Capítulo 4

1794 Words
Llego a mi departamento sin creer lo que ha sucedido esta noche. ¿De verdad he firmado un acuerdo con ese mamón insufrible? Sí. Me pongo el pijama y me desmaquillo antes de meterme a la cama. Sé que me voy a meter en una enorme mentira. Pero, qué más da. Alessandro es el que debe pensar en su familia. —Idiota —susurro metiéndome a la cama. Lo que tiene de guapo, lo tiene de imbécil. ⭐⭐⭐⭐ Han pasado tres días desde mi encuentro con Alessandro Caruso. Y, esta mañana, aparecieron cinco mil dólares en mi cuenta bancaria. Al principio, creí que estaba alucinando, pero luego de verificar de nuevo. Ahí estaba. Al parecer, Alessandro Caruso tiene palabra. Es por eso que. Ahora estoy en la clínica de retiro para pagar ese monto. La mañana siguiente del episodio, en casa de Alessandro, recibí la llamada de Margot. Al parecer, el hombre la llamo para decirle lo satisfecho que había quedado con mi compañía. Pendejo. Por lo menos ha cumplido con su parte del trato. Ahora, solo tengo que pagar parte de la deuda. Francis no da crédito al ver el recibo, que indica que he hecho un pago por cinco mil dólares. —¿Cómo lo conseguiste? —Únicamente confórmate con saber que pronto tendrás los dos mil quinientos que hacen falta. —Me pongo de pie. —Tengo que irme a trabajar, tome mi hora de descanso para venir a traerte eso. —Adiós. —murmura, aun desconcertada. Avanzo por el lugar y busco a mi madre. La encuentro sentada en una mesa mientras juegan a las cartas. —Hoy está muy animada. Una de las enfermeras. Olga se detiene junto a mí. —Despertó con ganas de jugar al póker. Una sonrisa de mis labios. —Ella es buena. —Lo es —secunda la mujer —Y la está pasando muy bien. En ese momento, su risa llena el lugar y es todo lo que necesito, para saber que vale la pena lo que estoy por hacer. Ella lo es todo y soy capaz de lo que sea, con tal que este bien. Cuando los ojos se me humedecen, me aclaro la garganta. —Debo irme. Pero vendré el fin de semana. Asiente con una sonrisa compasiva. Me alejo del lugar y me dirijo de nuevo al Gimnasio. El lugar es uno de los más exclusivos de la zona y aunque paga bien. No es suficiente para cubrir la clínica. Cuando llego, tomo mi lugar detrás de la recepción. —Qué bueno que llegas —dice Ruth, una de las chicas nuevas en el Gimnasio. —¿Sucede algo? —El computador se quedó colgado —sus ojos negros me miran con preocupación. —A ver— murmuro poniendo mi bolso a un lado. Me acerco al computador y efectivamente, está colgado. Pero es algo que se puede solucionar la mayoría del tiempo reiniciando el computador. —Disculpa, pero no tengo acceso —una mujer rubia, ataviada en un conjunto deportivo rosa chillón, se detiene frente a mí. —Buenas tardes— digo en modo de respuesta. —Si me permite su credencial. Rodando los ojos, deja su credencial de socio sobre el mostrador y la tomo. —Apresúrate, ya mi clase está por empezar. —Deme solo un par de minuto, solo estoy reiniciando el sistema. Ruth se remueve nerviosa y evito poner los ojos en blanco. —Dime algo Jazmín ¿Te ha llamado? La mujer echa para atrás su cabello. —No. Pero ya verás como vuelve en cuanto se entere de que estoy saliendo con Mario— se ríe entre dientes —Si eso no hace espabilar a Alessandro, no sé qué más podría hacerlo. Estas mujeres exclusivamente están en busca de un buen postor y que mantengan sus gustos. Evito resoplar. Cuando el computador ha cargado, tomo la credencial y la paso por el lector. Ya veo el problema. —Lo siento, pero el sistema me informa que debe tres mensualidades y, por ende, se le ha suspendido el acceso. —¿Disculpa? —la mujer parece indignada —¿Qué te crees para decir eso? —Lamento las molestias ocasionadas, pero le invito a cancelar las mensualidades pendientes y de esta manera, disfrutar del servicio. Mi tono es monótono e intento hacerla entender. La mujer, a su lado, la mira con una mezcla de horror y diversión al mismo tiempo. —No sabes quién soy, ¿Verdad? Llama a tu gerente. Si me dieran un dólar cada vez que escucho eso. Respiro profundo. —Como guste— murmuro. —¡Es un abuso! —Sisea. Tomo el teléfono del mostrador y marco, pero esta me lo arranca de la mano. —¡No vas a someterme a una humillación pública! —espeta. Esta, inhala helio. —Me acaba de pedir que llame al gerente. Maldice y revisa el bolso que lleva. Saca una tarjeta de crédito y me la tiende. —Cóbrate —escupe. Miro a Ruth que está atenta a la desagradable mujer. Al igual que otros clientes. Intento pasar la tarjeta y reprimo una sonrisa cuando se la tiendo de regreso. —Denegada. Al lado, su amiga se sonroja. —¿Sucede algo? —Adrián, el gerente, llega. —La señorita no tiene acceso a las instalaciones por retrasos en su pago. —Saben, ¿Qué? ¡Váyanse al diablo! —nos señala— ¡Ustedes no saben quién es mi novio! —Cálmate, Jazmín —dice su amiga que es más inteligente que la rubia. —Alessandro Caruso se va a enterar de esto —me ahogo cuando escucho el nombre—Él tendrá sus traseros en la calle cuando se entere de la afrenta que me han hecho. —Lamentamos el malentendido— dice con evidente incomodidad. Adrián hace un gesto con su mano hacia la puerta, que cabrea más a la mujer. Esta me lanza una mirada asesina, antes de salir del Gimnasio hecha una furia, seguida de su amiga. Adrián me mira con gesto serio. —Quien las viera, tan altivas y sin un céntimo en sus bolsillos —cuchichea Ruth. —Ahórrate los comentarios— espeta Adrián, y yo reprimo mi sonrisa. —Vuelvan a su trabajo. —con eso se retira. Ruth y yo intercambiamos una mirada, antes lanzar una carcajada. Mi trabajo es hilarante. Cuando Ruth vuelve a sus tareas, me quedo pensando si, en realidad, es cierto que la mujer es novia de Alessandro. Él dijo que no le gustaban las ataduras. Pero, es hombre y todos dicen lo que sea con tal, de conseguir lo que desean. ¿Será el mismo Caruso? Bufo. Obviamente sí lo es. La mujer tiene el estilo estirado que posee Alessandro. ALESSANDRO POV.  Si los años no me hubiesen enseñado a mantener mis emociones a raya. Habría revelado lo cabreado que me sentí cuando Kate me arrojo la copa de vino, directo en el rostro hace varias noches atrás. La mujer tiene agallas. Pero está equivocada si cree que habrá una próxima oportunidad. No me jacto de ser un caballero andante, ni de armadura brillante. Menos, ser de los que poner la otra mejilla. No. Soy un hombre con expectativas simples que espera sean cumplidas. Detesto la incompetencia. Haz lo que te pido de manera eficiente y hazlo bien a la primera. Pocos podían cumplir esa simple demanda. Acaso, ¿Es difícil estar a la altura de las expectativas que tengo? Algunas de las mujeres más hermosas habían estado a mi merced y aceptado todas mis exigencias en un abrir y cerrar de ojos. Ellas querían lo que tenía para dar. Ansiaban saborear el poder que le otorgaba ser mías. Sin embargo, Katherine Peters, con su altanería y su boca descarada, consiguió más en menos de una hora, de lo que muchas han buscado por años. La mujer era hermosa. Con sus ojos color marrón y cabello castaño, sus curvas bien proporcionadas, las que podrían cautivar a cualquiera. Por eso la escogí entre las fotografías que Margot envió. Kate estaba en una clase propia. Pero. Ya le haría saber quién tiene el poder en este trato. —Veremos qué tan descarada eres. —Murmuro. Un golpe en la puerta me seca de mis pensamientos, trayéndome a la realidad y con incredulidad, veo a Jazmín entrar, pavoneándose. —Alessandro. —¿Qué haces aquí? — me reclino en mi silla detrás del escritorio. Sin esperar a que la invite, se sienta en una de las sillas frente a mí. Evito poner los ojos en blanco, cuando sube su vestido color rojo, más de la cuenta. —Sabes que, a pesar de lo mal que te has portado conmigo, yo aún te amo. Ese barco ya zarpó. Arqueo una ceja. —Si mal no recuerdo, la última vez que nos vimos, me dedicaste palabras contundentes. —Alessandro… —Pedazo de mierda, egoísta —la corto —Idiota, arrogante— se sonroja —Sí. Creo que esas fueron las que más me causaron gracia. —Estaba muy enojada —espeta. —Te he entregado los últimos dos años de mi vida, solo para ser desechada como si fuera… nada. —Los últimos dos años te he dejado claro que no quiero una relación contigo. —Tomo mi Montblanc y juego con ella. —Te dije, desde el principio, que únicamente podía ofrecerme a cubrir tus necesidades físicas y económicas —sus labios se transforman en un feo mohín —No estoy interesado en dar más. Y fuiste bien retribuida. —Eres un pendejo. —Gracias. Si viniste por dinero, no pienso darte un solo centavo más— sonrío un poco —Deberías sacarle algo a Mario. Boquea con indignación. —¿Qué? Pensaste que no me iba a enterar o esperabas otra reacción de mi parte —chasqueo los labios. —Conozco tus juegos, y yo lo sé todo —señalo la puerta—Ahora, que la puerta no te golpee al salir. —¡Imbécil! — chilla con histeria —No sabes de lo que te has perdido. —Créeme. Estoy consciente de ese detalle —le guiño. —Me las vas a pagar. —Lo he escuchado antes. Adiós, Jazmín. Camina a la puerta y barre las esferas decorativas sobre la cómoda junto a esta. Pero, una queda intacta. —Jazmín —la llamo, ella se detiene. Ya ha abierto la puerta y sus ojos me lanzan puñales. —Te falto una —señalo encima de la cómoda, con gesto imperturbable. —¡Vete al cuerno! — grita, antes de salir y cerrar la puerta de un portazo. —Está loca —digo y lanzo un suspiro. Es una suerte que no haya pensado en ella para mis planes.
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