Pasé un día tranquilo y solitario el resto del domingo. El Dr. Menard terminó su turno y solo el médico del turno de noche estaría disponible. Mi médico estaría de guardia si surgía algo grave. Las enfermeras de noche me supervisarían en su puesto y me revisarían cada dos horas para asegurarse de que estuviera cómoda.
No hay forma de sentirse cómoda con las costillas rotas, por mucho analgésico que me administren. Además, no quería engancharme a lo que fuera que me impedía sucumbir al dolor. Estaba en un estado de semiconsciencia para no inquietarme y empeorar las cosas, supongo. Intenté con todas mis fuerzas entrar en un estado de entumecimiento, casi de semiconsciencia. Funcionaba un rato, pero luego mi mente tomaba el control, intentando pensar en todo lo que tenía que hacer y en toda
