PIPER
Llego directamente al lavabo y me remojo el rostro con agua fría. Me siento estúpida por haber corrido, pero fue lo mejor; a Reagan no le gusta que nos relacionen. Además, nunca interfiero con sus cosas, ni ella en las mías, o al menos trata de hacerlo la mayoría del tiempo.
—Maldición —musito por lo bajo.
Respiro con dificultad; mi mente es un completo caos. Todo mi mundo se derrumbó hace mucho tiempo. Difícilmente las cosas me afectan de esta manera, pero esta vez es diferente; es como si mi propia hermana se hubiera puesto como meta destruirme sin razón alguna.
Levanto mi mirada; mi reflejo es solo una parte de lo podrida que estoy por dentro. Remojo mis labios hinchados; mis ojos azules han perdido su brillo y ahora son como dos esferas opacas sin vida. El ruido de varias voces llega hasta mí; al principio son como ecos en mi cabeza, ecos que poco a poco van tomando forma. Alguien se acerca.
Tomo mis cosas y me escondo en uno de los cubículos vacíos del baño, cerrando justo a tiempo cuando las voces se hacen más presentes.
"¿Vieron su cara?"
"Sí, pobrecita, creo que piensa que nadie se dio cuenta."
"Pero todo el mundo vio lo patética que es; es decir, se trata de Ian Howard, era obvio que iba a preferir a Reagan por encima de ella."
"El pobre ni siquiera le puso atención."
"Sí, es una verdadera lástima; yo creo que ella es muy inteligente."
"Ya, pero es gorda y fea."
"No seas grosera, Alma; Piper no es gorda, de hecho, tiene un buen cuerpo: vientre plano, pechos firmes, curvas y unas piernas largas y bien tonificadas. Es como una Venus."
"¿Y tú cómo sabes eso?"
"Porque la vi el otro día en los vestidores; la verdad es que sorprendió todo lo que esconde detrás de esa ropa de Ralph el demoledor."
"Maldita lesbiana."
"Solo digo que, si se vistiera de otra forma, su vida sería mucho mejor en la universidad."
Mis ojos se empañan de lágrimas; recorro mi blusa y me muerdo la otra muñeca mientras esas chicas siguen hablando sin una base sólida de los hechos. No tienen idea de nada.
"Escuché que ella no era así; de hecho, dicen que, al igual que su hermana, era súper popular en su anterior escuela, que incluso salía con un chico de lacrosse."
"No lo creo."
El dolor estalla en mi brazo como pequeñas agujas que se filtran en mis venas hasta llegar a mis huesos.
"Como sea, es una don nadie."
El sabor de la sangre vuelve a explotar en mi boca y lamo con fuerza. Escucho que la puerta se vuelve a abrir con rabia, y esta vez se trata de una voz conocida, una que solo es capaz de traerme a la realidad.
—¿Por qué no dejan de hablar de alguien a sus espaldas y se van de putas con los chicos del equipo de fútbol? Oh, Alma, dicen que haces unas buenas mamadas; bueno, ese es el rumor que se corre con los de último grado.
"Estúpida."
Varias murmuran cosas de las que ya no pongo atención alguna. Escondo mi nueva herida bajando mi blusa de manga larga negra. Esta vez traigo unos jeans azul cielo, mis converse oscuros y una chamarra de mezclilla que me queda una talla grande. Pero es cómoda; la ropa holgada se hizo mi mejor amiga.
—Sal —golpea mi puerta.
Ajusto la correa de mi bandolera y abro la puerta. Una castaña de ojos marrones y tez clara me observa con preocupación: Tamara Sullivan, mi mejor amiga desde los cinco años. Ella es la única que sabe todo de mí, o al menos, casi todo.
—Dios, tienes que aprender a defenderte, Piper.
Salgo y me dirijo al baño; me lavo las manos con nerviosismo, una manía que tengo cuando algo me pone demasiado mal. Tamara se acerca y me toma de las manos con sorpresa, levantando las mangas de mi blusa. Sus ojos adquieren un tono oscuro al ver las marcas que yo misma me he provocado.
—¿Volvió a pasar? —inquiere con cautela.
—No —miento.
—Mientes, no me mientas a mí, Piper; tu padre te volvió a pegar —agarra mi rostro con una mano y me observa a detalle—. ¿Esta vez por qué fue? ¿Qué hizo Reagan?
Sello mis labios.
—No te quedes callada, maldita sea.
—No es nada; solo llegó tarde a un evento de papá. Tuve que ir a buscarla a Dunts Roll, eso fue todo.
—Claro —bufa—. Y como siempre, te echaron la culpa de sus mierdas, joder.
—Es lo habitual —encojo los hombros.
—No deberías dejar que te trate así; es decir, tienes que cuidarte hasta de tu propia familia.
—Y es por eso que tengo que irme. Cuando termine la universidad, me iré a Nueva York a buscar empleo en uno de los mejores bufetes; dejaré todo atrás —suelto un suspiro cargado de cansancio—. Necesito un empleo para ahorrar dinero; mis padres nunca me dejarán ir si Reagan no lo permite.
—¿Y las tutorías?
—Ya no —arrugo la nariz—. Nadie quiere que yo sea su tutora; todos se van con mi hermana. Ella es la que se está haciendo de una fortuna con lo que le paga la escuela.
—Esa puta —murmura.
—No le digas así.
—¿La defiendes después de todo? Es lo que es: una puta que solo te arrastra en sus problemas.
—Da igual.
—Piper, eres un cerebrito, la chica más inteligente que conozco. Esos imbéciles no se dan cuenta de que tienes el mejor promedio de toda la universidad y de la facultad de leyes.
Sonrío; Tamara es así. Ella es la única que me puede hacer sonreír últimamente. Bajo la mirada y mi rostro palidece.
—Tengo que encontrar empleo, uno sin que mis padres se enteren.
—Cumplirás dieciocho; puedes hacer lo que quieras.
—Pero mi padre es juez; si quiere, solo le basta con chasquear los dedos y hacer que me despidan, que nadie me contrate.
Sus ojos siguen fijos en mis heridas; acaricia con su pulgar la nueva marca que me acabo de hacer con mis dientes.
—Tienes que dejar de hacer esto, Piper; necesitas ayuda.
Retiro mis manos de las suyas y vuelvo a esconder todo con mi blusa.
—Estoy bien; solo fue un episodio.
—Uno que se hace seguido, ¿no te parece?
La miro por el reflejo del espejo.
—Como sea, mañana es tu cumpleaños.
Un escalofrío recorre mi espina dorsal. Hace mucho que mi cumpleaños dejó de importarme. Una de las cosas por las que me di cuenta de que el universo no conspiraba a mi favor es que mi cumpleaños es el mismo día que el de Reagan. Es decir, no somos de la misma edad, pero nacimos el mismo día: yo cumplo dieciocho y ella veintiuno. Mis padres dejaron de festejarnos juntas cuando ella cumplió quince años, y desde entonces solo me felicitan por obligación. Hay veces en las que se les olvida que existo y solo tienen ojos, mente y corazón para ella.
—Tenemos que celebrar antes, hoy mismo.
La voz de mi mejor amiga me regresa a la realidad.
—¿Hoy?
—¡Sí! Hay un club nocturno que llevo años queriendo visitar.
—Sigo siendo menor de edad.
—Hasta mañana; el punto es que conozco a alguien que nos puede ayudar a entrar. Di que sí; ambas lo necesitamos, por favor, vuelve a ser la misma chica que hace cinco años hizo una fiesta en su casa.
—Creyeron que fue Reagan.
—Pero eso no es verdad. Anda, sé buena chica y vamos a hacer que vuelvas a ser una mujer divertida como lo eras antes.
Un nudo se forma en mi garganta. Antes era alegre y feliz, antes de que Reagan comenzara a meterme en más problemas, antes de que mis padres me vieran como una constante enemiga en sus planes de vida, antes de que yo me considerara el número que no encaja con la ecuación del resto del mundo.
—Está bien —me resigno.
En unos años más me iría de este pueblo; ¿por qué no divertirme? De cualquier manera, haga lo que haga, siempre seré la villana del cuento, la puta y mala hija para mis padres, el comodín de mi hermana mayor y la chica invisible para todos los chicos. ¿Qué más podría pasar?
—¡Pasaré a tu casa cuando tus padres se vayan a su cena!
Asiento y salimos del baño, esta vez más tranquila; me enfrento al mundo estudiantil.
Para cuando las clases terminan y llego a casa, mi madre ya me está esperando, saliendo de entre las sombras con una báscula en las manos.
«No, otra vez no, por favor.»
—Por fin llegas.
—Se me hizo un poco tarde...
—Sube —demanda.
Observo la báscula a la que me somete casi siempre, desde que mi hermana hizo un comentario acerca de que estaba subiendo de peso, cosa que es mentira, porque sigo igual de delgada que toda la vida. Ella se ha empeñado en verificar cada cosa que me llevo a la boca para que no sea una mancha más grande que eche a perder la imagen de su familia perfecta.
Dejo mis cosas a un lado y, mirando con terror, subo a la báscula.
—Cincuenta y cuatro kilos; tienes que llegar a los cincuenta para el término de la semana —dice sin emoción—. Hablaré con la cocinera para que solo comas ensalada y verduras crudas, hasta que vea el número cincuenta en esta báscula.
—Bien —susurro.
Ella me ignora; ni siquiera me mira a la cara. ¿Por qué me tuvo? ¿No era más fácil abortarme y listo? Eso me hubiera evitado tanto sufrimiento; solo se hubieran quedado con Reagan, yo no debí nacer.
—Saldremos; tu hermana está en una pijamada con sus amigas, llegará tarde, por lo que no quiero que la metas en problemas —sisea caminando hacia la estancia principal—. No metas en tus asuntos retorcidos a tu hermana.
Me mira con odio por encima del hombro. Su severa mirada... no recuerdo que me mirara alguna vez de manera tierna. El único que lo hacía era papá, pero después de lo que ocurrió hace unos años, él me dio la espalda también. Mi héroe se convirtió en mi villano, y ahora estoy sola en esta enorme casa.
—¿Entendiste o eres tonta?
Espabilo, tragándome el nudo que se forma en mi garganta.
—Sí, mamá, entendí.
—Bien.
Luego de veinte minutos, observo por la ventana que mis padres se marchan. Tamara llega solo diez minutos después de que ellos se marcharan.
—Adivina lo que te traje.
Fue todo lo que dijo antes de que me obligara a colocarme un vestido entallado, n***o, de manga larga y un escote que resaltaba de más mis pechos. No eran tan enormes como los de mi hermana, pero sí aceptaba que tenía lo mío. Mi cabello rojo lo dejó suelto y me maquilló lo mínimo. Hace mucho que dejé de usar maquillaje, cuando Reagan hizo que casi me metieran en una escuela militar. No le vi caso alguno a tratar de verme bonita si era invisible para los demás.
—Mierda, mira eso, eres toda una chica hermosa —se ríe, agarrando mis pechos por detrás—. Esta noche, estas nenas tendrán un poco de acción.
Sonrío, negando con la cabeza.
—Los chicos babearán por nosotras, ya verás.
Cuando llegamos al lugar, un enorme letrero que dice "Ronses" brilla de un color amarillo chillón con naranja. Tamara parece que se enfrasca en una conversación con el hombre de seguridad que está resguardando la puerta. El tipo me mira con ojos de lascivia y comienzo a creer que ha sido mala idea venir.
—Está bien, pueden pasar —dice el tipo al final.
Tamara tira de mi brazo y me adentra por la fuerza al sitio. No es la gran cosa; en el pasado visitaba algunos bares que quedaban en la frontera del pueblo.
—Esto es genial —dice ella.
Caminamos hasta la barra. La música está a un volumen decente, mientras al fondo varias personas bailan restregando su cuerpo con el de otros. Las mesas están ocupadas y los meseros no se dan abasto para atender a todas estas personas.
—Dos chupitos de tequila, por favor.
Tamara deja un par de billetes sobre la barra. El barman se nos queda viendo, asiente guiñándole un ojo y nos da los tragos. Ella se bebe el suyo de manera rápida, mientras que yo miro el mío con asco.
—Mierda, necesito ir al baño.
—Te acompaño —propongo.
—Oh, no, yo puedo ir sola. Mira, está aquí en la esquina —señala al otro lado.
—Pero...
—Tienes que tranquilizarte, no hay fila. Solo iré a orinar y listo, ¿sí? Estarás bien, solo cinco minutos —me toma de los hombros.
—Vale, vale.
—¡Esa es mi chica! Pide lo que quieras, va por mi cuenta.
Tamara se marcha. Bebo mi trago sintiendo cómo el aguardiente recorre mi garganta. Hace mucho que no bebo. Pruebo el limón sin hacer gestos, una anomalía que soy capaz de hacer. Claro, mientras espero, algunos chicos se acercan a mí, me invitan a bailar, otros tratan de hacerme plática. A todos los ignoro y rechazo. Cuando creo que Tamara se ha tardado, la busco con la mirada, hasta que la encuentro hablando con un chico apuesto al otro lado de la barra.
Pienso en mis opciones de ir hasta ellos, pero ella parece demasiado feliz como para arruinarle la noche. Siempre ha estado para mí, me defiende en la universidad, es mi pañuelo de lágrimas, mi apoyo emocional, la única que sabe la mitad de lo que me pasa. Su risa me contagia aún en la distancia y me quedo sentada donde estoy.
—Esto está de locos —escucho que dice el barman a alguien.
—Es viernes por la noche, es normal.
Esa voz, la piel se me eriza cuando alzo la mirada y me encuentro con el chico de ojos grises, Ian Howard. Habla con una pelinegra de ojos marrones y tez morena, la misma que me ha servido dos tragos más, hace rato.
Sus ojos se fijan en mí cuando se acerca a tomar una botella que está en la sección delante de donde estoy.
—Hola —lo saludo.
Malditos efectos del alcohol.
Él solo me mira por encima del hombro, le da la botella a la chica, quien le sonríe y vuelve a lo suyo, que es servir tragos a los borrachos que están esquinados.
—¿Puedes mostrarme tu identificación? —se inclina hacia mí.
Mierda.
—Yo... bueno...
—Déjame adivinar, no la traes, qué conveniente —dice con una mirada agridulce.
—Lo cierto es que no, la debe tener mi amiga, quien se está ligando a alguien —señalo en dirección a Tamara, la misma que ahora se está besando con el chico—. Parece ocupada, no quisiera molestarla. Tami se molesta mucho cuando le arruinan un buen polvo.
Cuando volteo a ver a Ian, este me ha ignorado y parece alejarse. El alcohol es el mal acompañante de un corazón roto, un analgésico mortal para un alma sin rumbo como la mía. Es por eso que, en un impulso, tiro de su brazo.
—No te vayas.
Ian me mira con molestia, sus ojos arden en fuego al anclarlos en mi mano, la misma que está tocándolo. Es como si me odiara sin razón alguna.
—Tengo trabajo que hacer —se suelta de mi agarre.
—Espera —vuelvo a tirar de él—. ¿Trabajas aquí?
Su rostro monótono e inexpresivo me bloquea.
—Soy el gerente.
—Guau, es decir, eso es genial.
—No, ahora suéltame antes de que llame a los de seguridad, o mejor aún —aparta mi mano de golpe—. Llame a tus padres para decirles que su hija de 17 años está en un estado etílico en un club nocturno.
Me niego a dejarlo ir, vuelvo a tirar de él.
—¿Por qué me odias?
—No te conozco.
—Podríamos conocernos —me apresuro a decir, incapaz de detener mi vómito verbal—. Hablo de ser amigos, por supuesto.
—No —vuelve a soltarse de mi agarre—. Última advertencia, no te acerques a mí de nuevo.
Ian se aleja y esta vez no lo detengo. Su rechazo hace que me dé una fuerte punzada en el pecho. Mi amiga sigue besándose con el mismo chico. Me levanto y, mareada, busco el baño. Me remojo el rostro como si eso me ayudara, me retoco el maquillaje. Al salir, no veo a Tamara por ninguna parte.
Intento sacar mi móvil del bolso cuando alguien tira de mi brazo.
—¿Buscas a tu amiga Tamara? —me pregunta un chico apuesto, de cabello n***o y ojos azules, de un azul más oscuro—. Yo te guío.
—¿Conoces a Tami? —balbuceo con la lengua adormecida.
—Sí, ella me ha enviado por ti.
Me lleva a rastras, lejos del ruido. Me cuesta trabajo seguirle el ritmo, en especial porque camina demasiado a prisa, hasta que salimos a un callejón oscuro.
—¿Dónde está Tamara? No la veo...
Mi cuerpo es estrellado contra la pared; el golpe hace que mi vista se nuble por segundos.
—Estás muy buena, muñeca. Vamos a divertirnos.
Sus manos están por todo mi cuerpo. Respiro con dificultad, buscando a tientas mi collar, uno que siempre cargo y que es un tesser paralizador. Es pequeño, pero potente.
—Mira ese culo estrecho; apuesto a que eres virgen —lame mi cuello.
Actúo rápido y se lo coloco en la frente. Él grita mientras veo cómo su cuerpo recibe las descargas. Aprovecho que cae al suelo de rodillas y comienzo a correr.
—¡Maldita perra!
No llego lejos; tira de mi cabello con fuerza hacia atrás, para luego tirarme. Pierdo el equilibrio; mis rodillas se impactan contra el suelo.
—En cuatro, como puta —brama el tipo.
Mis ojos se llenan de lágrimas. No me puedo defender; hasta para esto soy una inútil. A lo lejos escucho la voz de Tamara llamándome. Entonces, en un segundo, el cuerpo del chico deja de estar sobre mí. Llorando, me doy la vuelta y veo a Ian golpeándolo.
Una y otra vez, sus puños se manchan de su sangre hasta dejarlo casi inconsciente. Luego parece decirle algo que no comprendo a uno de los guardias.
—Levántate —me ayuda a ponerme de pie.
Puede que esté enferma de verdad, pero me tomo el tiempo para olerlo, y huele demasiado bien.
—Vamos, tu amiga está buscándote.
—No... no quiero que me vea así —sollozo en sus brazos.
Y es verdad, no quiero que Tami me vea de este modo. No ella, es la única persona que me queda; no quiero arruinarle esta noche.
—Por favor, por favor —me aferro a su camiseta—. No le digas, me iré en taxi...
—¿En este estado? Casi te violan.
Intenta hacerme caminar de nuevo, pero me aferro a él como si fuera mi única salvación.
—Por favor, por favor, no.
No sé si sea por el mar de lágrimas, pero sin duda él no dice nada, al menos no a mí. Le dice algo a un tipo de seguridad y luego me lleva hasta un auto. Me ayuda a meterme y, con manos temblorosas, intento colocarme el cinturón de seguridad.
—Gracias —susurro cuando él lo hace por mí.
—¿Cómo te llamas?
Le miro. ¿Acaso no me reconoce?
—Da igual, ¿dónde vives? —aparta la mirada de mí y enciende el motor del auto.
Le doy mi dirección. Él arranca. Mi móvil no deja de timbrar; ni siquiera me había acordado de mi bolso. Ian seguro que lo recuperó del suelo. Saco, con manos torpes, el celular y leo el mensaje de Tamara, las llamadas perdidas, todo.
TAMI: Voy a llamar a la policía si no contestas el maldito teléfono.
Escribo como sosa.
PIPER: Estoy bien, me he ido a casa, tomé un taxi. Te veo mañana y hablamos. Pásala genial.
Su respuesta no tarda en llegar.
TAMI: ¡Hija de perra! Me has asustado, no tienes idea de lo mal que la pasé. Un segundo estabas en la barra y al siguiente desapareces, pero bien, es mi culpa por dejarte sola. Mañana te cuento cómo me fue con este chico; hoy toca polvo.
Sonrío.
PIPER: Diviértete.
Apago el móvil y guardo todo. Miro de soslayo a Ian; él está concentrado en manejar. Me quedo como boba viéndolo. Es demasiado apuesto, él es perfecto. Quisiera hablar, decirle algo, pedirle una disculpa, pero es que las palabras se atoran en mi garganta. El alcohol ha adormecido mi cuerpo, entumeciendo cada una de mis extremidades.
—Hemos llegado —apaga el motor.
—Gracias...
—Baja del auto —espeta con brusquedad.
—Yo...
—Ahora, tengo un trabajo al que regresar.
Doy un respingo al darme cuenta de que lo estoy incomodando, y con razón. Lo he sacado de su trabajo por un error mío. Trago duro, murmurando una última disculpa, pero cuando abro la puerta para salir, pierdo el equilibrio, cayendo de rodillas.
—Maldita sea —escucho que brama a mis espaldas.
El nudo que se forma en mi garganta me asfixia. Intento ponerme de pie cuando él llega hasta mí, rodea mi cintura y pasa uno de mis brazos por sus hombros.
—Lo siento —musito por lo bajo.
Él no me responde. Será mejor que me aparte de este chico. Ian me lleva hasta la puerta, donde, antes de siquiera dar un paso más, se abre y mi madre aparece furiosa.
—¡Pero qué significa esto!
Rezo porque Ian no le diga la verdad.
—Fue a un bar siendo menor de edad, bebió y casi la agreden...
—Siento las molestias —lo interrumpe mi madre—. Yo me hago cargo de ella.
Mi madre tira de mi brazo y trato de no perder el equilibrio. Ella me arrastra al interior de la casa. Escucho que le dice algo a Ian, pero no puedo procesar lo que pasa.
—¿Sucede algo, mamá?
Reagan aparece saliendo de la cocina. Me mira con gesto reprobatorio. Después se da cuenta de Ian y camina hasta ellos.
—Oh, Ian, ¿qué haces aquí?
—Traje a...
—Mi hermana.
Ian frunce el ceño.
—Lo siento, ella siempre se mete en estos problemas...
Mi madre se aparta de ellos y tira de mi brazo con fuerza.
—Qué vergüenza, mírate, vestida como una cualquiera. ¡Sube!
Mi madre me obliga a seguirle el paso mientras veo a lo lejos a mi hermana hablando con el chico que me gusta. Estoy por apartar la mirada cuando lo veo: la sonrisa más hermosa que he visto en la vida. El chico que es hostil conmigo y que me lanza miradas de odio y asco le está sonriendo a mi hermana. Está sonriéndole a la chica equivocada.