LA JOYA TURCA
Se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque todos los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene…
El pozo
Juan Carlos Onetti
— ¡Que no hagas más ruido! ¡Coño! —grito en un bisbiseo, con los ojos a punto de salirse de su órbita.
— ¡Mija! ¿No es que la vieja estaba sorda?— Contestó él, algo tonto.
—Está de cañón por la oreja derecha, la otra si la tiene mejor que la de un caballo…pero viejo. — Dijo más relajada mirando hacia la cama donde yacía boca arriba la señora ondulando sus flácidos labios en cada ronquido.
—Valeria, tengo mucha sed. Esa tortica de Morón de desayuno y sin tomar agua siquiera, es un s******o. Parece que tengo un nudo en el pescuezo.
— ¡Ey! Te aguantas— hizo un acérrimo gesto con una mano, más autoritario que sus palabras—aquí no hay agua ni en los floreros. Cuando salgamos tomas toda que quieras, si quieres te ahogas. Vamos a lo que vinimos.
—De lo que me voy ahogar es atragantado por una jodida tortica de morón. Tú sabes que yo no puedo aguantar la sed… me entra un desespero que no me concentro.
—Échale la culpa a la tortica. Eso fue el ron que metiste anoche con tus amigotes— dijo esto mientras se trasladaba con ligereza al cuarto colindante del de la señora.
—Yo no tome más que medio vaso— comentó para sí mismo cuando la chica ya se había ido. Tragó con dificultad, como si la saliva se hubiese convertido en pega de zapato— ¡Hija e´puta…sed!
La señora se movía de un lado para el otro, haciendo sonar con su robusto cuerpo los resortes del colchón y el bastidor. Todo el somier crujía como los ejes de la carreta de Atahualpa Yupanqui, quizás un poco más. Boqueo varias veces, apretó la boca y trago. Una desgraciada tos le acompañó.
— ¡Bernardo, Bernardo! — la chica lanzaba alaridos silenciados desde la otra habitación, intentando desviar la mirada atarantada del joven enfocada en la anciana que se volvió acomodar para seguir durmiendo. Un pequeño ventilador ruso, que otrora era blanco, ahora amarillo y descuidado. Acompañaba armónicamente los ronquidos, propulsando un denso aire con la cabeza fija en ella. El vaho existente, a enfermedad, perro mojado y ropa sin lavar, era incómodo.
— ¡Ya, ya!— respondió de camino hacia Valeria— Pensé se estaba muriendo.
—Déjate de comer tanta mierda y ayúdame a buscar aquí. — su represión fue acompañada de ojos retorcidos y mohines con los labios. Se volteó para retornar a lo que hacía— La sed te está volviendo más tonto de lo que eres.
— ¡La sed!— repitió Bernardo localizando un vaso con agua que había en la mesita de noche muy próxima a la señora Filomena.
Bernardo busco de soslayo a Valeria y regresaba la mirada al vaso en la mesita, repitió este procedimiento una vez más. Al percatarse que nadie le veía, se trasladó cauteloso hasta allí y se bebió el vaso de agua, desesperado como quien ahoga una botella en el río. La prominencia laríngea o nuez, o manzana de Adam, se movía grávida de arriba abajo. Luego seco con el antebrazo toda la boca con evidente satisfacción.
— ¿Qué haces imbécil?— Irrumpió como un alma en pena la muchacha.
— ¿Qué es lo que te pasa a ti?— Bernardo abrió los brazos como alguien que intenta intimidar a un oso para que le crea más grande de lo que es— ¡Ya está bueno de hablarme así Valeria!
—Ese vaso lo usa ella para meter la dentadura luego de comer, sobre todo pan que es lo que más le gusta...pan ¿Entiendes?
— ¡Coño! ¡No puede ser!— Lamentó el joven mientras enfoca el vaso vacío en la mesa y descubre una sonrisa plástica detrás. Corrió sin rumbo para algún lado, tropezando con sillas y mesas en la sala, tumbando unas flores plásticas que se encontraban coronando el medio de esta última. Necesitaba escupir o quizás vomitar, causando una media sonrisa en Valeria, la cual musito:
—Eres un verdadero imbécil
— ¡Venancio!— rezongo Filomena en medio de un ataque de tos— ¿Eres tú?— volvió a toser.
La chica se paró molesta en el borde de la puerta del cuarto continuo. Miraba a su abuela desde allí de manos cruzadas.
—Ya la despertaste. ¡Come mierda!— Dijo a Bernardo que se aproximaba secándose la boca con ambas manos.
— ¡¿Venancio?!— Hizo nuevamente su llamado, esta vez sin tos—Bueno, quien va a ser si no tú. El único maricón que se llega a ver a esta vieja- Eres un hombre bueno— Dijo esto último en medio de un parsimonioso bostezo— Por eso te han pegado tantos tarros en esta vida, por bueno y maricón — volvió a toser— ¿Y mi vaso de agua? ¿Y mis dientes? ¡Nada, no tengo nada! ¡Hijo de puta! ¿A qué vienes? ¡Venancio! — Gritó iracunda y volvió a toser produciéndole un desesperante ahogo. Intentó incorporarse un poco, quedando acostada de medio lado en la cabecera de la cama, un arco superior apoyado en un tubo horizontal, por cuatro verticales.
—Vas a tener que hablar como mi papá— murmuró Valeria dándole un golpecito en el hombro.
— ¿Qué? ¡Estás loca! ¿Y cómo cojones habla tu papá? Si ni siquiera lo conozco. Lo conocía de vista pero nunca en tu jodida vida me lo presentaste, ni dejaste que lo tratara…
— ¡Ay! deja el drama, pareces una canción de pimpinela— rebatió la chica descuidando el tono de voz.
— ¡Venancio!— continuo con los alaridos la señora—Hijo de puta, tráeme agua. ¿Quieres matarme de sed para así salir de mi? Mejor dame un tiro, desgraciado. —gimió y se lamentó en cuanto volvió a intentar acomodarse. El bastidor sonaba como si lo triturasen.
—Mi papá habla como… bueno, algo así como Don Corleone, pero en versión gay amanerado.
— ¿Cómo es eso Valeria?
—Bueno, mejor imagínate como Betty Boop, la linda cabezona con “Baja y Chupa” de los muñequitos, pero afónica.
— ¡Venancio!— Gritaba histérica la gruesa mulata de cabello blanco y crespo deprimido. — Si no llego a tenerte nueve meses en mi barriga, que fue de incomodo como hacer parir un chivo a una gata, te juro que me cagaba en tu madre.
—Vas a tener que hablarle ya— resalto Valeria mascando ordinaria un chicle, los labios entreabiertos con el movimiento de este le hacían ver más atractiva y alocada sensual. Hizo ademán de irse a lo que estaba haciendo en el cuarto continuo.
Valeria tenía el cabello por el cuello, lacio y n***o, haciendo un contraste hermoso con su piel blanca, como la galleta oreo y su crema. Cualquier movimiento que hiciera se le movía sincronizado y armonioso. De nariz graciosamente respingada aderezando al rostro. Su baja estatura y lo grácil de su cuerpo, le hacía ver como salida de un mundo de caricaturas. Llevaba una blusa negra sin sostén —lo cual delataban unos pezones primaverales y lozanos— además de un jean roto en las rodillas con flecos como carne mechada.
—Tú como que andas fumada, borracha. ¿Cómo que hablarle chica? ¿Y de qué le voy hablar? ¡Dime!— Encaró Bernardo.
— ¡Cállate!— Puntualizó ella mirando alarmada a su abuela debido al tono de voz de Bernardo. Esta se incorporó un poco más, tratando de abrir los ojos con la ayuda de las manos que los restregaba sin parar mientras hacía ademanes con la boca, posiblemente mordiéndose la lengua con las encías.
Bernardo rasco nervioso su pequeño y esponjoso afro, al cual terminó dándole unos cortos golpes con la palma de la mano para ponerlo en orden.
—Te acercas y le hablas como la maldita Betty Boop afónica.
—Ni siquiera sé cómo se llama esa vieja. Esto que es un mal de familia. ¡Estás loca de remate!
— ¡Tan cuerdo que eres tú! mal nacido— retorció los ojos al joven
—Tú sabes muy bien la causa de mi locura cual es— Bernardo le mostro una sonrisa picaresca y penetrante.
—¡Se llama Filomena!. Pero mi papá le dice Mimi— Baluarte evitó el tema
— ¡Mira tú!— Lamento Bernardo
Bernardo era flaco encorvado y alto. Tenía ojos felinos y mirada de riposta. Mulato claro — fruto de una madre negra con hombre blanco, el cual un día fue a comprar cigarros…—con labios tipo gollejo de mandarina y nariz fina heredada de su escurridizo progenitor.
—Dale, ve, háblale mientras sigo buscando eso— la chica se dispuso a partir.
— ¡No! —Le frenó en seco él— tienes que estar cerca, porque ¿qué pasaría si me pregunta algo Valeria?
Ella, con aversión, regreso y se colocó al pie de la cama con los brazos cruzados mirando a la señora. Bernardo se fue acercando y también la miraba como se rascaba la cabeza y respiraba como agarrando impulso para soltar algún alarido.
— ¿Y, ella no ve?— preguntó en un bisbiseo con cierta tontería
—La diabetes se la está tragando viva. No ve, apenas oye. Yo creo que en vez de sacarle sangre en un laboratorio, hay que llevarla a una dulcería para rellenar pasteles. Lo que tiene ahí, es mermelada de guayaba.
—Distinta a ti, que lo que tienes por sangre es jugo de limón— agregó él sonriendo
— ¡Vete pa’ la pinga! — le dijo en pura mímica, como el muñeco de un ventrílocuo
— ¡Madre mía!— saludo a la señora Filomena en un necio clamor. Se aproximó más aún a la cabecera de la cama.
— ¡Mimi! Idiota ¡Mimi!— corrió Valeria a su oído para susurrarle
— ¡Mi…mí!— fingió una voz más aguda y opaca — ¿Como estás?
— ¿Qué te pasa Venancio? ¿Eres tú? — Pregunto Filomena malhumorada— Por eso digo que te han pegado tantos tarros. Eres medio maricon e idiota ¡Bah! Un día fuiste novio de una negrita de por aquí cerca, tu primera novia. ¡Imagínate negra! Esa estaba como un encofrado, quería todo el tiempo cabilla y palo. Tú, tan tú — sintió una repentina disnea que controlo dándose unos golpes en el pecho y retomando el ritmo de sus inhalaciones— medio bobo como un turista alemán en Guanabacoa, y soso como coco viejo. Me vinieron a decir que la negrita andaba escondiéndose en las escaleras de un solar, cerca de la terminal de trenes, con otro n***o que vendía cucuruchos de maní aquí al frente. ¡Tarruo! Dime tú la madre de tu hija… “hija” ¡Mierda! — Fue un grito eufórico— Si esa es tu hija yo soy Lola Beltrán. A ver cuando te darás cuenta que desde que nació no le he visto nada parecido a ti, nada.
Bernardo y Valeria se miraron. Ella, de brazos cruzados, se mordía un lado del labio inferior y sonreía al mismo tiempo mientras movía una de las piernas con un tic nervioso. Filomena comenzó a toser con media lengua afuera. La chica se marchó hacia la habitación de al lado, no sin antes susurrar por el camino: “Ahógate maldita vieja”.
—Esa tipa estaba con el panadero, mientras tú andabas de representante cultural en otras provincias. Pregúntale al estrecho de la florida cuando se largó con él en balsa. Por esos días no hubo ni tiburones, porque ni ellos querían comerse tal inmundicia. — Volvió a tener falta de aire— Mil veces te prefería maricon que tarruo.
— ¡Ma…! ¡Mimi! Ya, ya. Quédate tranquila— fue decidido Bernardo fingiendo la voz— ¿Quieres algo? ¿Te sientes bien?
— ¿Qué se murió Miguel? Cada día hablas peor. Si fue Miguel, el mulato viejo que le decían pata e’ pollo. Ese, un día me iba a robar dos de mis patos que me estaba criando Eulalia en su casa, porque sabes bien que aquí no los podía tener. Cuando Eulalia me dijo que lo agarro a través de la cerca de su patio echándole trozos de pan con un saco de yute en la otra mano. Si llego a tener un hacha le ahorro la fecha de hoy. Que, mínimo, esté en el purgatorio la bestia esa— dijo con insania.
— ¡Que si te sientes bien! — grito como un mal actor con su propio tono de voz
— ¡Sí! ¿Y por qué cojones tienes que gritar? ¡Que mierda! Sí, estoy bien…bien jodida. Porque ni un vaso de agua tengo al lado. ¡Mal nacido! Te di ese tamaño para que me dejes tirada a un lado como una perra en la cuneta— se le quebró la voz en estas últimas palabras, intento lloriquear, pero reaccionó bruscamente— ¡Búscame los dientes! ¡El agua! ¡Mis espejuelos! ¡Un trozo de pan! Y estaré bien, idiota.
Justamente Bernardo tropezaba con los espejuelos en el piso, los recogió cerrándole la única pata que le quedaba. Al ponerlos en la mesa de noche se percató que chocaron con la dentadura postiza que yacía con su eterna sonrisa y vibraban terroríficos, debido a los movimientos del maltrecho ventilador esparciendo el vaho con las mugrientas paletas que formaban un círculo n***o al girar.
Miro los dientes inescrutable; busco a su alrededor con que atraparlos y solo vio solución con dos percheros de ropa alambrados que estaban encima de la cómoda, toda regada y llena de cuanto trasto pudiese haber, tanto, que el espejo del medio no hacía acto de presencia. Tomo un perchero en cada mano tratando de hacer una especie de pinza y así atraparla, pero cuando ya estaba despegándose de la mesita, resbaló y cayó al piso. Intentando evitar esa caída pego varios golpes a la cama con los ganchos.
— ¿Qué haces Venancio? ¡Estúpido! ¡Háblame!— Gritaba Filomena inicua. Bernardo no contestó. Seguía concentrado en alcanzar su repugnante trozo de plástico. Logro levantarlo con el mismo cuidado que una brigada antiexplosivos israelí, desarma un paquete dejado en una esquina. “Hijo de puta”, fue lo que exclamo el chico cuando ya aproximándose con su presa para depositarla en la mesa, esta escapo nuevamente y fue a parar, con cierta velocidad, en la frente de la vetusta señora.
— ¡Auxilio! Me está pegando este mal nacido. ¡Auxilio!— Chillaba alternando con una tos nerviosa. Tenía el mismo volumen y magnitud, de sus ya acostumbrados gritos.
— ¡No! mami…mimi— torcía su lengua alterado tratando de calmarla, el chico sudaba— Solo intentaba saber si tenías fiebre— Grito teniendo en cuenta los problemas auditivos de la señora.
— ¿Que pinga te pasa? Animal de la calle. Torpe hijo de puta. Si así mides la fiebre como será un masaje. ¡Anormal! Igual a tu padre, torpe, cochino. — recitaba su ira sin ningún tipo de piedad. Esta vez no tocio.
— ¿Qué pasa?— murmuró Valeria en el oído de su colega mientras miraba a su abuela de soslayo
—Que va a pasar. Que trate de ponerle los dientes en la mesa y lo que se los puse fue en la frente.
Valeria sonrió despectiva. Tomó los dientes sin asco alguno que reían irónicos a un costado del colchón, los limpio con la cobija que forraba a la señora Filomena. Se los presento en la boca y automáticamente dejo de hablar y detractar mientras se los engullía. Quedo un tiempo acomodándose en el orificio, como chivo mascando hierbas.
—Ah! ¡Maldito! Me pones los dientes ¿Para qué? Tráeme pan con mantequilla por lo menos. — Esta vez se escuchaban sus maldiciones con más calidad
—No encuentro nada— columpio Valeria esta lamentación con un suspiro muy cerca de Bernardo.
— ¿Cómo qué no?— Preguntó molesto y confundido con el tono de Betty Boop afónica.
—Que no, que no encuentro la puta joya
—Hay que buscar más. No vinimos aquí para ponerle la dentadura a tu abuela. ¿O sí?
—Qué fácil es todo para ti. ¡Tan sabio el!— acuso la chica retorciendo sus portentos ojos negros que con el cabello lacio del mismo color, le hacían una hermosa pigmea.
De un impulso salió nuevamente a la habitación contigua. Bernardo la miraba lascivo, como se perdía en el claro oscuro deprimente entre las habitaciones. Recordaba cómo se conocieron en la primaria y desde entonces andaba perdido por ella. Por este tiempo comenzaba a echarse el mea culpa de todas las precoces travesuras de Valeria. La defendía de cualquiera que la increpara y hasta justificaba ante su madre (la cual abandonó para irse a los Estados Unidos con su amante panadero) en alguna llegada tarde a casa.
Un día le acompañó para ir a ver a un equipo norteamericano de béisbol de visita en la Habana para participar en un mundial juvenil. Ella, obsesionada con los gringos de ojos azules, quería verlos uniformados, con la espalda de cobra engrifada, y los bultos marcados por el protector de genitales, les hacía ver como un colectivo herniado. Fueron a verlos jugar una mañana en que les tocaba competir contra el equipo de Venezuela en el estadio Latinoamericano. No había casi público, quizás debido a que era un horario laborable. Solo estaban prensa y policías como avispero alborotado.
Valeria llevó su cámara rusa Zenit, que cuando le daba a la palanca de pasar el rollo para la siguiente foto, eran más las veces que quedaba trabada, haciendo un ruido como si despojaran a una caja de regalo de su envoltorio, trituraba mostrenco la película. Llegaron y se sentaron por la zona de tercera base, donde estaban precisamente los norteños. Ellos, calentaban previo al partido, mascaban chicle y escupen sin parar como pepe grillo. Se leían en sus espaldas entre otros: Shaw Green, Tony Fernández, Gary Sheffield. A todos les llamaba por este nombre en sus espaldas y cuando volteaban (algunos, otros se enmascaraba con la ignorancia gringa) y les tomaba la foto posando con una sonrisa fresca de gimnástico adolescente.
Hubo un momento cumbre para Valeria, cuando vio salir y ponerse a calentar a un gigante musculoso y rubicundo con el nombre de Jeff Powell parcheado en la mejor espalda de todas. No era justo, para ella, era mejor que se llamara Johnny Bravo, o Hércules, mínimo Aquiles. Casi se pone cianótica, con fatiga incluida. La volvían loca esos brazos como patas de caballo. Calentaba él y la que hervía era ella. Le gritó con su atropellado inglés, él dubitativo, puso la pelota dentro del guante y lo sujeto con la axila, levanto su gorra y con la misma mano se rascó el cabello rubio. Se acercó a ella que sonreía y sudaba.
Bernardo preparaba la cámara y al darle a la pequeña pértiga para dejar listo el disparo en la siguiente foto, sintió como esta mordía y trituraba el celuloide, como si el rollo fuese pasto mascado por una vaca holandesa. No saldría foto alguna, pero cabría la posibilidad de echarles la culpa a los irresponsables de los laboratorios donde enviará a revelar las fotos, ya que entre los malos servicios que en realidad prestaban y la peor calidad del aparato Ruso. Algo, sin duda, podría salir mal.
Bernardo apuntó e hizo con la boca el sonido del clic de la cámara. Estaba tan emocionada Valeria que no lo notaria. El chico norteamericano le dio un abrazo y un beso en la mejilla aun con la incomodidad de un muro intermedio entre el palco y el terreno de juego. Ella puso la sonrisa más idiota de su vida y la mano en la zona osculada. Bernardo sentía celos y se obstinaba. Cuando aquello no portaba un afro, pero si tenía la manía de darse pequeños golpes en el esponjoso cabello.
—I love you— Gritaba la flechada chica, era lo único que decía con el correcto acento norteamericano. Jeff Powell miraba a sus compañeros que calentaban y reían al ver aquella locuaz declaración de amor.