosa —no es algo bonito que contar, simplemente tu madre biológica falleció, no la conocía, pero no podía dejarte abandonado, no podía dejarte, eres mi hijo y eso no se discute. Se hace un silencio extraño, como quien medita las palabras, me abrazo con fuerza, mientras yo intento descifrar lo que sea que su cabeza piense. — Está bien, eres mi mamá de la tierra y tengo una mamá en el cielo, y gracias por estar conmigo — me da un abrazo para luego volver a su programa de televisión. No es fácil muchas cosas de mi maternidad, en especial que no cuento con un papá ni soy su mamá biológica, pero esa carita me hace feliz cada día. No sé a quién se parece, tampoco sé que fue del cuerpo de su madre, yo estaba tan asustada apretando al niño en mi pecho que no me tome la molestia de mirar hacia atrás, tenía miedo que me acusaran de su muerte o de meterme en problemas. Simplemente no sé nada de mi hijo y su familia biológica, ni una pista que lo lleve a ella cuando tenga crezca y tenga curiosidad, solo lo tengo a él. Por fortuna nuestro color de piel se parece, nuestros cabellos castaños claros, solo que él tiene unos hermosos ojos verdes y los míos son café claro. Han pasado diez años y aun dormimos juntos, no por falta de espacio, sino porque nos gusta acompañarnos, su habitación por lo general permanece vacía, como nunca recibimos visita la usamos como estudio, aunque no pierdo la esperanza que algún día duerma en su propia cama. Lo mejor de los sábados es que no madrugo a trabajar, lo malo es que Gabriel no duerme mucho más de las ocho de la mañana, así que siento un brinco en la cama que me hace despertar. —Mamá, es sábado, ¿vamos a cine? — grita emocionado. —Sí, pero aún es temprano — respondo cubriéndome la cabeza con las sábanas. —Mamá, por favor… —Ven, dame un abrazo y en un rato me despierto. —Mamá, se hace tarde y tengo hambre… —Bueno ya voy — digo levantándome de la cama. Varias horas después estoy saliendo al centro comercial, para mi sorpresa está lleno de gente, al parecer hay un casting para niños, y si algo evito, son las multitudes, estoy a punto de devolverme para casa cuando Gabriel vuelve a insistir. —Mamá, vamos para cine… —dice con voz llorosa — me lo prometiste. —Hijo hay mucha gente, está muy lleno. —Pues vamos por el otro lado y ya — dice desesperado. —Está bien, vamos por el otro lado — digo en voz monótona. Al final sucumbo a su deseo y entremos al centro comercial por el lado donde está más vacío, y entramos al cine. Cuando salimos de la película la multitud se ha dispersado, y mientras comemos unas hamburguesas, me doy cuenta que un hombre no nos quita la vista de encima, mira una y otra vez, en especial al niño. En un momento se pone de pie y camina directo hacia nosotros, por puro impulso abrazo al Gabriel cubriéndolo con mi cuerpo. —Señora, permítame presentarme — dice tendiendo una mano hacia a mí la cual estrecho con miedo — mi nombre es Andrew Bruce, y estoy haciendo casting para una serie, y su hijo es perfecto para el personaje principal y me gustaría que presentara una prueba. —Señor, nosotros no podemos… —Claro que si puede… —Si mamá, di que siiii, por favor, siempre he querido salir en televisión. Termine aceptando ante la insistencia, y una parte de mi cada paso que daba rogaba que no fuese una trampa, que no termináramos separados, deportados o algo así, he escuchado tantas historias en estos diez años, y lo único que tengo en mi vida es a ese pequeño niño que amo con el alma. Entramos a una pequeña carpa levantada en la mitad del centro comercial, donde primero le toman una foto, yo me como las uñas y tiemblo, él sonríe feliz, luego le piden que haga cosas, como bailar y cantar, para mi sorpresa tiene una voz hermosa, y baila muy lindo. Aunque en silencio ruego que no nos miren, no sé qué pasaría si se dan cuenta que somos indocumentados, peor aún, si descubren que no soy su madre. Para mi sorpresa Gabriel pasa todas las pruebas que tenían previstas en el casting, cuando Andrew Bruce se acerca nuevamente a mí. —Señora Sofía, su hijo acaba de pasar todas las pruebas del casting, ¿lo podría llevar la próxima semana a otra prueba? si quiere puede buscar una agente que le represente sus intereses. —Señor, todo esto me asusta y me abruma, no sé si esto es seguro, me da miedo que me quiten al niño… - digo esto último dejándolo en el aire. —Señora, ¿ustedes están indocumentados? ¿son inmigrantes? Asiento levemente, con el impulso en el cuerpo de salir corriendo, no puedo creer lo que está sucediéndome. —No se preocupe, si el niño pasa todas las pruebas podríamos solicitar una visa de trabajo para usted y para el niño, o en el mejor de los casos le ayudamos con la residencia, no es la primera vez que tenemos este tipo de casos, ¿Cuánto tiempo tiene en el país? —Diez años — digo en un susurro. —No se preocupe, algo haremos, por ahora lleve al niño para que pase el casting. El día del casting me quedo en un rincón alejado mientras veo como el interactúa con soltura y un hombre al que no puedo dejar de ver, creo que Nick, apenas nos cruzamos y creo que ni siquiera me vio, deseo que Gabriel pase ese casting para volvérmelo a encontrar. Un mes después me llaman a informarme que Gabriel tiene un papel protagónico en una serie infantil, y tendrá un sueldo mensual seis veces más de lo que yo gano limpiando casas. Capitulo dos. Nick. Me miro en el espejo antes de salir, es día de alfombra roja. Aun me sorprenden los millones de dólares que he hecho trabajando en la industria del cine, honestamente no sé cuánto tengo en mis cuentas y agradezco infinitamente cada moneda. Hace diez años no tenía ni donde caerme muerto, tenía solo unos pocos dólares en el bolsillo con los que llegue a probar suerte, me cerraron las puertas en la cara una y otra vez, caí a lo más bajo que se pueda desear después que me botaran de casa,. Ahora le agradezco a mis padres, porque, honestamente quien puede resistirse a esta cara, piel blanca, rubio, ojos azules, un metro con ochenta centímetros de altura, voz masculina que resuena donde llego. Salgo con mujeres hermosas, una diferente cada noche, aunque la mayoría solo están interesadas en ser un poco más famosas, o en su defecto, decir que salieron una noche conmigo. Pero ninguna se toma el tiempo de conocerme, de saber quién soy, quien está detrás de la sonrisa de estrella y los fantasmas que me acechan. Salgo de casa a la premier de mi nueva película: El Impostor. Se parece tanto a mí ese personaje, que me cuesta ver dónde está la línea que nos separa. Hoy saldré con una actriz a la que le quieren impulsar su carrera, nos tomaremos fotos, actuaremos ante la cámara y el resto lo harán los medios. Cuando subo a la limosina Jack, mi representante, me quita de la mano el vaso de coñac que me acababa de servir mi asistente, Joan. —Nick, no tomes por favor — dice con voz autoritaria. — ¿Por qué no? — pregunto enojado —me obligas a salir con una chica que no me interesa, a tomarme fotos y posar como animal de zoológico, solo déjame estar lo suficientemente tomado para que el momento no se vuelva una tortura. — Lo siento Nick, no voy a dejar que tu carrera caiga en picado por tu alcoholismo. —No soy alcohólico —refuto alzando la voz — solo me gusta tomar antes de la premier. —Y antes de filmar, y antes de las entrevistas, cuando tienes un momento a solas y cuando estas acompañado también, estas tomando todo el tiempo Nick y sabes que pasa en esta época, te cancelan. No olvides eso, un paso en falso y todo lo construido se acaba. Me quedo en silencio pensando en sus palabras y al final las ganas de tomar se me pasan, así que opto por mirar por la ventana. Cuando el auto parquea, mi equipo de trabajo se pone en acción mientras yo hago todo el trabajo, lucir bonito ante la cámara. Me hacen algunas cuantas entrevistas, para luego pasar a ver la película, sonreír mientras se comparten algunos cocteles caros de autor mientras sigo sonriendo a la cámara, la cara duele de tanto posar. Cuando el show termina me despido con un beso de mi acompañante, quien resulta ser lesbiana y no le interesa ni un poquito una noche de pasión conmigo. Subo a la limosina de vuelta a casa, me sirvo un vaso de coñac, para luego empezar a tomarla directamente de la botella. En casa me doy cuenta que mis reservas de licor se han terminado, es tarde por la noche y no tengo ganas de molestar a mi personal de servicio o de seguridad, por hoy han trabajado bastante, así que salgo a comprarlo, igual que tan difícil es ir a un supermercado. En el garaje observo mis autos para decidirme por el Rolls-Royce ghost, conduzco por las calles del prestigioso barrio donde vivo, son varios kilómetros antes de llegar a un supermercado, contrario al barrio donde crecí o los lugares en los que estuve después, los cuales no solo tenían balas cruzándome por la cabeza, también podía proveerme a pocos pasos de todo cuanto necesitaba, incluyendo drogas. Luego de hacer las compras sigo conduciendo, tengo hambre, y quiero comer en un McDonalds, quiero hamburguesa barata y grasienta. En algún momento me pierdo entre las calles, mis ojos se me cierran, siento como disminuye la velocidad, al punto de apagarse el auto, para darme cuenta que lo incruste en una pared. Me bajo del auto y no sé dónde estoy, a mi alrededor solo veo edificios residenciales de unos ocho pisos cada uno de color amarrillo, en definitiva, me perdí, busco mi celular a tientas para darme cuenta que lo deje en casa, así que, como resultado, estoy incomunicado. Por lo que hago lo que mejor se hacer, sentarme en el piso junto al auto a seguir tomando y comiendo, en algún momento la policía pasara o alguien me vera y con eso pediré ayuda para que mi asistente venga a buscarme. Alguien mueve mi hombro con fuerza, abro los ojos con dificultad, me duele cada parte de mi cuerpo, es una mujer delgada, de cabello castaño, no muy alta ni muy baja, es hermosa, parece un ángel, intento mantener los ojos abiertos y no lo logro, quiero decirle que estoy bien, que no se preocupe, pero no sale palabras de mis labios, tuve que haberme quedado dormido en algún momento. Al final ella dice algo entre dientes y llama por celular, minutos después llega una ambulancia, y los paramédicos se empiezan a encargar de mí. Cuando vuelvo a despertar estoy en la habitación de un hospital, mi asistente a un lado y mi agente en el otro con cara de enojo. —Nick, ¿dime porque haces tantas estupideces? — pregunta enfurecido. —¿Qué estupidez hice? — pregunto mientras saboreo mi boca pastosa e intento disimular el dolor de cabeza. —Empezando que volviste mierda un auto de un millón de dólares, estabas tan borracho que terminaste dormido en la calle, y una mujer llamo a la ambulancia. —¿Qué le paso a mi auto? —No sé cómo te ingeniaste para chocar el auto en un árbol, que este se callera y a ti no te pasara nada, bueno una fuerte intoxicación y un golpe en la cabeza, pero por lo demás ileso. —No recuerdo eso, pensé que solo se disminuyó la velocidad y ya, recuerdo una pared, no tenía celular, así que esperé que alguien llegara por ayuda. —Nick, se acabó te vas para rehabilitación y no me importa más, es cuestión de minutos para que la noticia se riegue, es más agradece que la mujer que te encontró no tomara una foto y la publicara en todas las redes. —Creo que eso merece una recompensa, permíteme conocer a esa mujer, quiero darles las gracias, debe haber algún reporte de ella, y pues darle algo de dinero. —Está bien — dice meditando un poco sus palabras — cuando salgas del hospital vas y la conoces, te tomas algunas fotos con ellas para las r************* con algunas palabras bonitas para limpiar la imagen y después a rehabilitación, se acabó, no quiero un accidente más, sino todo lo que he trabajado por años se va a ir al barranco. —Como digas, la verdad estoy cansado de estar borracho, tanto que he pensado alejarme de la actuación… —No, eso sí que no te lo permito, es cuestión que te recuperes, te tomes un tiempo para ti y vuelvas — su voz me llega nerviosa — ahora descansa para que te recuperes pronto. Dos días después salgo del hospital y me hace falta ingerir algo que tenga licor, pero rimero que voy a revisar el auto que llevaron al garaje de la mansión. Enciendo la luz fluorescente y veo mi colección de autos, es como tener Hot Wheel pero reales, uno de ellos está cubierto con una horrible tela café, se la quitó quizás con más fuerza de lo que hubiese querido y no puedo creer lo que veo, está totalmente destruido, pérdida total, es una chatarra blanca por lo que deduzco que el golpe fue más fuerte de lo que recuerdo y realmente pude haber muerto, me quedo observando detenidamente y por más que intento recordar lo ocurrido no puedo, no sé cómo me salve, quizás simplemente fue un milagro. La sobriedad después de un par de días en el hospital que me da algo de lucidez, es hora de parar, cubro nuevamente el auto convenciéndome que no puedo hacer nada más por el y que el seguro se hará responsable de por lo menos una parte. Camino hasta mi habitación sin darme cuenta por donde ando, simplemente mi cabeza no para de pensar en el milagro que siga con vida, y que tal vez Jack tenga razón, aunque odio coincidir con él, realmente no sé porque sigo teniéndolo como mi manager, bueno si se porque, me ha manipulado por años, cada vez que quiero cambiarlo sale con una historia más triste que la vez anterior o el proyecto más anhelado del momento, por lo que termino cediendo, creo que debió ser actor. Me dejo caer en la cama pensando en la mujer que me rescato, no había vuelto a pensar en ella hasta ahora que repaso los hechos o lo que creo que sucedió. En mi memoria esta como una mujer hermosa, como una aparición angelical, pero tal vez sea solo una ilusión óptica producto del estado de embriaguez en el que estaba en ese momento. Reviso la mesa de noche y no hay nada que tomar, para luego buscar en la barra de la habitación, la cual también está vacía, para recordar que justo ese día termine conduciendo a buscar provisiones. Esto de la abstinencia del licor es una sensación horrible, esa sensación que hace falta algo que si no logro tener podría morir, o tal si muera si no vuelvo a ingerir alcohol nunca más. Para no pensar en que solo quiero una gota de licor, llamo a mi asistente pidiéndole el dato de la mujer que me salvo, debo salir de dudas, quiero saber si era una ilusión. A los pocos minutos Joan entra a la oficina me entrega un pequeño post it naranja, lo tomo con las manos un poco temblorosas y sudadas, intento controlarme, pero no es posible, Joan me observa para luego susurrar. —Es parte del síndrome de abstinencia. —Perdón, ¿Qué cosa? – digo algo confundido. —Su temblor de manos y sudoración — dice algo dudosa. —No sabía, pero gracias Joan — respondo intentando ser cordial, cuando realmente lo único que quiero es quedarme solo. Observo la dirección que me dejaron anotada en un pequeño papel, no tengo ni idea en donde queda, pero seguramente el GPS me llevaría, por un momento pienso en que, si debo llevar alguien de seguridad para acompañarme, pero no lo creo conveniente, igual ya me arriesgué sin ellos hace unos días y nada sucedió, bueno solo una visita al hospital. Vuelvo al garaje y escojo el auto menos ostentoso y voy a buscar a la mujer que me rescato. Nunca he estado en este lado de la ciudad, me he movido por diferentes zonas antes de ser famoso, pero por aquí en definitiva no, es una zona bastante pobre, como el barrio que crecí, parece algo peligroso, pero al final cada quien está en lo suyo. EL GPS me avisa que he llegado a mi destino, bajo del auto un poco tímido, tal vez no sea la idea más inteligente, pero ya que estoy aquí no tengo otro remedio que entrar, aprovecho que alguien va saliendo para entrar al edificio, nadie pregunta para donde voy o si soy vecino, simplemente no me determinan, cuando llego al apartamento, medito un poco antes de timbrar y en un breve impulso oprimo el desgastado botón amarillo y ella entre abre la puerta, apenas se ve una parte de ella mientras que habla por el otro lado. — Hola, buenas tardes, soy Nicholas, tú me salvaste hace unos cuantos días y quería darte las gracias — digo en voz titubeante. — Hola — dice un poco tímida —perdón, ya te abro, solo que no acostumbro a recibir visitas. Cuando la puerta se abre, se ilumina un pequeño espacio que es donde vive, me invita a una pequeña sala, mi armario es más grande que el apartamento, me siento en un sofá roído, y por un instante siento que viajo en el tiempo, por un momento algo en el ambiente me recuerda la violencia con la que crecí, mi padre pegándome a mí y a mi madre cada vez que llegaba borracho a casa, pese a que tengo en frente una hermosa mujer sonriéndome, las manos me sudan aún más, siento el pulso acelerado y por primera vez me doy cuenta que repito el mismo patrón de mi padre, emborracharse hasta caerse, sacudo mi cabeza para apartar esos pensamientos. A lo lejos veo un pequeño niño que me mira fijamente. —¿Cómo sigues? ¿Cómo te fue en el hospital? — Pregunta un poco tímida mientras me señala un sofá. —Digamos que bien, solo fue un accidente ¿Ese niño es tu hijo? ¿y tu esposo? — pregunto para cambiar la conversación ante la mirada expectante de ella. — Soy madre soltera — dice un poco tímida — él es mi único hijo y ese día te vimos desde esa ventana tendido en el suelo, él lo vio todo yo solo baje a ver si seguías vivo, Gabriel se quedó acá arriba, llame a la ambulancia y me quede junto a ti hasta que te buscaron. — ¡Oh! no lo sabía, ¿viste cómo me accidente? — pregunto curioso. — No, no vi nada, y creo que el niño tampoco alcanzo a ver, así que no sabemos cómo ocurrió, yo solo llame una ambulancia. — Muchas gracias… — digo de forma sincera — disculpa, ¿Cuál es tu nombre? — Sofía – dice su nombre en un susurro. — Mucho gusto Sofía, mi nombre es Nicholas Brown. — Si, ya me lo habías dicho — dice apenada. — ¿A qué te dedicas Sofía? — pregunto cambiando la conversación. — Yo, limpio casas, ¿y tú? — Dice un poco apenada. — Trabajo en cine. — ¿Trabajas en una sala de cine? — pregunta tranquila. — No propiamente, trabajo con una empresa que hace cine, cuando quieras vamos a ver una película. — Siii, me gusta ir a ver películas — dice el niño emocionado. — ¿Te gustaría salir conmigo una vez vuelva de viaje? – pregunto sin pensarlo mucho, es mas no sé porque lo hago. Ella mira al niño apenada por su reciente efusividad, para luego mirarme a mí mientras se muerde el labio inferior, esta indecisa e incómoda y con la cara sonrojada de pena. — Si quieres salimos los tres, no tengo problemas de ir con el niño, solo me gustaría invitarte a comer algo para agradecerte por llamar la ambulancia. — Entonces sí – dice con una amplia sonrisa — igual sé que llamar a la ambulancia lo haría cualquiera, no le vi ningún inconveniente ni tampoco creo que fue algo heroico. — Si, seguramente llamar a la ambulancia puede hacerlo cualquiera, pero tomarse la molestia de revisar si seguía vivo y quedarse hasta que llegaran por mí solo lo haría una persona especial. Su sonrisa se ensancha aún más y la veo moverse incomoda, buscando alguna ruta de escape, me ofrece algo de tomar como excusa, así que yo le permito irse de mi lado mientras observo el lugar donde vive, es pequeño, tiene unas pocas cosas muy viejas, aunque todo está limpio y organizado, una sensación cálida me invade, como de estar en el lugar adecuado, como de estar en casa, aunque solo una vez me sentí bienvenido y amado, y no fue en la casa de mis padres, fue antes que mi vida cambiara después de que me descubrieran teniendo sexo con la mujer equivocada. Le acepto el té que Sofía me tiende y le invito a conversar conmigo, es agradable estar con ella, me cuenta de su trabajo, de su vida rutinaria, y sin querer busco información sobre sus sueños, sus metas, ella quiere estudiar. No me lo ha dicho, pero deduzco que es indocumentada y tiene miedo, y confieso que yo también, tengo miedo de enfrentar una vida sin la bebida, no es fácil, pero es hora. Toqueteo de forma inconsciente mi bolsillo tengo una suma de dinero que dispuse para regalar a la persona que me salvo, y me siento un poco como el príncipe de la sirenita salvado por una mujer misteriosa que lo saco del agua, y que ignoro que era la princesa de sus sueños, ella parece de ensueño, aunque no soy capaz de acercarme, en otro caso estuviera abalanzándome sobre ella y besándola para luego dejarle un cheque en agradecimiento, pero Sofía parece ser diferente, así que prefiero irme a casa con el recuerdo de una agradable noche antes de viajar mañana a rehabilitación, y si la suerte me acompaña volveré a invitarla a salir cuando esté listo en unos meses. Me despido de ella dándole un beso suave en su mejilla, su aroma es suave escondido en jabón barato de fresa, le entrego un regalo que espero que le ayude a sortear algunos meses la economía de ella y su hijo, y con ganas de decirle algo más salgo del diminuto apartamento para encontrarme con el aire frio de la noche.
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