PIPER Tiemblo, cubriendo mis pechos. Puedo sentir el calor recorriendo mis mejillas, al tiempo que sus ojos inspeccionan el desastre que he hecho, con ese mismo ceño fruncido que tiene en el rostro cada vez que me mira o está cerca de mí. —¿Estás bien? —Ian llega en menos de un pestañeo, tomando una toalla para ayudarme a ponerme de pie y envolverme en ella, sin que le importe mojarse. —Sí, gracias —me cuesta un mundo decir esas dos palabras. En especial porque ahora no solo me duele el cuerpo por la caída, sino que la vergüenza me obliga a querer que me trague la tierra. Una vez que cubro mi cuerpo con la toalla, intento mantener la calma. Sin perder tiempo, salgo del baño; el dolor punzante en mi brazo me obliga a descender la mirada, y el golpe comienza a teñirse de un color r

