Capítulo 2

1488 Words
Hoy ya era viernes, último día de la semana. Cuatro días habían pasado ya desde que vi aquellos ojos café, apenas cubiertos por los mechones de pelo rubio y lacio. No había vuelto a ver a ese joven en la escuela, lo que en parte me tranquilizaba y, por otra parte, aumentaba la sensación de vacío en mi vida. Hoy había decidido faltar al colegio, pues no tenía ganas en absoluto de ir un viernes; aún así, había olvidado quitar la alarma del celular, la cual sonó como todos los días a las 06:45. Apagué de mala gana el despertador y cerré los ojos nuevamente, intentando en vano volver a dormir. Lamentablemente eso fue imposible; una vez que me despertaba, no volvía a dormir hasta el próximo día. Me levanté de mi cama de mala gana, sintiendo cómo una ola de frío azotaba mi cuerpo. Mi habitación estaba helada, como si hubiese estado nevando aquí dentro. Giré mi cabeza hacia la ventana y vi que estaba abierta hasta la mitad, dándome una fuerte palmada contra mi frente al notar lo imbécil que había sido. Cerré la ventana y volví a meterme en la cama, intentando recobrar el calor que había perdido pero, como supuse, era imposible. Volví a salir de mi cama y abrí la puerta de mi habitación, dirigiéndome directamente al baño; entré en la ducha y abrí el grifo, dejando que el agua caliente recorriera mi cuerpo y me devolviera ese calor que había perdido. Hoy no podría seguir con mi rutina de todos los días, pues no había ido a la escuela y Elliot debía ir al club de fútbol en la tarde. Sólo me quedaba leer algún libro todo el día o jugar videojuegos, pero ninguna de esas dos ideas me atraía realmente. Cerré el grifo del agua y envolví una toalla en mi cintura, abriendo la puerta del baño y corriendo hacia mi habitación. Odiaba que vean mi cuerpo, por eso solía usar mucha ropa holgada y jamás permitía que me vean, siquiera en verano. Me vestí con unos jeans blancos y una camiseta negra, la cual tenía el logo de Linkin Park. Como siempre, no faltaban mis converse negras, las cuales no fallaban al usarlas con cualquier cosa que me ponga. Bajé las escaleras y divisé a mi madre en la cocina, quien estaba preparando el desayuno. —Hijo, ya casi termino el desayuno —me dijo sonriendo, dándole los últimos toques y dejándolo en la mesa. Quería rechazar su gesto e irme a la plaza pero, en el fondo, realmente sentía lástima. Sonreí lo mejor que pude y me senté junto a la mesa, comiendo todas las tostadas que mi madre me había preparado. Me tomé toda la taza de café y sonreí nuevamente, sintiendo mi estómago lleno.  —Voy a salir —le avisé, saliendo de mi casa sin esperar su respuesta. Me coloqué mis auriculares y escogí mi canción favorita de Linkin Park: Castle of Glass. Cause i'm only a crack in this castle of glass. Hardly anything there for you to see.  For you to see... Me perdí tanto en la música que no noté que había alguien frente a mí y choqué con esa persona, cayendo sentado en el suelo. —Lo siento mucho, ¿estás bien? —preguntó una voz grave, la cual sonaba muy dulce. Levanté mi vista y me sorprendí con lo que tenía frente a mí: aquel chico de ojos café, quien me extendía su mano con un rostro que denotaba cierta preocupación. Parpadeé un par de veces hasta que noté que no estaba soñando y tomé la mano del rubio, quien me ayudó a levantarme mientras me dedicaba una sonrisa. —No creí que volvería a verte, gracias por salvarme el otro día  —me dijo el rubio, quien aún no soltaba mi mano. —No fue nada —respondí, soltando su mano al instante. Como el chico frente a mí no dejaba de mirarme con esa sonrisa seductora, dejé escapar una pregunta que tal vez no debería haber salido de mis pensamientos. —¿Eres gay? ¿Por qué me miras tanto? —dije sin pensar. El rubio pareció muy sorprendido ante mi pregunta y comenzó a reír, respondiendo de una manera algo grosera a mi gusto. —Eso no te importa —sonrió dulcemente, aunque su sonrisa no acompañaba sus frías palabras. Fruncí el ceño, sin poder admitir que fue mi error insinuar algo que tal vez no era. Agarré mis auriculares del suelo, los cuales se habían caído al chocar con ese tipo, y pasé junto a él, chocando su hombro. El rubio me tomó del antebrazo y tiró de mí, dejándome peligrosamente cerca de su rostro. —¿Quién te crees que eres, niñato? —preguntó de manera arrogante, frunciendo levemente el ceño sin borrar la sonrisa de su rostro. —¿Ah? —me quejé desconcertado—. ¿Quién te crees tú, rubio idiota? —insinué molesto, fulminándolo con la mirada. El rubio hizo presión en mi antebrazo, logrando que soltara un gemido de dolor. ¿Acaso estaba retándome a pelear o algo por el estilo? De repente, el rubio me soltó bruscamente y siguió por su camino, dejándome totalmente desconcertado. ¿Este idiota estaba buscando pelea o qué? Primero me ayuda con una sonrisa de ángel y luego me hace daño por una estúpida pregunta. ¿Acaso sufría algún trastorno de doble personalidad? Aunque tal vez sólo fuera un idiota Volví a mi casa, totalmente molesto y con ganas de golpear a alguien. Sentía la ira recorrer mis venas, llenándome de adrenalina. Cerré la puerta de mi habitación con llave y hundí mis uñas en mis muñecas, sintiendo un dolor horrible; aún después de hacer eso, la ira no se iba. Y entonces comencé a llorar, sintiendome tan impotente como un niño. Siempre había sido un inútil, eso no era noticia, pero me resultaba imposible no deprimirme e incluso enojarme por eso. ¿Por qué no podía controlar mis sentimientos? Siempre terminaba llevando mis problemas al máximo, aunque fuesen una nimiedad, y así terminaba autolesionándome de alguna manera. Envolví con una venda mi mano, específicamente mis nudillos y la palma de donde aún salía sangre, y bajé las escaleras en busca de algo para comer. Ya había borrado todo rastro de lágrimas de mi rostro, pues jamás me permitía verme débil ante otras personas. Entonces, algo inesperadamente malo pasó: al bajar las escaleras, me encontré con Samanta junto a Mayra, quien era su novia, y dos chicos más. Lo malo no era que estuviese con sus amigos, sino... que uno de esos chicos era el rubio de ojos café con quien había discutido unos minutos antes. El rubio se encontraba molestando a un amigo de mi hermana con una gran sonrisa en su rostro; cuando volteó su cabeza y me vió, aquella sonrisa angelical desvaneció de su rostro, dejando una seriedad increíble. —Oh, Derek. ¿Estabas aquí? —preguntó Samanta inocentemente. Quise decir algo, pero no lo hice; salí por la puerta casi corriendo y me alejé lo más que pude, llegando a mi parque favorito. ¿Por qué ese rubio idiota tenía que estar en todos lados? Ya ni siquiera podía estar en mi casa sin verlo.Por alguna razón sin sentido, ver su rostro me recordaba lo inútil que soy, devolviendo toda esa rabia a mi cuerpo. ¿Acaso se debía a que su persona me recordaba que yo jamás sería así? Tal vez sólo sentía envidia de él y no quería aceptarlo. —Oye —escuché una voz ya conocida a mis espaldas, por lo que me giré a ver—. Tu hermana está preocupada, así que será mejor que vuelvas —habló nuevamente el rubio, mostrando aquella mirada que a mi parecer se veía altanera. Apreté suavemente mis dientes y me senté en una banca, cubriendo mi rostro con ambas manos; sólo quería que me dejase en paz y deje de aparecerse frente a mí. Sentí una de mis manos dejar libre mi rostro y dirigí mi mirada hacia el rubio, quien se había sentado a mi lado y había tomado suavemente mi mano herida. —¿Por qué hiciste esto? —preguntó suavemente, dejando ver su mirada de preocupación. El sentimiento de rabia disminuía lentamente,siendo reemplazado por otro sentimiento desconocido para mí. —¿Qué debería responder? —pregunté seriamente, alzando una de mis cejas. El rubio se rió ante mi pregunta, devolviéndome un poco del enojo que ya casi había desaparecido. Ahora sí que quería destrozarle esa linda cara que tenía, pero algo me lo impidió; el rubio acercó mi mano vendada a sus labios y los depositó suavemente en ella, logrando que la sangre se acumulara en mi rostro. ¿Qué pretendía lograr con esta escena tan cliché? Retiré mi mano avergonzado, cubriendo parte de mi rostro con esta. Entonces, decidí espiar al rubio a través de mis negros cabellos, los cuales ahora cubrían parte de mis ojos; me sonreía de una manera tan hermosa que conmovía mi herido corazón, olvidándome por unos segundos de todo lo malo que sentía. —Por cierto —llamó mi atención—, mi nombre es Nick —puntualizó, dando media vuelta y alejándose mientras agitaba su mano. Hasta su nombre era perfecto, lo que lograba molestarme un poco en cierto punto. Si bien quería seguir enojado con él, no pude hacerlo; un extraño sentimiento quedó plantado en mi pecho, impidiéndome olvidar la manera en que me sonrió.
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