Pov Isadora Valente El silencio… ese delicioso y punzante silencio… flotaba sobre la sala como una sentencia. Las mujeres de mi círculo me observaban. Unas con respeto. Otras con miedo. Todas con la certeza de que habían cruzado una línea invisible. Una línea que, conmigo, siempre cobra su precio. Apoyé los dedos sobre la superficie de ónix, apenas un gesto. Y todas entendieron que hablar ahora sería cavar su propia tumba. —Que ardan uno por uno —pronuncié con calma quirúrgica, dejando que cada palabra se impregnara en sus huesos—. Todo aquel que se alinee con Matteo Alighieri caerá. No era una amenaza. Era la única promesa que pensaba cumplir sin margen de error. Me incorporé despacio, sintiendo el peso de mis propios pensamientos. El eco de mis tacones rompía la tensión como un bi

