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Estaba a punto de decirle la verdad a Damián. Lo tenía justo frente a mí, con esa expresión que mezcla confusión, deseo y una pizca de miedo, cuando su amigo lo jaló del brazo con urgencia.
—¡Damián! ¡Necesitamos hacer la entrevista ahora! ¡Te están esperando!
Y yo… yo me quedé ahí, con la garganta hecha nudos, con el corazón en las manos, mientras lo veía alejarse.
No estoy loca. No. No estoy loca por hacer esto. Aunque bueno, si alguien me viera desde con este pantalón mojado, mojado por orgasmos, sí, ORGASMOS, podría pensar otra cosa. Pero no, no es locura… es desesperación, o autodescubrimiento. O ambas.
Los trabajadores de prensa y seguridad ya estaban por toda la cuadra, y yo, literal, hice lo único que se me ocurrió: caminar rápido, lo más rápido que pude. Quería desaparece
