Apetencia

4424 Words
–Trajeron sus cosas señorita, perdón señora. –Ismenia entró con un bolso grande en las manos. Ya era tarde, quizás las cuatro. Me había quedado dormida sobre mi nueva cama después fe que Flor tomara su tetero y durmiera. –Puedes llamarme Virginia. –Froté mis ojos–¿Llegó Santos? –No saben nada de él. –Terminó de entrar y cerró. –La señora Consuelo está furiosa. –Es de imaginar. –Tomé mi bolso y lo abrí sobre la cama. –Abajo hay otro creo que con zapatos. No he podido con los dos y Domingo está buscando al señor Santos. –¿Comieron? Tengo hambre. –Le traeré lo que guste. –Lo que tengas de almuerzo. –Le sonreí. –Dime algo Ismenia. –La detuve cuando iba a abusar mi comida. –¿Si? –Reynaldo ¿por qué se fue? La señora Consuelo me dijo que era muy inestable e irresponsable, pero nunca lo vi así. Pensó antes de hablar, pero sus ojos dulces después de recorrerla estancia, aunque la conocía muy bien y sabía que estábamos solas, se detuvieron en mí. –No lo sé. –Ah, pensé que sí. –Yo…bueno…dice Rafaela que lo escuchó hablar con el patrón y se fue porque usted no debía casarse con el señor Santos. Sus bonitas clinejas se movieron simpáticas cuando salió sonriendo. Yo permanecí ahí parada. ¿Discutió por mí? ¿Me defendía? Sí. Seguramente con ese deseo de ayudar que lo caracterizaba, quiso ayudarme, sabiendo que aquí estaba en la boca del lobo.   Me entretuve después de comer revisando las cosas de Flor. El vestido blanco con el que me casé y el ramito de flores blancas se los entregué a Ismenia para que se lo levara e hiciera con él lo que quisiera. No era algo que deseara conservar. Aseguró que Flor me extrañó mucho y que lloraba así la cargaran. Ahora me parecía imposible imaginarlo. Se veía serena jugando con sus manos y haciendo delicados sonidos de bebé. Tocaron a la puerta e inmediatamente Rafaela asomó la cabeza. –¿Va a cenar la señora? –¿Cenar? ¿Qué hora es? –Las siete. –¡Que tarde! Si, voy a cenar. –Bien, la esperan abajo los señores. Cerró. Yo estaba acostumbrada a compartir con los Castro, pero siempre acompañada de mi familia. Flor estaba ya que cenaba los ojos así que bajé. Alisé mi vestido  azul claro y salí dejando la puerta abierta. El pasillo solo, ventanas con cortinas  recogidas a los lados con cintas color crema. Fui directo a la escalera respirando profundo. Al terminar de bajar debía girar a la derecha e ir al comedor. Olía a comida. Pensé ¿que estarían haciendo en casa a escasas horas de mi salida de allá? Para mi sorpresa mamá tomó mi rostro y besó con fuerza mi mejilla, luego me abrazó y frotó mis brazos. No supe cómo interpretar eso. Pocas veces había actuado así. Cuando me alejaba que miraba atrás y sabía que era una despedida toqué mi mejilla, si, sus labios estuvieron ahí y su mirada de apoyo también. Cuando terminaba de bajar las escaleras la puerta de la casa se abrió de golpe y como remolino, camisa por fuera, chaqueta desordenada, aspecto terrible y todo aquello que mis hermanos vieron feo en él, multiplicado. –¡Llegó el novio al festejo! –Me paralicé. Escuché sillas rodar. Santos se adelantó varios pasos cruzando las piernas. –El novio no, tu esposo. –Me señaló–Tu esposo, el viudo Santos Castro. –Retrocedí una escalera. –Virginia de Castro, alguien tenía que llenar el vacío ¿verdad? –Subí otra escalera y en la sala aparecieron sus padres. –¿Dónde estabas Santos? –No sé qué importaba eso en ese momento. Había llegado, estaba ahí y no en muy buenas condiciones. –celebrando mi boda, ya que aquí no hay festejo, ¿o sí brindaron aquí? Nada de eso. De hecho cada  auto tomó caminos diferentes. –Ven acá Santos. –Chico no interrogó como su mujer. Trató de tomarlo por el brazo pero su hijo se zafó  y alcanzó a subir dos escaleras más, con malos pasos pero lo logró. Dejen que me acerque a mi esposa, ¡tengo derecho! –Me sacudí con su grito. –La hermana de quien ha sido borrada de la faz de la tierra. –Bueno si esta muerta. –Añadió Consuelo tratando de alcanzarlo. –Deja ya las tonterías que te puedes caer. –No logró atraparlo y su hijo subió dos escaleras más mirándome a mí de pié, asustada y tan muda como Auxiliadora. –¡Aléjate madre! Aléjate. Tú y tu sociedad…–La señaló y casi cae–esa sociedad…va a pensar que tu hijo se entendía con su cuñada. Era verdad. Yo misma lo pensé pero no me importaba. Dejar aquí a Flor, con esto era más importante que la sociedad. –Yo amaba a Astrid. Yo…–Comenzó a gemir. –Yo la quería, éramos felices. –Rompió a llorar y cuando todos creíamos que flexionaría las piernas para dejarse caer reaccionó subiendo y alcanzándome– ¡Quiero te largues de mi casa! –Gritó sin tocarme cerca de mi oído. –¡Detenlo Chico, que le va a hacer daño! Chico logró tomarlo por un brazo mirando mi cara de espanto. Yo seguía paralizada, brazos abajo. –Santos, por favor, ¡ya basta! –aquí te han traído para que calientes mi cama y mesas la cuna. –Dijo ya apartado de mí–Serás un adorno, una enfermera. Nunca ocuparas el lugar de Astrid. ¡Nunca! –Volvió a llorar mientras subía las escaleras que restaban con su padre. Yo no quería ocupar el lugar de Astrid y mucho menos el que significaba que fuera su mujer. Me alegrara que aclarara eso. –Papá, quiero a Astrid de vuelta, quiero verla aquí. –Ella ya no está Santos. –Chico lo manejaba a su antiguo cuarto. Yo, sin darme cuenta, estaba a en la cúspide las escaleras. –¡Por culpa de esa maldita niña! –Gritó y su saliva salió a chorros de su boca, acompañada de ese olor que ahora no lo abandonaba. –No digas eso, que no es así. Esa niña es tu hija, es inocente. –Papá ¿por qué murió Astrid? Necesito a Astrid. Sus gritos tormentosos herían, me hacían tenerle mucha lástima. Miré abajo. Consuelo me observaba desde su lugar con los ojos entrecerrados. –Imagino que has perdido el apetito con la escena de tu esposo. –Solo afirmé con la cabeza. –Puedes regresar a tu habitación. Santos caerá rendido, no te molestará. –Dio la espalda y regresó al comedor. Yo entonces corrí al cuarto. Entré y pasé seguro. ¿Y si venía?¿Debía abrir?¿Él tenía derecho a entrar porque era mi esposo? Nuevos toques me despertaron. Me senté de golpe, Afuera estaba oscuro. –¿Quién? –Pregunté corriendo al cuarto de Flor. Estaba despierta y movía sus manitas. –Ismenia señora. –¡Ismenia! Corrí, abrí y dejé a Flor en la cuna. Ismenia entró, detrás de ella solo la luz del pasillo. –Inés pensó que tendría hambre y he traído el tetero de la niña también. Le vi la bandeja entonces, sí, tenía hambre. Panes horneados en casa, tortilla y café con leche. –Sí, gracias y agradece también a Inés. ¿Puedes ocuparte de Flor, pro favor? –Sí, claro. Colocó la bandeja en una mesita redonda con mantel verde claro y yo aparté el tetero para comenzar a comer. Después de acercar una silla alta volteé a mirarlas a ambas hacer lo suyo. –Esta mojada, pero seguro después que coma se ensucia. –Sí. Primero dale el tetero. –Probé la tortilla. Tajadas dulces, espinaca. –¿Quién más está en la casa Ismenia? –Ella continuaba en el otro cuarto. –Santos se levantó. –No se levantará hasta mañana que Domingo se ocupe de él. –¿Cómo lo sabes? –Le pregunté, ahora probando el pan suave con el café con elche. –No pasa sobrio ni dos horas. –Respondió llegando con Flor y tomando el tetero. –Siéntate en la casa. –Le pedí y ella obedeció. Creo que tenía mi edad o menos. –¿Y se comporta así todo el tiempo? Pensé que ya estaba un poco más calmado. –Llora mucho por la señora Astrid. –Flor tomó el borde de la mamila cuando comenzó a comer. –Creo que el señor Santos se va a enfermar si no deja de beber. –Le dolió mucho la muerte de Astrid. Además fue muy cruel y triste de la manera en que pasó. –Sí. El sueño del señor siempre fue casarse con ella, con su hermana. No lo sabía. Nos veíamos  de vez en cuando y nunca supuse eso. Creo que Astrid tampoco, ¿o sí? Era difícil de saber, ella poco me contaba a mí, su confidente era mamá. El servicio de la casa lo sabía todo. Lo escuchaba todo y su discreción era alta pero no dejaban de hablarlo entre ellos. Si algo quería saber seguramente ellos lo sabían.   Para mi asombro dormí toda la noche. Y Flor también. Me quedé con ella hasta casi media noche hablándole y confesándole mi miedo. Acomodé mi ropa en el armario y las gavetas y entonces si le di un poco de agua y a dormir. Creo que me despertó un grito y unos pasos. O fue un golpe. Flor hizo algunos sonidos y me levanté para buscarla. Dormí con ropa y sin destender la cama, así que rápido atendí a la niña, la cambié y me dispuse a salir del cuarto. –¡Dile a todos tus hombres que vayan tras él! –Le gritó Consuelo, me imagino que a su marido. –Lo he hecho. –Respondió calmado. Podía imaginar el gesto de su atractiva cara que hacía tiempo no mostraba ningún tipo de alegría. –¿Y por qué aun no regresa? –Porque una persecución en auto puede ser fatal. –Chico me vio con la niña en brazos y se detuvo, Consuelo me vio también. –Flor tiene hambre, voy abajar a buscar su tetero. –Me justifiqué. –Buenos días Virginia. –Chico me sonrió, pudo hacerlo a pesar de lo que estaba pasando. –Claro, baja. –Me señaló las escaleras. –Buenos días señora Consuelo. –Le saludé pasándole por el lado. –Buenos días. –Apenas por cortesía. –Chico, Domingo solo no se dará abasto para regresar a Santos. –Nos dirá dónde está y si se mete en problemas. Supe que comenzaron a bajar detrás de mí. Yo aceleré el paso. –Tus hombres deben enfrentarlo, detenerlo. –Reynaldo lo hacía. –Chico se detuvo, al escuchar su nombre calmé mi paso. –Reynaldo, ese bastardo, lo golpeó en la cara. –Era necesario, Santos iba a matarse si conducía. –Es una excusa para desahogar toda la envidia y rabia que siente por Santos, por todos tus hijos. –Reynaldo no es un envidioso, no sufre de ese resentimiento que tu mencionas. –Claro, tú lo defiendes porque…–Calló. Lo hizo por mí.   Llegué a la cocina y todos me miraron con sorpresa. –Señora ¿necesita algo? –Creo que todas menos Rafaela, que no estaba, dijeron lo mismo. –Flor tiene hambre. –Le dije mirando la bonita casa de mi sobrina. Mi sobrina. No, ahora era mi hija. Tenía una hija aunque sabía que no me pertenecía, pero yo estaba parta cuidarla y no Astrid. –Iba a subirle el y tetero y agua caliente pero el señor Santos… –Ismenia, la señora solo quiere el tetero para Flor. –La detuvo Inés. –No, está bien Ismenia, continua hablando. –Tomé el tetero y busque una de esas cómodas sillas de la cocina color rojo para sentarme y comenzar a dar comida a Flor. –Es que nos sorprendió que el señor Santos se levantara tan temprano y se fuera a la calle. –Escuché algo pero tomé a la bebé para bajar–recorrí lentamente la cocina con mi vista. –Puedo ayudarlas a cocinar cuando quieran, lo hacía en casa. –No hace falta señora. –Respondió Dorita. –Yo ayudo a Inés en la cocina. Ismenia está encargada de servirle a usted y Rafaela como siempre, atiende a la señora Consuelo. –Igual puedo ayudar cuando Flor esté dormida, bajaría el moisés. –Me sonrieron pero estaban tensas aunque parecían simpatizar con lo que yo dijera. –¿Podemos llevar a tomar sol afuera a la niña, más tarde? –me dirigí a Ismenia. –Sí, claro que si señora. –Ismenia…–Inés volvió a llamar su atención. –Pero antes pregúntele a la señora Consuelo. –Oh, sí por supuesto. Eran una servidumbre discreta y obediente.   –Señora Consuelo. –La detuve ya casi en la puerta de la calle, Cartera en mano, tacones altos. Vestido n***o. Regresó el luto. –Disculpe, quería hablar con usted. –Si es lo que pasó con Santos… –No, no. –La detuve y no pareció gustarle. –Quería decirle que a diario sacaré a Flor a tomar un poco de sol. –Es lo correcto. –Levanto esa quijada. –Solo cuídala mucho. –Por supuesto. –Iba a seguir. –Ah señora Consuelo, no debe temer de que yo quiera o pretenda sacar de aquí a la niña. –Frunció el ceño–Se lo digo porque la servidumbre que usted puso a mis órdenes apenas ayer, no vieron con buenos ojos que yo sacara a la niña al jardín o los alrededores sin su permiso. –Debieron haber confundido mis instrucciones. –Aseguró con ese tono tan suyo y los ojos chispeantes. –Está claro que ahora eres la madre de la pequeña Flor. –Yo la llevaba en brazos y ella no se acercó a verla. –Pero también eres la esposa de Santos, tendrás que ayudarlo. –¿Y cómo podría hacerlo? –No sé. Yo no soy la que tiene dotes de enfermera y consejera, eres tú. –Mis estudios como enfermera han tenido que quedar en el pasado y además lo que su hijo necesita es… –Tu esposo Virginia. –Dio un paso hacia mí. –es tu esposo, y te necesita en todos los sentidos. Así que encárgate de él si llega a regresar. Salió. Yo quedé ahí confundida.   Después de su baño de sol, Flor quedó muy cansada, le dimos un refrescante baño en su bañerita color rosa, además comió y se fue a su cuna. Mientras la veía dormir tan en paz, un inmenso miedo se apoderó de mí pecho. ¿Qué me esperaba en esta casa realmente? ¿Iba yo a ser la niñera de quién?   Parecía ya costumbre despertar yo con un ruido, un alboroto. Otra vez, no tenía ni idea de que hora era pero se trataba de Santos, seguramente. Con la puerta entreabierta cí como Domingo lo llevaba casi a rastras. Con la misma ropa del día anterior y diciendo cosas, palabras en las que el nombre de Astrid se mencionaba. Flor lloró y corrí a verla. No quería que hiciera ruido y ese hombre la descubriera.   La historia de Santos parecía un cuento de nunca acabar. Yo no lo veía y casi no veía tampoco a Chico o a la señora Consuelo. Mis días pasaban disfrutando a Flor. Era tan pequeña e inocente. Tan gordita y bonita. Las mujeres del servicio poco a poco fueron dejándome ayudarlas. Escogimos granos, desgrané vainas, moví guisos, probé salsas y hasta ayudé hacer una torta de chocolate. Lo que tampoco cambiaba eran los constantes reproches entre los esposo, por toda la casa. –Las cuentas están abandonadas, Santos no se ha ocupado más de su trabajo y no cuento con nadie más. –Tienes a todo un personal para que se haga cargo de tus cuentas, Chico. –Las cuentas de esta familia no son para que lleve cualquiera. –Pues espera entonces que Santos se recupere. –¿Y cuándo va a ser eso? Lleva dos días dormido en su cama con la llave pasada. –yo no los había, pensé que no  estaba. –Ramiro está estudiando pero Eugenio tiene que regresar. –¡Eso ni lo sueñes! –Me costó mucho conseguir que se fuera para ahora hacerlo regresar. –No te costó mucho. –Chico le lanzó algo, no veía bien desde mi lugar, justo en la salida de la cocina y ellos a los pies de la escalera. –Geño se marchó por despecho. –Dijo eso y salió de la casa.   Abrí los ojos y Santos estaba frente a mí. De inmediato retrocedí en la cama. Asustada. La puerta  del cuarto de Flor estaba abierta. –No tienes que ponerle llave a la puerta, aquí hay copias. –Dijo. Me paralicé y sé que mis ojos salían de sus órbitas. –Y quita esa cara Virginia, que no he venido hacerte nada, ni a ti ni a mi hija. –No le creía, estaba desaliñado, muy feo. Lo rojo en él era un foco desagradable. –Los dos sabemos que esta boda es falsa, que fue lo que nuestros padres consideraron mejor para criar a Flor. –Lo escuchaba muy sereno. –Así que aquí puedes seguir tranquila que yo no voy a pretender nada de ti como mujer. –Yo seguía alerta,, piernas encogidas, manos endurecidas. –Eso era todo lo que quería decirte–Dio la vuelta y se fue. Yo tardé en respirar y tardé en entender que se había ido. Corrí y cerré. No estaba segura ahí.   Domingo condujo con cautela y yo traté de relajarme. Después de 10 días podía visitar mi casa. Rogaba que estuviera papá y que se encontrara bien. Me preocupaba mucho el avance de su enfermedad. Durante el trayecto, Flor Elena se mantuvo quieta y poco a poco cerró los ojos. Ismenia me había preparado un bolso. Ismenia me había preparado un bolso con todo lo necesario para que yo pasara el día en la casa de mis padres. Así que podía estar hasta muy tarde con ellos allá, lejos de la casa Castro, además había salido con el permiso de la señora Consuelo. A mitad de la entrada de polvo, escuché el grito de Tomás avisando que venía carro y casi al instante, la entrada se llenó de gente. Todos salieron. Todos hicieron que una gran emoción llenara mi pecho. –Vas a conocer a tu familia mi amor. –le dije a Flor bajito. –Todos han salido. –Rió Domingo. –Sí y eso me hace feliz. No se quedaron ahí. Milagros y Gilberto corrieron para alcanzar el carro y en cuanto se detuvo él abrió la puerta. –Nos vemos en la tarde Domingo. –Sí, en la tarde regreso. –Repitió simpático e inclinó la cabeza para ver a alguien que estaba en la distancia, en la entrada: auxiliadora. –Dámela. –me la quitó Gilberto y la acurrucó. Todos la rodearon. Mamá y papá soltaban lágrimas viendo lo mucho que se parecía  a Astrid. Aquí, en casa, ese era el resultado, en la casa de los Castro era idéntica a Flor.   –¿Siéntate! –me ordenó Milagros cuando subí al cuarto para tomar mi reloj y otras cosas. –Cuéntame ¿qué te hizo? –Si te refieres a que me hizo como esposo…–Ella afirmó con la cabeza. –nada. –Abrió mucho los ojos. –Nunca me ha tocado y dudo que lo haga, pasa el día bebiendo, perdido, ausente, llamando a Astrid. Milagros no podía creerme. Luego me abrazó fuerte. –Qué suerte has tenido. –Me dijo. –Santos es muy desagradable. –Me miró luego. –Pero no debes creer en su promesa de no tocarte, en algún momento despertará su hombría, hasta llevado por el despecho de no tener a Astrid o llevado por la venganza–Me miró luego medio sonriente. –pero por ahora no te ha hecho nada y eso es muy bueno. –Reímos y nos abrazamos. –Pienso igual. –Quería hacer un nexo con ella. No logré ser la mejor amiga de mi hermana mayor y tampoco de mi hermana menor y la extrañaba, a ambas por diferentes razones, pero con Milagros tenía otra oportunidad. Después de recoger mis cosas bajé para almorzar. –Siéntate Virginia. –M dijo mamá amable. Flor en ese momento estaba en los brazos de Charito, la había acaparado y papá la miraba a su lado. Por cierto que él estaba más delgado, encorvado. Me preguntaba ¿qué tan efectivo sería su tratamiento? Mamá se sentó también y entonces cada uno tomó su sitio, su sitio de siempre, dejando las dos sillas de mis hermanos vacías. –¿Han sabido algo de Gonzalo? –No, nada. –Dijo rápido Gilberto–pero alguien escribió a Pablo y le dijo que estaba bien. –Espero que sea cierto. –¿Y tu Virginia? –Preguntó papá sentándose en la cabecera. –¿Estas bien? –S-sí. –Los miré a todos con algo de timidez. Se suponía que ahora yo era una señora. Pero a mí me faltaba una pieza importante para ser una señora de los Castro. –Bueno, los extraño y quisiera seguido regresar aquí pero temo perder a Flor. –No puedes perderla, legalmente es tu hija. –¡Milagros! –Es la verdad mamá, los Castro todo lo resuelven. –En realidad Consuelo fue la de la idea. –Dijo papá. –Y en realidad yo… –Papá, la niña es de Astrid no de Virginia. –Replicó Milagros. –Somos sus tíos y podríamos cuidarla. Para mí era una manera de atarla más a ese Santos. –Milagros ¿podrías callarte? –Mamá…–Iba a seguir Milagros. –Ella tiene razón Trina. –Papá levantó la mano. –La madre de la niña era Astrid ya sí debió ausentarse. –Yo no pretendo ocultarle  a Flor quien fue su madre, papá. En el momento que lo dije recordé como hace días la señora Consuelo me siguió hasta el jardín y se quedó mirando a la bebé sobre su manta. –La  cuidas muy bien. Se ve muy sana y activa. –Es una bebé perfecta. –Respondí sin dejar de ver a la niña. –No me equivoqué cuando te elegí para que fueses su madre. –Su madre es Astrid, yo solo me ocuparé de darle el cuido y el amor que ella no pudo. –Su madre eres tu Virginia, así lo dice su acta. Y si cambias eso la niña crecerá confundida y víctima de burlas. –Parecía una instructora. –Mientras menos se mencione a tu hermana en su mundo mejor para ella y para tu relación con Santos. No esperó mi respuesta, se fue.   –Los Castro no esperan que Flor se relacione mucho con nosotros, aun siendo su familia. –Dijo Gilberto con un bocado de ensalada en la boca y de esa manera se esfumó aquel recuerdo. –Pero ahora Virginia es una señora Castro y la bebé podrá venir cada vez que ella la traiga, para mi asombro, mamá estaba feliz con eso. –Lo de señora está por verse. –Sabía que pasaría eso. Sabía que Milagros no se aguantaría un comentario. Para ese momento, Flor estaba siendo consentida por las mujeres de la cocina. Yo miré a Milagros y si traté de que no siguiera hablando pero no pareció entender mi seña. –¿Por qué dices eso Milagros? Tu hermana, Virginia es ahora la esposa de Santos y por lo tanto una Castro. –dile a mamá Virginia. –Me provocó mi hermana de 14 años–Dile que todavía Santos no te toca y que todavía no eres su señora. No sé sí fue el frío que ya comenzaba a pegar por la época o si fue la sinceridad de mi hermana lo que provocó que se me helara el cuerpo. –¿Eso es cierto Virginia? –Todas las miradas sobre mí. Yo solo afirme a la pregunta de mi madre –¿Por qué? Eres su esposa, eso podía traerte problemas. –Deja que ella nos explique, Trina. –Papá calló a mamá. El almuerzo entonces ya no me parecía tan apetitoso, ni tampoco la idea de compartir con ellos. –Santos aun ama a Astrid. –Comencé a decir. –La extraña demasiado, no hace ni un mes que murió. Me ha dicho que no tiene intenciones de que lo nuestro, la relación quiero decir, sea real. Sabe que fue por conveniencia, para que la niña tuviese una madre. –Necesito hablar contigo a solas Virginia. –Dijo mamá y se levantó. Era obvio que yo también tenía que hacerlo y la seguía a la oficina de papá. Sé que estaba molesta, sé que lo que sucedía no le gustaba y también sabía que debía escucharla y tratar de obedecerla. –No entiendo como después de diez días de casada, tú y Santos aun no comparten la cama. –Me dijo con sus ojos marrones fijos en mí. –La mayoría del tiempo no está y cuando está es un borracho despechado mamá. –Es normal que esté así. Astrid era su adorada esposa. Pero tú Virginia. –Colocó su dedo en mi pecho. –Serás su remanso, su paz y calma. Debes ocupar tu lugar como su esposa. –No creo que estés entendiendo mamá. –Traté de suavizar la explicación. –Santos no siente que deba intimar conmigo, para él yo soy  su cuñada y la verdad madre que estoy agradecida con esa decisión. –pero Virginia. –Me tomó por los hombros. –¿No entiendes que lo que no haga contigo lo hará con otra? Y que esa otra tratará de ocupar tu lugar en su vida. No había visto las cosas de esa manera. Intimar con él, ahora que llevaba más tiempo conociéndolo, me provocaba más aversión. Sin embargo, Santos era joven, muy joven y tarde o temprano tendría que resolver ese problema. –¿Entiendes ahora lo peligrosa que es tu resignación? Solo afirmé con la cabeza.                                      
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