CAPITULO 1

2389 Words
*** De rodillas, frente a su novia, Vanesa, está el gran Ares Walton, futuro heredero del emporio de autos Walton’s car. Emocionado, nervioso y feliz, de poder pedirle al amor de su vida, que se case con él. Ares, a pesar de ser, altivo y prepotente, haría lo que fuera por esa mujer, que desde hace casi un año le había robado el corazón; pues desde el día en que, accidentalmente ella se arrojó a su auto, él quedó flechado por esa hermosa rubia, de piernas largas, ojos verdes, y cadera protuberante. En poco tiempo, había perdido la cabeza por quien hoy deseaba que fuera su esposa, no solo para heredar la empresa que le había sido prometida desde nacimiento, y cuya única condición era que estuviera casado, sino porque estaba loco por esa chica. Y aunque ella no fuera de su misma clase social, eso poco o nada le importaba, pues Ares Walton, es el tipo de hombre que solo se enamora una vez, y Vanessa, era el amor de su vida, de eso, él estaba completamente seguro. A sus 27 años se sentía pleno, pues todo marchaba a pedir de boca, era joven, guapo, sexi, multimillonario, y tenía a la chica de sus sueños, de no ser por qué su madre la despreciaba por ser pobre y no tener un apellido de abolengo, todo sería perfecto. —Vanesa, sé que querías que esperáramos un poco más, pero ya no puedo. ¡Estoy loco por ti!, y lo único que deseo es unir mi vida a la tuya. Por favor, no me hagas sufrir y acepta casarte conmigo. —Saca del bolsillo de su chaqueta una pequeña caja que abre para mostrar un hermoso anillo de diamantes que deslumbra a Vanesa, quien jamás pensó poder ver, algún día de cerca, una joya tan costosa. Con esto confirmaba lo enamorado que estaba ese hombre poderoso, de presencia imponente, carácter prepotente, y personalidad misteriosa. Aquel hombre, que sin importar lo complicado, altivo o temible que fuera, estaba de rodillas frente a ella, una simple cantante de bar, que jamás imaginó tener la suerte de que un hombre como él, cayera rendido a sus pies. De seguro era la mujer más afortunada del mundo, pues ella también se había enamorado de él, aunque eran amores muy diferentes. A su propuesta le habría dicho que si de inmediato, de no ser por qué ella, ya estaba casada. Un secreto que debía mantener bien oculto, hasta lograr divorciarse del ampón que tenía por esposo. —¡Amor, no lo puedo creer! —Dice emocionada, intentando mantener la ilusión en aquel hombre, que había derrumbado todos sus muros, y abierto su corazón solo para ella. —Sería la mujer más feliz del mundo, si fuera tu esposa. —Ares sonríe ampliamente al oírla decir eso, pero Vanesa, aún no había terminado de hablar, y en su mente calculadora, estaba pensando en la excusa perfecta, para rechazarlo, eso sí, sin despreciar la valiosa joya, que tenía frente a ella, pues si bien Vanesa amaba a Ares, había algo que amaba aún más, y era el dinero y los lujos que siempre soñó tener desde niña. Encontrar el dinero y el amor en una sola persona, era algo que solo pasaba en las películas, y ella lo había conseguido. No permitiría que todo se fuera a la borda por aquel hombre, que siendo joven la engatusó, haciéndole creer que viviría en un cuento de hadas, y no ha sido así. 7 años de matrimonio, a sus 25 años, le han demostrado a Vanessa, que de amor no se come, no se pagan las cuentas, y no se es feliz. —Estoy tan emocionada. Yo… —Premeditadamente, se queda callada, intentando demostrar dificultad al hablar. Empieza a llorar desconsolada, lo que preocupa a Ares, que de inmediato se levanta al no soportar ver derramar una sola lágrima a la mujer que el tanto idólatra, pues para Ares, Vanesa, es la mujer más sincera, empática, tierna, hermosa, y de buen corazón, que puede existir en este mundo. —Cariño, ¡hey!, no llores, por favor, me haces sentir mal. —La abraza, y ella se aparta, mirándolo con vergüenza. —Lo siento, hoy debería ser un día feliz, pero, en cambio, me he puesto a llorar como una tonta. —Calla por un momento, mientras el chico más guapo y rico del país, seguía consolándola. —Si tan solo… —Hace una pausa, para llamar el interés de Ares, pues Vanesa es manipuladora en extremo, y sabe qué hacer y que decir en su justo momento —¿Si tan solo qué, amor? —Si tan solo tu madre me aceptara, te juro que en este momento tendría ese anillo en mi dedo, y contaría los días para darte el sí, en el altar. —Sin embargo, lo que creía Vanesa, sería la excusa perfecta, para Ares no lo era, y menos siendo un hombre que no está acostumbrado a perder en nada. Se aparta de ella con una mirada fría, muy habitual en él, que lo representa, aunque con Vanesa, casi siempre se mostrara tranquilo, y amoroso. —Me estás diciendo, ¿qué me rechazas por mi madre? —Ella con cabeza gacha, nada más asiente. —¿Por qué te preocupa gustarle a mi madre, cuando al único que le tienes que gustar es a mí? —Yo no quisiera causarte problemas con tu familia. Sé que ella es muy importante para ti, y quisiera poder casarme con el hombre que amo, sin sentirme atacada por su madre. —Finalmente, expone ella, con las lágrimas, rodando nuevamente por sus mejillas, pues ella sabía, que sus lágrimas, eran la debilidad de Ares. —Está bien, entiendo cómo te sientes, pero por favor ya no llores. No quiero que ese hermoso rostro, se hinche por cosas que tienen solución. Mañana mismo hablaré con mi madre, con respecto a esta decisión, y te juro que todo mejorará para ti. Vanesa de inmediato, seca sus lágrimas y cambia de expresión, arrebatándole, prácticamente de las manos, la caja con el anillo que él aún sostenía. —¡Está precioso! Sé que aún no te he dicho que si, ¿pero puedo quedármelo, mientras solucionas todo con tu madre? —¡Claro que si cariño!, es tuyo. Sin dudarlo, pone el anillo en su dedo, devolviéndole la caja a Ares, como si esta ya no tuviera ninguna función. Mirando sin parar el gran diamante que tiene en su dedo, preguntándose una única cosa en ese momento. «¿Cuántos millones costará este anillo?» *** Muy emocionada por volver a ver a su familia, después de dos largos años, de noviciado, se prepara la joven Aurora, para regresar a su casa, ya con 20 años cumplidos, con la esperanza de ver a su padre, y a su hermanastra, Adriana, a quien quiere mucho; pero no a su madrastra que fue quien se encargó de recluirla en ese convento por dos años como novicia, solo para alejarla del chico que le gustaba, Simón, un estudiante de ingeniería de sistemas, quien era despreciado, por haber metido en mucho problemas a Aurora, y ser pobre, pues ante todo ella es una Hermswort. Y aunque ahora estaban arruinados debido a la mala administración de su padre, Isaías Hermswort, y al derroche de dinero de su madrastra, Eloise, seguían rechazando a aquellos que no consideraban dignos, pues a pesar de estar llenos de deudas hasta la médula, ellos pertenecían a una de las familias más prestigiosas y con más renombre del país, y mientras nadie de la alta sociedad supiera de su bancarrota, su apellido era suficiente para sostenerlos. —¡Aurora! —La llama la madre superiora desde la puerta, mientras camina hacia ella, que está terminando de arreglar la maleta. Al escucharla, de inmediato, Aurora, se gira hacia ella, y le ofrece una pequeña reverencia. —¡Señora! —Veo que ya estás casi lista para irte. —Así es madre superiora. —¿Y estás feliz? —Mucho. —A pesar de estar emocionada, se mantiene tímida y tranquila, sin mirar a su superiora a los ojos como se le enseñó. —Pues me alegra mucho Aurora. Sin embargo, recuerda que estos tres meses que se te darán, son para que tomes la decisión de tomar los hábitos o de dejar el convento definitivamente. —Lo sé, madre. —Es bueno que lo consultes con tu familia. Pero también es bueno, que hagas lo que te diga tu corazón. Siempre has sido una buena novicia, y me encantaría tenerte como monja, pero a Dios si no se le va a amar como se debe, es mejor que se le ame desde afuera. Tú entraste obligada a este convento, y aunque eres una buena niña, aquí no queremos obligar ni presionar a nadie para que tome la decisión, de llevar por siempre un hábito. Debes tener presente que este es un convento de Clausura, con una filosofía de vida aislada del mundo, dedicada únicamente a nuestro señor. —Lo sé, madre superiora. Pondré todo mi esfuerzo para tomar la mejor decisión para mi vida. —Me alegra escuchar eso querida. No está de más recordarte que hasta que se cumpla la fecha de la decisión, deberás respetar el hábito. Usándolo a diario, y llevando con honor tu velo, y una toca que cubra tu rostro, solo podrás dejar ver tus ojos. No es bueno, que una posible monja de nuestra congregación, deje ver su rostro, o su cuerpo con ropas que puedan generar malos pensamientos en las demás personas. —Aurora sabía las reglas de la congregación, y no le molestaban, después de dos años, ya estaba acostumbrada a seguirlas. Además, ella sabía que era muy bonita. Otras novicias, cuando la veían sin la toca, alababan su hermoso rostro, de facciones delicadas, ojos azules, nariz perfilada, labios gruesos y carnosos, pestañas largas, y cejas bien definidas. Lo que no le molestaba a Aurora, porque su rostro, era un vivo retrato de su madre. Lo que sí agradecía, era llevar el hábito, pues a diferencia de otras chicas, Aurora, se había desarrollado muy tarde, esto pasó, durante los dos años de convento, por lo que su cuerpo había cambiado. Ella siempre había sido delgada, pero sus senos se habían agrandado, sus caderas se habían ensanchado, logrando que tuviera un cuerpo de reloj de arena, sus nalgas estaban redondas y perfectamente torneadas, al igual que sus piernas, pero quizás eso se lo debía al trabajo pesado del convento, pues todo lo hacían ellas, desde cargar los bultos de la comida, hasta limpiar todo el claustro, que era inmenso. … Ya era muy tarde, y Aurora salía rápidamente de la estación del tren, esperando encontrar un taxi que pudiera llevarla a su casa. Como no tenía móvil, ya que esos aparatos, no son permitidos en su congregación, y tampoco había un teléfono cerca, que pudiera usar para llamar a alguien. Decidió caminar, con la esperanza de que pudiera encontrar alguna solución. Inocente, camina por las calles oscuras y casi desoladas, de un barrio que parece peligroso. Pérdida, sin saber que hacer, toma asiento en una parada de autobús, muy cansada por cargar su maleta, y con una sensación de ahogo, por tener todo su rostro cubierto. Le faltaba el aire, y aunque intentaba tranquilizarse, las ganas de poder respirar bien, hacían que inconscientemente abriera la boca, lo que provocaba que la tela de la toca se pegara a su rostro, dificultando aún más el paso de aire a sus pulmones. Desesperada, sintiendo que se asfixia, retira de un solo movimiento, aquella tela que cubría su rostro, jalando también su velo, dejando que su cabello envuelto en varios dobleces, cayera. Aurora, de inmediato, sintió cómo una bocanada de aire entraba a sus vías respiratorias, permitiéndole recuperar las fuerzas que hasta hace un momento sentía que había perdido. De pronto, más calmada, cae en cuenta de lo que ha hecho, mira a ambos lados, mientras intenta cubrir su rostro nuevamente, confirmando que nadie la estuviera viendo, y entonces se fija que hay un auto muy lujoso, de color n***o, de vidrios polarizados, detenido casi en frente de ella, esperando que el semáforo cambie. Preocupada, termina de cubrir su rostro, y toma su maleta, al ver que un taxi por fin pasa y hace caso a su mano que intenta detenerlo. Ya en el taxi, no puede evitar mirar hacia atrás por la ventana, y divisar el lujoso auto. —¿Alguien habrá visto mi rostro? —Pensaba preocupada, pues Aurora, es una joven muy temerosa, a la que le gusta ser obediente y cumplir sus promesas. La atormentaba pensar, que no tenía ni un día fuera del convento, y ya estaba rompiendo las reglas. —Hermana, ¿hacia dónde se dirige? —Le pregunta el taxista, haciendo que Aurora centre su vista al frente. —Discúlpeme, estaba distraída. Lléveme por favor al barrio Lambeth. … Después de unos 40 minutos que le tomó trasladarse a su casa desde el otro lado de la ciudad, en el taxi, Aurora, toca varias veces la puerta de la mansión Hermswort, al saber que ya es de madrugada y que todos duermen, hasta que finalmente, alguien escucha su llamado. —¿Quién es?, ¿quién se atreve a tocar a estas horas? —Preguntan al otro lado de la puerta, y de inmediato, Aurora reconoce la voz de su hermana. —Adriana, soy yo, Aurora. Adriana, sin poder creer lo que acababa de oír, abre la puerta con premura. —Aurora, ¿de verdad eres tú? —Le pregunta al verla completamente cubierta, de pies a cabeza. —Sí, soy yo, por cuestiones religiosas, no puedo mostrar mi rostro. Sin embargo, por ser tú… —Aurora, aparta por unos segundos la toca de su rostro, y de inmediato, Adriana la abraza, al confirmar que es ella. —¿Por qué no avisaste que vendrías? Mi madre estará furiosa. —Justamente, por eso no avisé. Si lo hubiera sabido, no me habría dejado venir. Aurora entra a la casa, cargando la maleta, con ayuda de su hermana. Ambas están felices de volver a verse, pero hay algo que también les preocupa, y es la reacción que tendrá Eloise, al saber que su hijastra Aurora ha regresado.
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