Damián me alzó en sus brazos como si fuera suya. Como si no existiera nadie más en este mundo, ni pasados, ni contratos, ni farsas. Solo nosotros dos. Mi bata abierta, su boca devorando la mía, sus manos deslizándose por cada rincón de mi cuerpo como si me conociera de toda la vida. Estábamos tan entregados, tan perdidos, que no escuchamos nada… hasta que lo hizo ella. —Un aplauso, por favor. —dijo Charlotte con una voz cargada de cinismo y veneno dulce. Me congelé. Sentí el calor subir a mis mejillas mientras, aún en brazos de Damián, giraba el rostro. Ahí estaba ella. De pie, en el umbral de la sala, con los brazos cruzados y una sonrisa más peligrosa que cualquier arma. —La pareja feliz, —añadió, lenta, como si saboreara cada palabra. Damián no se inmutó. Bajó la cabeza hasta mi o

