Capítulo 4: Batalla en la Chamba
La oficina estaba a reventar con el bullicio del día laboral cuando entré, cargando la tensión de la noche anterior como si fuera el último meme viral. La onda entre Daniel y yo, antes más suave que un smoothie, ahora se convertía en un terreno de emociones explosivas.
Jonathan, oliendo el drama, nos hizo señas para que fuéramos a su oficina.
—¿Todo bien entre ustedes? —tiró, sus ojos escudriñando nuestras almas en busca de respuestas.
—Sí, todo cool. Solo estamos ajustando detalles del proyecto —contesté, tratando de que mi tono sonara más tranqui que el café de la mañana.
Jonathan asintió, pero esos ojos de sabueso suyo decían más de lo que admitía.
Esa semana, las juntas se volvieron un reto. Daniel y yo peleábamos por mantener la onda profesional, pero las miradas intensas y los choques accidentales de codos revelaban que nuestra relación ficticia estaba más enredada que el cable de los auriculares en el fondo de la mochila. En una tarde más tensa que una cuerda de guitarra desafinada, nos encontramos solos en la sala de conferencias, enfrentando un problema de trabajo que amenazaba con hacer trizas nuestro matrimonio de mentira.
—¿Cómo llegamos a este punto? —susurró Daniel, sus ojos buscando los míos.
—No lo sé. Pero necesitamos superar esto. El trato está en juego, y nuestras vidas profesionales también.
Charlamos de estrategias empresariales, pero la tensión emocional estaba tan densa como la pizza de queso. Mientras discutíamos, quedó claro que la farsa había cruzado la línea de lo fácil.
La noche cayó, y nos encontramos en un bar, intentando diluir la tensión con unos tragos de vino. La conversación se deslizó hacia lo personal, lejos de la tierra firme de la empresa.
—¿Cómo llegamos aquí, Alexandra? —preguntó Daniel, sus ojos buscando respuestas en los míos.
Le di un trago a mi copa antes de responder.
—No lo sé, Daniel. Pero cada día, esta farsa se vuelve más real. ¿No lo sientes?
Él asintió, sus ojos reflejando la telaraña complicada de emociones que nos envolvía.
—Quizás es hora de reconsiderar todo esto. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?
La pregunta quedó flotando en el aire, resonando como el tono de llamada de un celular perdido. Mientras la noche avanzaba, la decisión de seguir con el matrimonio de mentira o echar el freno se volvía cada vez más urgente.
Días después, en una reunión con Jonathan, la situación llegó a un punto crítico.
—El trato está en riesgo. Necesitamos una solución rápida y efectiva —declaró Jonathan, mirándonos fijo a Daniel y a mí.
Nos lanzamos una mirada que decía más que mil palabras, una comprensión muda de que la decisión estaba en nuestras manos.
—Jonathan, hay algo que necesitamos soltar —arrancó Alexandra, su voz resonando firme.
La verdad sobre nuestra situación matrimonial real y la maraña de emociones de nuestra relación ficticia salió a flote. Jonathan escuchó en silencio, sus ojos parpadeando entre sorpresa y preocupación.
—Esto es más enredado de lo que imaginaba —reconoció Daniel, su expresión llevando la carga emocional como un meme viral.
Jonathan, después de un momento de meditación profunda, asintió.
—Entiendo. Pero necesitamos una solución. ¿Están dispuestos a seguir con esto o es el fin del camino?
Alexandra y Daniel intercambiaron miradas, sabiendo que la decisión que tomaran tendría consecuencias que cambiarían el rumbo de sus destinos enredados. La encrucijada los forzaba a encarar la verdad y a tomar medidas que influirían no solo en sus carreras profesionales sino también en sus vidas personales. ¡Y aquí estábamos, en el lío más grande desde que alguien decidió mezclar piña con pizza!