Capítulo 3: Hijo secreto.

1519 Words
─¿Verónica? ─dijo Alexander desde la puerta de su oficina. ─¿Diga? ─incliné mi cuello, mirándolo con curiosidad. El almuerzo había sido una montaña rusa de emociones y tener que regresar ahora a uno de sus principales problemas no ayudaba a su confundida cabeza. ─La señorita Mendes ha estado llamando desde mi teléfono. ¿Podrías hacer lo que te dije hace unas horas? ─¿Llamarla y cancelar? ─dije confundida. Él asintió con la cabeza antes de encerrarse de nuevo. Ella lo había hecho, fue lo primero que había hecho en su día. Ella no había sido grosera, lo que la sorprendía por la actitud de Mendes de hace un rato. Con una pequeña sonrisa en mis labios, comencé a marcar su número. ─Buenas tardes señorita, el señor Harrison me comunica que no va a asistir a su encuentro ─dije con voz profesional. En la otra línea se escuchó un resoplido de frustración. Sonreí ampliamente. Hacerla enojar le parecía tan divertido. ─A ver, perra, yo sé que estás celosa de mí porque puedo estar con Alexander ─rió. ─Gracias por su atención. Que tenga una hermosa tarde, señorita ─colgué. Seguí con mi trabajo, comunicando con todos los socios de la empresa para un nuevo hotel en las Bahamas. Unos minutos después, Alexander salió de su oficina y me entregó un pequeño estuche. Era un anillo de compromiso. ─Póntelo ya. Mi padre está subiendo en el ascensor. No digas nada. Mi cabeza se movió rápidamente de arriba hacia abajo mientras me ponía el anillo, un poco grande para mi dedo. Alexander agarró mi mano y la observó por unos segundos antes de irse y encerrarse de nuevo. Su padre se presentó un minuto después de que él se fue, saludando a los demás trabajadores de la planta. Cuando llegó hasta mi escritorio, no pude evitar sonreír. El mayor de los Harrison se retiró de su puesto un mes después de que comencé a trabajar como secretaria; era un buen jefe. ─Hola, Verónica. ¿Está mi hijo? ─Claro que sí, señor Miguel. Ya me avisó de su llegada. Puede entrar ─señalé la puerta de la oficina. ─Veo que te vas a casar ─señaló mi mano─. Qué afortunado es ese chico que te dio el anillo ─dijo mientras caminaba hacia la oficina de su hijo. ─Es afortunado ─susurré con ironía. La red de mentiras comenzaba desde ya. Mi pulgar pasó por mis labios al ver la computadora; no había revisado los diez correos electrónicos desde la mañana y si quería irme temprano hoy, tenía que hacerlo rápido. ─Adiós, Verónica. Fue un gusto verte de nuevo ─me dijo el señor Miguel al salir de la oficina de Alexander diez minutos después. ─El gusto fue mío, señor Harrison. Adiós. ─Que tengas una linda tarde ─me dio una última sonrisa y se fue al ascensor privado. XXX El abogado había llegado; el señor era muy mayor y revisaba unos papeles en silencio. Alexander estaba nervioso y no sé por qué; estaba tranquila antes de que el señor pusiera su mirada en mí cuando terminó de leer. Era desagradable. ─Señorita Evans, puede firmar el contrato ─dijo el abogado. Mordí mi labio inferior repitiendo en mi mente que esto era malo para mi salud mental; necesitaba urgentemente salir de aquí y de este ambiente. Alexander me pasó un bolígrafo cuando terminó de firmar él; mi mano tembló, pero eso no impidió que firmara. Lo había hecho. ─Ahora eres una Harrison ─se burló. Lo cuál no. No tenía que cambiar su apellido y tampoco quería hacerlo ya que esto no duraría. —Tengo que presentarte a mi hijo Izan —habló sorprendiéndome completamente. Yo creía que sabía lo esencial de mi jefe y un hijo no nombrado era algo nuevo. ─¿Hijo? ─pregunté sorprendida─. No sabía que tenías un hijo. ¿Cuántos años tiene? ─Um, sí,— parecía que el tema era incómodo para él. —Mira, esto no lo hago amenudo pero tengo que hacerlo. Izan tiene cuatro años y es muy importante para mí y desde ahora queda muy claro de no fotos para el no me gusta que este en ojo publico cuando es muy joven. El mi prioridad y su seguridad me lo tomo muy en serio Sonreí. ─Está bien para mí. El abogado se despidió rápidamente diciendo que iba tarde a una reunión. Estrechó su mano con la de Alexander y después con la mía, demorando unos segundos más. ─Debemos irnos también ─dijo Alexander, tomando su saco de su escritorio. Cuando encontré mi bolso, salimos de la oficina. Estábamos bajando en el ascensor privado, me estaba arreglando un poco mi cabello en el espejo de este cuando Alexander se acercó a mí. ─Necesito que nos tomemos una foto. Suspiré largo e intenté no parecer cansada. ─¿Publicidad? ─Sí ─asintió con la cabeza─. ¿Lo harás? ─Claro. ¿El tuyo o el mío? ─enseñé mi teléfono. ─Tenemos la misma marca de teléfono. ─Entonces en el mío. ─Que se note el anillo. ─Bien. Lo haré ─me agarró por la cintura, pegando nuestros cuerpos. Tomé la foto. ─Pásamela ─dijo, al llegar al primer piso fuimos directamente hacia la salida, ignorando las miradas de todos hacia nosotros. Era algo que se tenia que acostumbrar desde ahora. No quería ni saber los nuevos chismes que se estaba esparciendo por la empresa. Nos montamos en una camioneta negra en silencio. En todo el viaje fue así de incómodo, pero gracias a Dios pusieron música clásica. Lo observé en silencio jugando con mi anillo, pasándolo por todos mis dedos, viendo que en ninguno me quedaba perfectamente. Se podía decir que en realidad no era para ella y fue su última opción. ─Llegamos ─se abrió un portón n***o─. Sígueme, Verónica ─me abrió la puerta. Ignoré por completo mi alrededor, sorprendida por el tamaño de la casa; era claramente una mansión. Abrió la puerta y todo lo que vi fue blanco, algunos detalles eran de color n***o. Cada paso que di me mareaba; solo se podía ver blanco. En la sala, todos los muebles eran de color gris, con una mesita de vidrio entre los enormes sofás y un candelabro en el techo. En las paredes había pinturas grandes de artistas que no conocía. ─Siéntate. ¿Quieres algo? ─negué con la cabeza─. Si no quieres nada, iré a buscar a Izan. Se fue por las escaleras y yo seguí observando la gran mansión. Una joven se me acercó vestida con un vestido azul oscuro y un delantal blanco, con el típico peinado recogido en una coleta. Supuse que tendría la edad de mi madre, alrededor de los cuarenta años. ─Eres la nueva que limpia ─dijo sin preguntar, afirmándolo. ─No ─respondí con una sonrisa cínica. Hoy era el día donde parecía que todas querían ser groseras con ella. ─¿Y quién eres tú? ─preguntó ofendida. Dos encuentros incómodos en un día, ¡vaya suerte la mía! Estaba a punto de responder cuando escuché unos pasos cercanos. Bajaba por las escaleras Alexander con un niño pequeño que era su vivo retrato, pero con ojos verdes. Sus mejillas estaban sonrojadas y su cabello despeinado indicaba que acababa de levantarse. ─Izan, ella es Verónica. La veremos por aquí a menudo, bebé ─le sonreí al pequeño─. Verónica, él es Izan, mi hijo. Miré hacia un lado con una ceja alzada, sintiendo la satisfacción al ver a la sirvienta pálida antes de irse rápidamente por un pasillo. ─Hola, Izan —le di una gran sonrisa al niño con los ojos hinchados de dormir. ─Hola ─respondió con una sonrisa tímida, agarrándose fuertemente del brazo de su padre. ─Iremos a comer afuera en algún restaurante para hablar mejor. ¿Está bien? ─preguntó Alexander. ─¿Quieres venir, Izan? ─pregunté─. Si tú vienes, yo también. ─Sí ─respondió, sus pequeñas manos subieron a sus mejillas, dándole un aspecto gracioso a sus labios. Nunca imaginé que Alexander tendría un hijo, aunque soy su secretaria desde hace pocos meses. Izan era un niño hermoso, igual a su padre pero más tímido y agradable. Salimos de la mansión y nos montamos en la parte de atrás del auto, con Izan en su asiento de seguridad. Un hombre subió al asiento del copiloto en silencio, supongo que era el chofer. Izan me miraba con curiosidad mientras se mordía el pulgar. Se acercó lentamente a mí y puso una de sus manos en mi brazo para después quitarlo. Miré a Alexander preguntándole en silencio qué pasaba, pero él solo encogió los hombros y peinó el cabello plumoso de su hijo. Cuando llegamos a un restaurante, no dejé de preguntarle cosas a Izan para hacer el encuentro menos incómodo. Él me hablaba de una de sus amigas en el jardín de infantes que tendría una fiesta el fin de semana y de lo emocionado que estaba por ir. Así transcurrió la comida, solo Izan y yo hablando, o algunas veces Izan preguntándole cosas directamente a su padre. Alexander se mantenía callado, con el ceño fruncido y concentrado en su plato, solo levantaba la mirada cuando su hijo le pedía que le limpiara la cara con una servilleta. Parecía sorprendido de lo que estaba ocurriendo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD