CAPÍTULO DOS-1

2006 Words
CAPÍTULO DOS Thor vagó durante horas en las colinas, en plena ebullición (echando humo), hasta que finalmente eligió una colina y se sentó, con los brazos cruzados sobre sus piernas, y miró al horizonte. Observó cómo desaparecían los carruajes, vio la nube de polvo que permaneció durante horas después. No habría más visitas. Ahora estaba destinado a permanecer ahí, en esa aldea durante años, esperando otra oportunidad—si es que alguna vez regresaban. Si su padre lo permitía alguna vez. Ahora solo quedaban él y su padre, solos en la casa, y su padre seguramente dejaría ir toda su ira sobre él. Seguiría siendo el lacayo de su padre, pasarían los años, y terminaría igual que él, arraigado ahí, viviendo una vida empequeñecida, doméstica—mientras que sus hermanos ganaban gloria y renombre. Sus venas ardían con la indignación de todo eso. Esta no era la vida que quería vivir. Él lo sabía. Thor se quemó los sesos buscando algo que pudiera hacer, alguna manera de cambiar las cosas. Pero no había nada. Esas eran las cartas que la vida había barajado para él. Después de haber estado sentado durante horas, se levantó desanimado y comenzó recorriendo su camino de regreso a las colinas conocidas, más y más alto. Inevitablemente, se desvió de nuevo hacia el rebaño, a la alta loma. Mientras subía, el primer sol cayó en el cielo y el segundo llegó a su apogeo, tomando un tinte verdoso. Thor tomó tiempo deambulando, quitó el cabestrillo de su cintura mecánicamente; su empuñadura de cuero muy gastada por los años de uso. Metió la mano en el saco atado a la cadera y acarició su colección de piedras, cada una más suave que la siguiente, seleccionadas de los arroyos más selectos. A veces le disparaba a las aves; otras veces a los roedores. Era una costumbre que había tenido durante años. Al principio, fallaba en todo; después, una vez, le pegó a un objetivo en movimiento. Desde entonces, su tino era acertado. Ahora, lanzar piedras se había convertido en parte de él —y le ayudaba a liberar parte de su rabia. Sus hermanos podrían ser capaces de blandir una espada en un leño—pero nunca podrían golpear a un ave volando, con una piedra. Thor colocó sin pensar, una piedra en la honda, la echó hacia atrás y la lanzó con todas sus fuerzas, fingiendo que la aventaba hacia su padre. Golpeó una rama en un árbol lejano, tirándola. Una vez que había descubierto que en realidad podía matar animales en movimiento, que había dejado de apuntarles por miedo hacia su propio poder y no queriendo hacer daño a nada; ahora su objetivo eran las ramas. A menos, por supuesto, que un zorro persiguiera a su rebaño. Con el tiempo, ellos habían aprendido a mantenerse alejados, y las ovejas de Thor, como resultado, fueron las que estuvieron más a salvo en el pueblo. Thor pensó en sus hermanos, en qué lugar estarían en estos momentos, y se puso frenético. Después de un día de viaje, llegarían a la Corte del Rey. Podía imaginarlo. Podía verlos llegar con fanfarrias, la gente vestida con sus mejores galas, saludándolos. Los guerreros los saludarían. Los miembros de los Plateados. Serían recibidos y llevados a un lugar para vivir en las barracas de la Legión, un lugar dónde entrenarse en los campos del rey, usando las mejores armas. Cada uno sería nombrado escudero de un caballero famoso. Un día se convertirían en caballeros, tendrían su propio caballo, su propio escudo de armas y tendrían su propio escudero. Participarían en todos los festivales y cenarían en la mesa del rey. Era una vida de ensueño. Y se le había resbalado de las manos. Thor se sentía físicamente enfermo, y trató de borrar todo de su mente. Pero no pudo. Había algo en él, en lo más profundo, que le gritaba. Le decía que no se rindiera, que tenía un mejor destino que éste. Ignoraba qué era, pero sabía que ese no era el lugar adecuado. Él se sentía diferente. Incluso especial. Que nadie lo entendía, y que todos lo subestimaban. Thor llegó a la loma más alta y vio a su rebaño. Estaban bien entrenadas, y seguían reunidas, royendo con gusto toda la hierba que encontraban. Las contó, buscó las marcas rojas que les había puesto en la espalda. Se quedó inmóvil cuando terminó. Faltaba una oveja. Contó de nuevo, y otra vez. No podía creerlo: faltaba una. Thor nunca había perdido una oveja y su padre no se lo perdonaría. Peor aún, odiaba la idea de que una de sus ovejas se pudiera haber perdido, estar sola, vulnerable, en el páramo. Odiaba ver cómo cualquier inocente sufría. Thor se apresuró hasta la cima de la loma y escudriñó el horizonte hasta que la vio, a lo lejos, a varios cerros de distancia: la oveja solitaria, con la marca roja en la parte posterior. Era la rebelde de la manada. Se sintió descorazonado al darse cuenta de que la oveja no solo había huido, sino que había elegido, de todos los lugares, ir hacia el oeste, a Darkwood. Thor tragó saliva. Darkwood estaba prohibido—no solo para las ovejas, sino para todos los humanos. Estaba más allá del límite de la aldea, y desde que empezó a caminar, Thor sabía que no debía aventurarse ahí. Nunca lo había hecho. Ir ahí, según la leyenda, era una muerte segura, sus bosques estaban sin marcar y llenos de animales feroces. Thor levantó la vista al cielo oscuro, debatiendo. No podría dejar que su oveja se fuera. Pensó que si se daba prisa, podría recuperarla a tiempo. Después de una última mirada, volteó y corrió velozmente, en dirección oeste, hacia Darkwood, juntándose gruesas nubes arriba. Tuvo una sensación de desazón, pero sus piernas parecían moverse por sí mismas. Sentía que no había vuelta atrás, aunque quisiera. Era como correr hacia una pesadilla. * Thor bajó corriendo la serie de colinas, sin pausar, hacia el grueso follaje de Darkwood. Los senderos terminaban donde comenzaba el bosque, y él corrió hacia el territorio sin marcar, y las hojas del verano crujían bajo sus pies. Desde el instante en que entró al bosque, se vio envuelto en la oscuridad, la luz estaba bloqueada por los enormes pinos. También hacía más frío aquí, y mientras cruzaba el umbral, sintió un escalofrío. No se trataba solo de la oscuridad o el frío — era otra cosa. Algo que no podía nombrar. Era una sensación de ser observado. Thor miró hacia arriba, hacia las antiguas ramas, nudosas, más gruesas que él, balanceándose y crujiendo en la brisa. Apenas había dado cincuenta pasos en el bosque cuando empezó a escuchar ruidos de animales extraños. Se dio media vuelta y apenas podía ver la entrada de donde había llegado; ya se sentía como si no hubiera salida. Dudó. Darkwood siempre había estado en la periferia de la ciudad y en la periferia de la mente de Thor, como algo profundo y misterioso. Cualquier pastor que hubiera perdido una oveja en el bosque nunca se habría atrevido a ir tras ella. Incluso su padre. Los cuentos acerca de este lugar eran demasiado oscuros, demasiado persistentes. Pero había algo diferente ahora, que hacía que a Thor ya no le importara, que le hacía dejar a un lado la precaución. Una parte de él quería llegar al límite, para ir lo más lejos posible de su casa y para dejar que la vida lo llevara a donde fuera. Se aventuró más lejos, después se detuvo, inseguro de qué camino seguir. Se dio cuenta de las marcas, de ramas dobladas por donde su oveja debió haber pasado, y se dirigió hacia esa dirección. Después de algún tiempo, se volvió de nuevo. Antes de que otra hora hubiera pasado, estaba perdido sin remedio. Estaba tratando de recordar la dirección por donde llegó—pero no siempre estaba seguro. Tuvo un sentimiento de inquietud en su estómago, pero pensó que la única salida era ir hacia adelante, y eso fue lo que hizo. A lo lejos, Thor vio un rayo de sol y se dirigió hacia él. Al verse ante un pequeño claro, se detuvo en el borde, arraigado, no podía creer lo que veía ante él. A lo lejos, Thor vio un rayo de luz y fue hacia él. Se encontró frente a un pequeño claro, se detuvo en el borde—no podía creer lo que vio ante él. Ahí, de pie, de espaldas a Thor, vestido con una larga túnica azul satinada, estaba un hombre. No, no era un hombre. Thor podía sentirlo desde ahí. Era algo más. Un Druida, tal vez. Estaba de pie, alto y erguido, la cabeza cubierta con una capucha, perfectamente inmóvil, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. Thor no sabía qué hacer. Había oído hablar de los Druidas, pero nunca se había encontrado con uno. Por las marcas en su túnica y el elaborado ajuste del oro, éste no era un simple Druida: esas eran las marcas reales. De la Corte del Rey. Thor no podía entenderlo. ¿Qué estaba haciendo un Druida real ahí? Después de lo que pareció una eternidad, el Druida se volvió lentamente y se encaró con él y mientras lo hacía, Thor reconoció el rostro. Se quedó sin respiración. Era uno de los rostros más famosos del reino: el druida personal del rey. Argon, consejero de los reyes del reino oeste, durante siglos. Lo que estaba haciendo aquí, lejos de la Corte Real, en el centro de Darkwood, era un misterio. Thor se preguntó si lo estaba imaginando. “Tus ojos no te engañan”, dijo Argon, viendo directamente a Thor. Su voz era grave, antigua, como si fueran dichas por los mismos árboles. Sus ojos grandes y translúcidos parecían perforar a Thor, resumiéndolo. Thor sintió una intensa energía que irradiaba del Druida, como si estuviera de pie frente al sol. Thor inmediatamente se arrodilló e inclinó la cabeza. “Mi señor”, dijo él. “Lamento haberlo molestado”. La falta de respeto hacia el consejero del rey, daría lugar a ir a prisión o a morir. Ese hecho se había arraigado en Thor desde que nació. “Levántate, hijo”, dijo Argon. “Si quisiera que te arrodillaras, te lo habría dicho”. Lentamente, Thor se levantó y lo miró. Argon se acercó unos pasos. Se detuvo y miró a Thor, hasta que lo hizo sentir incómodo. “Tienes los ojos de tu madre”, dijo Argon. Thor se sorprendió. Nunca había conocido a su madre y nunca había conocido a nadie, además de su padre, que la conociera. Le habían dicho que ella había muerto en el parto, algo de lo que Thor siempre se había sentido culpable. Siempre había sospechado que era por eso que su familia lo odiaba. “Creo que me está confundiendo con otra persona”, dijo Thor. “Yo no tengo una madre”. “¿No la tienes?”, Argon preguntó con una sonrisa. “¿Naciste de un hombre?”. “Quiero decir que mi madre murió en el parto. Creo que me confunde”. “Eres Thorgrin, del clan McLeod. El más joven de cuatro hermanos. El que no fue elegido”. Thor abrió bien los ojos. No sabía que pensar de eso. Que alguien de la estatura de Argon supiera quién era él—era más de lo que podía entender. Ni siquiera pensaba que él fuera conocido por alguien fuera de la aldea. “¿Cómo…sabe eso?”. Argon le sonrío, pero no respondió. Thor se llenó de curiosidad. “¿Cómo…?” Thor añadió, buscando a tientas las palabras. “¿Cómo conoce a mi madre? ¿La ha conocido? ¿Quién era ella?”. Argon se dio media vuelta y se alejó. “Son preguntas para otro momento”, dijo él. Thor lo vio alejarse, desconcertado. Fue un encuentro tan vertiginoso y misterioso, y todo estaba ocurriendo tan rápido. Decidió que no podía dejar que se fuera Argon, y corrió tras él. “¿Qué está haciendo aquí?”, preguntó Thor, corriendo para alcanzarlo. Argon, usando su bastón, una cosa antigua de marfil, caminó engañosamente rápido. “No me esperabas, ¿verdad?”. “¿Quién más?”, preguntó Argon. Thor se apresuró a alcanzarlo, siguiéndolo en el bosque, quedando atrás el claro. “¿Pero por qué yo? ¿Cómo supo que vendría? ¿Qué es lo que quiere?”. “Son demasiadas preguntas”, dijo Argon. “Llenas el aire. Mejor deberías escuchar”. Thor siguió mientras continuaban caminando por el espeso bosque, haciendo lo posible por permanecer callado. “Viniste a buscar a tu oveja perdida”, dijo Argon. “Es un noble esfuerzo. Pero pierdes tu tiempo. Ella no sobrevivirá”. Los ojos de Thor se abrieron asombrados.
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