Sofía. Salí del baño de la habitación de Samuel. Habíamos cenado el caldo de pollo que preparé, y aunque tuve que pelear de nuevo para que se bebiera el té de manzanilla, lo conseguí. Ya me había despedido de mis chicos con un beso. —Qué hermosa te ves con mi camisa puesta —Samuel no dejaba de mirarme con ojos lujuriosos. Tuve que ponerme su camisa; me manipuló usando mi propio truco, prometiendo beber el té si la usaba como pijama. La camisa me quedaba grande, pero era suave y olía a él. Me gustaba. —Tonto —me subí a la cama y gateé hasta él. —Te aprovechas de mi amabilidad. —Reímos. Me acosté a su lado, puse mi cabeza en su pecho y llevé una mano a su estómago para darle masajes. —Joder, qué suertudo soy —dijo, feliz. —Tengo a una mujer maravillosa en mi cama, cuidándome como un rey

