Capítulo 06: Nuevo cliente

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Fernando –¡Voy a romperle la cara a tu hermano! ¡Ni siquiera tú podrás evitarlo! Las amenazas de Matteo Fioretti se escucharon desde la entrada del recinto. Algunos asistentes trataban de hacerse los de la vista gorda o disimular su asombro mientras completaban su rutina de ejercicios, aunque era evidente que el escándalo calaba en su curiosidad. –¡Ya cálmate Matteo! Reconocí la voz de Alonzo Conte al instante. Al parecer había llegado antes que yo y agradecí que fuera así, porque oportunamente se encontró en el trabajo de apaciguar a esos dos contrincantes. Tal como lo esperé, ambos se encontraban cerca al ring de box. La plataforma era lo suficientemente alta como para cubrir los hechos y alejarlos de la vista del público. Cuando llegué hasta el dichoso escenario pude ver al Conte sujetando a Matteo de los brazos para evitar una pelea mano a mano, mientras que a Romeo lo capté de lo más tranquilo, parado frente a él como si no temiera a su impulsividad. La sonrisa bufona dibujada en su cara me exasperó tanto como no lo imaginé. No me agradaba ese rostro de superioridad, mucho menos como dirigía aquel gesto a quien consideraba uno de mis hermanos pequeños. –Ya es hora de que pares ¿No crees? Te estás portando como un niño malcriado. Su reacción tan odiosa me hizo intervenir. Si tenía un problema con Matteo, definitivamente lo tenía conmigo. (Y eso que ya sabía que el Fioretti al que defendía no era un santo). –Este no es un buen lugar para el intercambio de palabras, Romeo Greco. Mi repentina aparición lo sacó de su jodida seguridad. Cruzó los brazos a la altura de su pecho en un inconsciente impulso de protección y trató de mantener la misma bravuconería frente a mí. –Señor Villa. Por fin lo conozco, encantado de conocerlo… Extendió la mano con cortesía, esperando a que yo hiciera lo mismo y dejase de lado lo ocurrido, pero nunca accedí a su voluntad. Miré su mano extendida aguardando por la mía y la dejé allí, esperando de mi parte por un saludo que jamás llegaría. –Me gustaría decir lo mismo, pero la circunstancia en la que nos venimos a cruzar no es precisamente la más cordial. Están armando un escándalo en mi gimnasio, las personas aquí vienen a despejarse mientras hacen deporte, no a enterarse de sus problemas. Me coloqué delante de Matteo para ponerle fin a ese ridículo enfrentamiento. El Fioretti menor empezó a recobrar la compostura y Alonzo dejó de ejercer presión para retenerlo. Dada la ocasión, tuve la oportunidad de observar a aquel muchacho detenidamente. Jamás había sido un hombre dubitativo de sí mismo, pero su aspecto físico empezó a sembrar en mí las inseguridades que nunca antes tuve. Para empezar él era un tipo de estatura regular y aceptable, tan solo por unos centímetros debajo de mí, los ojos azules que poseía evocaron en mi mente al del color zafiro, acompañados de esa terrible expresión seria que estaba seguro, arrebataba suspiros a cualquier tipa de su edad. ¿Será este el tipo de hombres que el atraen a Sofía? Me pregunté en un arranque estúpido de pensamientos tontos. –¿Cómo entraste aquí sin ser m*****o? –me concentré en él para quitar todas esas ideas bizarras de mi mente– –Acabo de adquirir una membresía, señor Villa. Es un placer para mí conocerlo en persona, ya me habían hablado de su gimnasio, permítame decirle que este lugar es increíble. –¡Increíble va a ser la paliza que le daré a tu hermano! ¡Lo voy a joder como no tiene idea! –intervino Matteo una vez más y con euforia, quitándole esa sonrisa aparentemente amable de los labios– –Matteo. –advertí sin siquiera mirarlo y este optó por volver al mutismo, permitiendo que prosiguiera con Greco– Escúchame bien amigo, si eres cliente de mi gimnasio está bien, como dueño de este lugar jamás te negaré la oportunidad de optar por nuestros servicios, sin embargo, eso no te da derecho a molestar a uno de mis hermanos. –porque quería que le quedara bien claro que ellos eran parte de mi familia– Lamento que este inconveniente haya llegado tan lejos, pero si hay algo que debes saber es que todos los jueves a estas horas el área de box se encuentra cerrada para la práctica privada de los Fioretti y los Conte. –¿Privada? ¿No se supone que es un entorno para los miembros? Respiré hondo y sonreí hipócritamente, mostrando la amabilidad que comúnmente demostraba frente a todos. –Todo el gimnasio es de libre uso, salvo esta área, ya que puede ser apartada cuando la situación lo requiera si se hace el pedido con anticipación. Ahora estimado Greco, creo que será mejor que vayas –o mejor dicho, se largara– en busca de un entrenador que te ayude con la rutina que tengas en mente. Su mirada impasible amenazó con no obedecer. No quité mis ojos de los suyos tan solo para no darle el gusto de verme titubear frente a su implícita intimidación. A fin de cuentas optó por moverse, dándome un gesto con la cabeza que interpreté como una despedida antes de que nos diera la espalda y saliera de aquel espacio. –No recuerdo haber visto tanta altanería en un muchacho desde nosotros mismos en la adolescencia. Sentenció Alonzo, aflojando los nervios tras tanta tensión. –¿Se puede saber qué fue lo que sucedió? Matteo apenas me miró. Él era uno de los dos menores hermanos de Angelo, por lo que siempre decíamos que tenía de donde aprender esa bravata suya que no dudaba en mostrar en todo momento. El niño pequeño con el que solíamos jugar ya no era tan chiquillo como antes. Con dieciséis años recién cumplidos Matteo era todo un adolescente, con todos los problemas propios de su edad. Alonzo se ofreció a enseñarle un poco de combate, para que tal vez de esa forma pudiese canalizar todos los cambios de humor del paso a la adultez y dejara de ser tan problemático en la escuela. –El hermano de ese idiota, Riccardo Greco, va en el colegio conmigo y Chiara. Ahí estaba el meollo del asunto. Chiara, la medio hermana menor de Alonzo y la que parecía ser el amor platónico de nuestro pequeño problemático. –¿Y eso qué tiene de malo? ¿Acaso es un problema estudiar en tu misma escuela? –¡Claro que no! El problema es que Riccardo invitó a Chiara al baile de primavera que se dio anoche, y el muy imbécil la dejó plantada. –de pronto ya no tenía a un solo hombre enfadado, puesto que Alonzo también empezó a cerrar los ojos para contener la ira– Hoy me enteré de que no tuvo ningún imprevisto que le impidiera llegar, se apareció en la fiesta acompañado de otra chica. –Santa madre de… –no terminé de decirlo, porque la voz oscura del Conte ya pedía con la mirada café el suceso completo sobre su hermana– –Lo golpeé, lo golpeé muy fuerte y se fue a quejar con su hermano. Por eso ese tal Romeo vino hasta aquí a molestar ya decirme que “la violencia no soluciona nada” –enfatizó aquella frase con ironía, haciendo una mala imitación de Romeo– –Entonces ese tal Riccardo no tiene lugar a quejas. –concluyó Alonzo con amargura, volviendo a su propia rutina– Tiene bien merecido el golpe. –Yo creo que sí. –bramó el menor de los dos y aproveché la distracción de Alonzo para hablarle directo– –¿Y ese acto fue por justicia o despecho? En mi situación no cabían las bromas o el buen humor, sin embargo no pude dejar pasar algo que nos había tenido adivinando a los tres durante mucho tiempo y peleando por si era posible o no. Ahora lo confirmaba, Matteo estaba enamorado de Chiara y le valía muy poco ser menor que ella. –Lo que sea que fuera, es así como uno debe defender a la chica que le gusta ¿No? Elevé un poco más el tono cuando el Conte golpeó el saco de arena desde su lugar, afinando el oído para escuchar con éxito mis susurros. Matteo dejó caer los guantes que se quitó de las manos y sonrojado hasta el cuello, caminó hasta los vestidores, librándose del bochorno y las burlas. –Es así como se debe defender lo que uno siente… –susurré para mí mismo sin poder creer lo que estaba pasando con mi esposa y conmigo– Hasta el pequeño está dispuesto a defender lo que ama. Y si él podía ¿Por qué yo no?
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