IAN Observo de manera extraña a Reagan, quien de la nada se ha montado sobre mí, gimiendo y actuando como si la estuviera follando de verdad, el asunto es que no es así, ni de cerca. Vine a su casa porque me mandó un mensaje diciendo que por fin comenzaríamos con las asesorías, al parecer tenía otros planes, en cuanto la puerta de su habitación se cierra, alcanzo a ver un destello de cabello rojo. —¿Qué haces? —frunzo el ceño e intento apartarla de mí. En cualquier otra ocasión lo permitiría, sin embargo, creo saber en el fondo por qué se comporta de ese modo, y no pienso prestarme a esa clase de tonterías infantiles. Ella voltea a verme con una sonrisa socarrona. —No seas aguafiestas —dice tocando un dije que lleva colgando—. ¿Acaso no es esto lo que tanto querías? Mueve las caderas,

