Si boca por fin llegó para quedarse y mientras la tomaba con fuerza de las caderas, para impedirle moverse, la castigaba con su boca, haciéndola retorcerse de placer, gemir y hasta gritar, mientras su espalda se arqueaba y las manos tiraban con fuerza de la tela con la esperanza de romperlas y liberarse, pero la tela no cedía, y los nudos presionaban sus muñecas con fuerza, cada vez que buscaba liberarse, mientras él seguía castigando su cuerpo en su zona más sensible. —¡Esteban. . . por amor a Dios!— él se sentía satisfecho al ver y escuchar cuánto estaba disfrutando ella de su encuentro— ¡Oh, Esteban, Esteban!— gritó, cuando el orgasmo explotó dentro de ella, los espasmos recorrieron su cuerpo con violencia, catapultándola al éxtasis, se quedó sin respiración y abrió la boca, buscando o

