Kaelin
Desperté al día siguiente en la cama en la que pensé que nunca volvería a dormir. Cuando mis párpados se abrieron ante la luz del sol que se colaba por mi ventana, contemplé las vistas y olores familiares de mi habitación de la infancia. La colcha desgastada que mamá me cosió para mi cumpleaños número catorce, las flores silvestres secas decorando las paredes y superficies, los estantes de libros repletos frente a la cama.
Aunque había pasado la mayor parte de mi vida en este cuarto, recién ahora me daba cuenta de lo pequeño que era. En el corto tiempo que estuve lejos, había crecido tanto que este espacio—por más nostálgico que fuera—ya no podía contener a la persona, a la loba, en la que me estaba convirtiendo.
En solo unas horas estaría unida a mi alma gemela. En un mes, los a
