Capítulo 3

2041 Words
CAPÍTULO 3 Calmada, necesitas estar calmada. «¡Necesitas estar calmada para ponerte un maldito vaquero en las piernas, Amy! ¡Dios mío!». Mis pensamientos me regañan y yo me dejo llevar por ellos por lo nerviosa que estoy.  No sé si arreglarme por la falta de tiempo, por tratar de verme presentable, porque solo tengo cuarenta y cinco minutos para estar lista para enfrentarme a ese hombre. «¡Ese hombre que ha recibido mi relato por error! ¡Qué estúpida soy! ¡Despistada!». Nota mental, no tocar el celular cuando estoy en estado de ebriedad, solo si es una emergencia. Logro colocarme los vaqueros azules, unas botas largas y negras que me llegan hasta las rodillas, las cuales se ajustan a mis piernas, y una camisa blanca abotonada ajustada al cuerpo de manga larga que abrocho por arriba de mis codos. Hoy ha descendido la temperatura, así que me viene perfecta esa prenda. Me dejo el cabello suelto, algo de rímel para elevar mis pestañas y listo. Nada de base ni otro tipo de maquillaje. No quiero que tenga la impresión de que me alisté para él. La ropa es formal, pues seguro él irá formal. ¿O no? Mierda, no quiero entrar en duda. Me pongo frente al espejo y peino mi cabello con los dedos para crear ondas al final de este. Si lo peino con el cepillo, puede que se infle, y es lo que no quiero. Peino mi fleco hacia el costado, echo el cabello castaño largo por encima de mi hombro derecho, aliso la camisa y tiro del final de esta con mis manos. —Listo. Ahora debo enfrentar al señor Voelklein y defenderme para que no crea que soy una acosadora —me digo a mí misma, aunque mis palabras no suenan tan firmes como esperaba. Estoy muerta de miedo. Saludo a mi gata, que decide dormir una vez más, agarro mis llaves y me marcho de mi apartamento. Con pasos firmes y aquella seguridad que me dan estas largas botas oscuras, salgo a la calle. Deseo no quebrarme cuando lo vea. El café está abierto, dado que el fin de semana se ocupa de atenderlo los dueños y sus hijos, Kevin y Jhoan. Una pareja de ancianos tan tierno como estrictos. Ya veo las mesas de la acera, pero no lo diviso. Quizá se encuentra en su interior, pero al llegar a la vidriera y ver el interior del lugar, tampoco lo vislumbro entre las personas. Busco su rostro y tampoco está. Reviso la hora de mi celular; ya es el horario que me indicó.  El café está justo en una esquina, así que decido doblarla. Tal vez se encuentra en las mesas que están a la vuelta. Se me detiene el corazón en cuanto lo veo sentado en una de ellas. Mis labios se separan un poco para poder respirar mejor y me detengo en seco. Levanta su mirada del periódico que lee y que sostiene con sus largos y finos dedos. Nuestros ojos se encuentran. Siento que todo a mi alrededor se detiene, se nubla y que solo somos nosotros dos los que habitan este mundo. Tengo la sensación de que para él también. Dobla el periódico sin dejar de mirarme y lo deja a un costado de la mesa de madera, que cuenta con una sombrilla conectada a ella. Puedo ver con claridad cada facción de su rostro sin necesidad del sol, que aún sigue oculto entre las nubes parciales. Se pone de pie para recibirme y yo me acerco a él. Ambos nos estrechamos la mano, y eso me toma por sorpresa. No esperaba un recibimiento así. Está de traje, uno gris, y corbata, de la cual cuelga una pequeña hebilla. Debajo de este lleva una camisa blanca. Viste unos pantalones del mismo color que su traje y calza unos zapatos oscuros. Es alto, muy alto.  Trato de que su apariencia no me intimide aún más. —Buenos días, ¿señorita…? —me saluda con una formalidad y amabilidad que me derrite. —Amy Steele —me presento. Me felicito por sonar formal.  «Muy bien hecho, puedo sentirme orgullosa de eso». Otra vez siento una electricidad adictiva ante el roce de nuestras manos al ser estrechadas. La suelto con rapidez.  Mierda.  —Tome asiento, por favor. Gracias por aceptar este encuentro. Nos sentamos. Me cruzo de piernas y pongo mis manos por encima de mis rodillas. Estoy seria, necesito estarlo para tomar el control de mis emociones. —Lo siento mucho, señor Voelklein. Mis palabras me toman por sorpresa porque salen de mi boca sin antes ser analizadas.  Él se remueve sobre su silla, apoya el codo contra el borde y se lleva los dedos por debajo del mentón, pensativo. —¿Qué es lo que siente realmente? —inquiere ceñudo y serio. Me siento una niña siendo regañada y no sé si voy a soportar que alguien tenga esa actitud conmigo. Su semblante se vuelve sereno e inexpresivo. —Seré sincero con usted… —suelto el aliento y miro mis manos entrelazadas. No puedo soportar verlo, es intimidante— en mis momentos de soledad me dedico a escribir fragmentos o relatos que poseen contenido para adultos. Simplemente me gusta colocar como protagonistas a las personas que encuentro o veo en la calle con una intención de hacerlo más realista. Me dedico a leer novelas con ese tipo de contenido para poder perfeccionarme en ese género que tanto me llama la atención.  Asiente con lentitud. No sé qué pasa por su cabeza, y eso me pone de los pelos. —¿Tus relatos cuentan con únicamente dos protagonistas? —cuestiona serio. ¿A qué viene esa pregunta? —Sí —musito—. La mayoría de los relatos que escribo cuentan con dos protagonistas. —¿Y la protagonista siempre es usted? Si hubiera tenido café en la boca o cualquier líquido, lo hubiera escupido hacia un costado.  ¿Qué? Mis mejillas se sienten acaloradas, todo el calor sube a ellas. No sé cómo responder a esa pregunta. Trago saliva y remojo mis labios. Mierda. —No, señor Voelklein, yo no soy la protagonista de ningún fragmento —aclaro con rapidez y firmeza. —¿Por qué su relato me ha dado a entender que a la que estaba follando era a usted? Sus ojos despiden un destello malicioso y puedo jurar que tiene también un gesto divertido que oculta al apartar la mirada ante la pregunta. Me siento incómoda. No puede preguntarme algo así ni tomarme por sorpresa de este modo. Creí que sería un encuentro donde le pediría disculpas y ya. ¡No quiero hablar sobre mis relatos! —Yo no soy la protagonista. Suelo usar la primera persona en la mayoría de mis relatos —me defiendo y no puedo ocultar mi indignación. —Ya. —Levanta las palmas de sus manos en forma de rendición —. No pretendía ofenderla.  —Es normal utilizar la primera persona. En varios relatos incluyo la tercera persona —me explico—, pero si usted hace referencia al fragmento que le envié, vuelvo a pedirle disculpas. Fue un error y no quiero que piense que soy una loca que anda por allí acechando a hombres como usted para escribir ese tipo de contenido. —¿Y cómo es un hombre como yo? —curiosea. Eso me ha tomado desprevenida y me ha dejado en desventaja. Meneo la cabeza, desentendida. —¿Qué? —Quiero saber qué es lo que le ha llamado la atención sobre mi persona para incluirme en un relato tan íntimo con ese —reformula. Se inclina sobre la mesa, apoya sus labios contra sus manos entrelazadas y me dedica una atención que me intimida aún más. —No voy a responder eso. —Oculto una sonrisa estúpida. Sus ojos grises se posan sobre los míos. El ambiente se vuelve algo sofocante a pesar de estar al aire libre. De pronto me encuentro nerviosa. —¿No cree que debe darme una explicación? —contraataca. —Se la he dado, señor Voelklein —espeto y lo contemplo. —Solo responda esa pregunta y la dejaré en libertad. —¿En qué momento me he vuelto su presa como para dejarme en libertad? Se echa hacia atrás, deja caer su espalda en el respaldo de la silla, sonríe y menea la cabeza. «Touché». —Mi pregunta es simple, señorita Steele. Quiero saber si usted me ha encontrado lo suficientemente atractivo como para escribir una escena tan intima como la que me ha enviado. —Vuelve a inclinarse en mi dirección y soy yo ahora la que se echa hacia atrás—. Supongo que no ha sido una elección aleatoria. ¿Atractivo? ¡Aquel tipo es un dios sacado del Olimpo! ¿Acaso me inquiere por una belleza que él ya debe saber? Es decir ¿no tiene espejo en su casa como para comprobarlo? Su aire arrogante me deja descolocada de nuevo. —Mis elecciones entran en el estándar de belleza masculina que creo que, si me han dejado sin aliento a mí, pueden dejar sin aliento a cualquier lector —me excuso con tono profesional. ¡No voy a decirle que es guapísimo! —Así que la he dejado sin aliento —es lo único que rescata de mis palabras. Me deja boquiabierta. ¿Acabo de ver cómo esboza una sonrisa que intenta ocultar estúpidamente detrás de sus dedos? —¿He contado algún chiste del cual no fui consciente, señor Voelklein? —Me pongo a la defensiva. —Mire, señorita Steele, mi intención no fue citarla aquí para regañarla o demandarla por algún intento de acoso hacia mi persona, me parece absurdo hacerlo cuando no veo maldad al llevar dicha acción. —Vuelve a ser aquel tipo formal que conocí la primera vez que lo vi—. Mis intenciones con usted son otras. Ese fragmento que usted me ha enviado me ha dejado maravillado e incluso halagado por ser quizás un intento de musa para usted.  Vaya, no me esperaba esa reacción tan... ¿afirmativa? ¿Positiva? Es que es tan serio, tan profesional, que no puedo adivinar con lo que podría llegar a salirme. —¿Qué intenciones tiene conmigo, señor Voelklein? Sus ojos grises se clavan en los míos. —Quiero que deje de recurrir a la literatura para obtener herramientas para sus escenas eróticas. Quiero demostrarle escenas de ese tipo en la vida real, sin letras, sin oraciones que la dejen a su imaginación. A su suerte. Que sea en vivo. Quiero demostrarle el sexo en primera persona. Y no me malinterprete, no voy a tener relaciones sexuales con usted, pero sí le demostraré la anatomía humana cuando se trata de sexo.  —Ilumíneme —le pido en un murmullo y apenas se me escucha. —Quiero recrear escenas eróticas en la vida real para usted y ser el protagonista de sus historias, de sus palabras. Ayudarla a que visualice una escena en primera persona y que pueda crear relatos con más verosimilitud, más realistas. Olvídese de sus libros eróticos, de los videos pornográficos denigrantes y crueles que solo la industria pornográfica podría darle. —¿Quiere que lo mire teniendo sexo y escribir mientras lo observo? —reformulo. No puedo salir de mi asombro ante su propuesta. —Decirlo así me hace quedar como un pervertido. —Se echa a reír; su risa es tan fresca que podría oírla todo el día—. No sé si usted querrá que tenga sexo con otras mujeres mientras observa. Eso depende de su decisión. Estoy a su merced. Podemos recrear cualquier escena que usted quiera, obviamente no será incluida en ninguna. pero quiero, y sería un gran halago para mí, ser su inspiración para la narración de sus relatos. Sí usted queda conforme con su resultado, puedo contactarla con un editor para publicar su novela. Me muerdo el labio inferior.  No quiero dejar pasar aquella oportunidad que solo él, Matt Voelklein, podría ofrecerme. Estoy perpleja. Lo escruto con cierta sorpresa. Él la nota con claridad. —Acepto su propuesta, señor Voelklein. Me lanza una sonrisa perversa que repercute en la parte más íntima de mi cuerpo.
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