+++++ Al final acepté. Claro que acepté. ¿Cómo no hacerlo? Si una parte de mí rogaba por un poco de paz, de calor humano, de una cama que no crujiera por las dudas sino por el deseo. Voy en el auto con Damián, sentada en el asiento del copiloto, mientras él maneja con una mano en el volante y la otra descansando cerca de la palanca de cambios, como si en cualquier momento pudiera tomar mi mano también. El motor zumba suavemente, la ciudad pasa como una película a medio volumen por la ventana, y hay una calma extraña entre nosotros, como si estuviéramos juntos desde hace años. Como si el silencio entre los dos no fuera incómodo, sino cómodo. Familiar. Él me mira de reojo y pregunta: —¿Te sientes bien en tu nuevo trabajo? Lo miro también. Él sigue concentrado en la carretera, pero esa p

