Capítulo 2: La Boda que Descolocó Todo
Así que, la mañana después de la boda que más parecía un sueño, me encontré frente al espejo pensando en cómo habíamos llegado a este punto. La respuesta estaba en la propuesta de Jonathan, en la necesidad de resguardar mi posición y en la sorpresa de que, aunque este matrimonio era más falso que un billete de tres dólares, algo en la actuación resonaba de manera inesperada.
Me dirigí a la cocina de mi apartamento, donde Daniel, con su elegancia intacta, hojeaba una revista que ya había capturado todo el evento. Nuestros ojos se encontraron, y en ese silencio matutino, ambos parecíamos entender lo complejo que sería el camino por delante.
—Good morning —saludé, rompiendo el silencio con una sonrisa a medias.
Daniel me miró con un brillo juguetón en sus ojos.
—Good morning, esposa. ¿Ya te acostumbraste al título? —contestó con una sonrisa que hacía juego.
Me reí, sorprendida de lo fácil que resultaba que nuestra relación ficticia generara momentos genuinos.
—Supongo que tomará un tiempo. ¿Café? —pregunté mientras preparaba las tazas.
—Perfecto. Parece que nos espera un día lleno de eventos —observó Daniel, echándole un vistazo a la agenda que Jonathan nos había dado.
Sentados en la mesa del desayuno, la conversación derivó hacia los pormenores del próximo acto en nuestra comedia matrimonial. La presión por mantener las apariencias aumentaba con cada evento planificado, y yo estaba en una lucha interna entre la necesidad de la farsa y esa autenticidad creciente que asomaba.
Cuando discutíamos los detalles de una cena de gala, no pude evitar preguntarle a Daniel:
—¿Cómo te sientes realmente acerca de todo esto? Me refiero al matrimonio de mentira.
Daniel me miró, sus ojos oscuros revelando una mezcla de resignación y determinación.
—No es lo que tenía en mente para mi vida, pero supongo que a veces hay que adaptarse a las circunstancias. ¿Y tú?
Esa pregunta sencilla desencadenó un vendaval de pensamientos en mi cabeza. ¿Cómo me sentía de verdad? ¿Era solo una farsa o algo más?
—Es complicado —admití finalmente, desviando la mirada—. Pero estamos en esto juntos.
Daniel asintió, aceptando la respuesta sin presionar. A medida que avanzaba el día, nuestra relación ficticia se volvía más complicada, y ambos nos preguntábamos si podríamos mantener la farsa sin sucumbir a las emociones reales que empezaban a brotar.
La tarde nos llevó a reuniones laborales, eventos públicos y una sesión de fotos para reforzar la imagen de nuestro "feliz matrimonio". Sin embargo, entre las poses perfectas y los gestos estudiados, Daniel y yo compartíamos miradas cómplices que revelaban un entendimiento más allá de las cámaras.
Finalmente, de vuelta en el apartamento, la tensión acumulada se disipó, y nos encontramos en un momento de tranquilidad. Mirando la ciudad iluminada por la ventana, rompí el silencio.
—Daniel, ¿alguna vez te has preguntado cómo sería si todo esto fuera real?
Daniel se acercó, su expresión mostrando una vulnerabilidad rara vez vista en público.
—Más de lo que imaginas.
En ese instante, la línea entre lo real y lo ficticio se volvió aún más borrosa, y la farsa de nuestro matrimonio de mentira pareció chocar con la realidad de nuestras emociones. En el silencio que siguió, ambos nos enfrentamos a la encrucijada de un camino incierto, donde las máscaras podrían caer y las verdades ocultas saldrían a la luz.