CAPÍTULO TRES

3203 Words
PIPER "¡Hubieras visto el estado en el que vino! Vestida con esa cosa que apenas le cubría el trasero." "¡No es mi culpa!" "Lo es, siempre le diste demasiada libertad y mira cómo nos paga, Brandon." "¡Tú eres su madre, es tu deber educarla!" "¿¡Educarla?! Es una salvaje. Te dije hace dos años que ella era un mal ejemplo para nuestra Reagan, pero como siempre, no me hiciste caso. Dejarla en la escuela militar era una mejor opción." "También fue tu decisión." "¡Ahora seremos la burla de todos! ¿Crees que no saben que la hija menor del Juez Withe no estuvo en el bar? ¡Pero lo saben, todo el mundo lo sabrá!" La cabeza me estalla; las voces de mis padres son el peor despertador del mundo. Me remuevo inquieta en mi cama. Después de que mi madre me obligara a darme una ducha de agua fría y un sermón y regaño que duró como dos horas, caí rendida en una fría oscuridad que ya me es familiar. Hasta que siento cómo me empujan. Una mano rodea mi cintura bajo las sábanas y los recuerdos de anoche me hacen abrir los ojos de golpe. Me incorporo rápidamente hasta que la risa de mi hermana me obliga a mirar a mi izquierda. Ella trae puesto el pijama. —Por fin despiertas, dormilona. Se inclina para tomar algo de la cómoda; es un pastelito con una vela. La enciende y me lo tiende. —Feliz cumpleaños, hermanita, ya eres toda una mujer mayor —sonríe, y es la clase de sonrisa real, aunque dure solo unos segundos. Esta es la Reagan que me impide mandarla a la mierda cada vez que se convierte en una perra malnacida—. Pide un deseo, anda. Puede que en el fondo no sea tan mala como aparenta. —Gracias. Soplo la vela, deseando irme pronto de aquí, de donde no me conocen. "¡Esto es tu culpa!" "Ya te dije que no." Mi momento de felicidad se apaga con los gritos de nuestros padres. —Sí que la armaste esta vez —Reagan vuelve a ser la misma víbora de siempre—. Y ni siquiera tuve que intervenir, tú solita te ocasionaste esto. Se recarga en la cama, encendiendo un cigarrillo de marihuana. —No hagas eso —se lo arrebato. Mi mala suerte me persigue, porque enseguida la puerta de mi habitación se abre y ahí está mi madre, con los ojos desorbitados y rabiosos, viendo el porro que sostengo en mis manos. —¡Ahí lo tienes! —entra y me lo arrebata, dándome una bofetada que me arde—. ¡Te lo dije, Brandon, es una mala influencia para nuestra hija! Yo también soy su hija, quiero decirles, pero me quedo callada. Reagan sonríe por lo bajo mientras se aleja y abraza a papá. Hace tanto tiempo que no me permite que yo lo abrace también; la escena me duele profundo, haciendo que pique la herida de mis muñecas. —Intenté decirle que no lo hiciera, pero no me escuchó. Sigo sin hablar. En el pasado, cuando intentaba desmentir a su hija estrella, cuando quería defenderme, el castigo era peor, y al final, no importaba lo que dijera, ellos siempre le iban a creer a Reagan. —¿No dirás nada en tu defensa? —me pregunta mi padre con voz severa. No hablo, no me muevo; él parece más enfadado por ello. —Salgan, tengo que hablar con Piper —demanda mi padre. Mi madre me lanza una de sus ya habituales miradas de odio. Mi hermana se pone en cuclillas y le da un beso en la mejilla. —Te espero abajo, papi, para partir el pastel y abrir mis regalos. Asiente mirándola una sola vez. —Siento que tu cumpleaños tenga que empezar así, cariño —la acoge mi madre para después mirarme—. Tú no te mereces ninguna felicitación. Y diciendo esto, sale de la habitación. No importa, hace tanto tiempo que ya dejó de importarme mi cumpleaños. Mi padre cierra la puerta y me encojo, bajando la mirada. —Anoche no solo saliste sin permiso, sino que te embriagaste, te vestiste de un modo que no es correcto para una niña de tu edad y, por si fuera poco, obligaste a un amigo de tu hermana a que te trajera. —¿Un amigo? —Sí, Reagan nos contó todo. Dejo de respirar por lo que me parece una eternidad. —No entiendo por qué has cambiado tanto. Tú no eras así, pero tu madre tiene razón en algo: esto debe parar, Piper —señala con el dedo en mi dirección. Busco en aquellos ojos que una vez me miraron con amor, con cariño, un poco de paciencia. Me contengo al final; no hay nada, solo más de lo de siempre: decepción. —Esta es la última vez que te paso algo. Una más y juro que le haré caso a tu madre por primera vez en la vida y te inscribiré en una escuela militar —su voz autoritaria es sentencia para mis oídos. —Papá... —No, Piper —niega con la cabeza. Bajo la mirada y me muerdo el labio inferior. —Esto es para ti —me avienta una pequeña caja negra con un diminuto moño blanco—. Estás castigada, no más salidas con Tamara. Saliendo de la escuela, vendrás directamente a casa. ¿Has entendido? Observo con detalle la pequeña caja; mi corazón se aplasta con esto y solo puedo asentir en silencio. —Dilo, quiero escucharlo. Me toma un mundo estabilizar mi respiración. Dejo salir disimuladamente el aire de mis pulmones. Cuando le miro, pareciera que está a punto de darle una crisis de mediana edad. Maldición. —Sí, papá, será como dices. —Bien. Es todo lo que dice antes de darse la vuelta y caminar hacia la puerta. Se detiene bajo el umbral. Lo espero; por un segundo deseo esa felicitación como en el pasado. Sin embargo, no llega. Él solo sale dando un portazo. Las lágrimas se escapan de mis ojos. Corro para colocar el pestillo y alcanzo a escuchar a lo lejos la risa de alegría de mi hermana. —Feliz cumpleaños, Piper —cierro los ojos con fuerza—. Felices dieciocho, solo un poco más, aguanta un poco más. Irme de aquí es lo mejor que puedo hacer. De igual manera, nadie me necesita; solo soy un estorbo para todo aquel que me conoce. La gente suele decir que el tiempo lo cura todo; no es más que una gran mentira. El tiempo no cura nada, solo se encarga de enterrar recuerdos dolorosos. Me siento en la cama, abriendo la cajita. Es una pulsera de oro que tiene grabado mi nombre completo. Sorbo mi nariz y me encojo en la cama. La cabeza me estalla y solo quiero dormir. Me abrazo a mi cuerpo hasta mediodía, recordando que mi celular se ha quedado sin pila. Lo pongo a cargar mientras me doy una ducha de agua fría. Mientras lo hago, me deslizo hasta el suelo, donde dejo que el agua termine por despertarme. Poco a poco me voy cansando de llorar. Miro con hambre las heridas que me provoqué en mis manos y brazos; las marcas de mis mordidas se tiñen de colores como morado, verde y rojo. Terminando, salgo, me pongo unos shorts cortos, una blusa de manga larga blanca y una sudadera blanca. Recojo mi cabello en un moño alto. El sonido de las notificaciones de mi celular llama mi atención. Revisar, todas son de la única amiga que tengo. TAMI: ¡Feliz cumpleaños, perra! Por fin ya eres una mujer mayor. Sonrío. PIPER: Gracias :) ¿Qué tal te fue con el chico? TAMI: No tienes idea, fue salvaje, intenso. Joder, sin duda será el mejor polvo de este año. ¿Cómo te va a ti? ¿Esos ingratos ya te felicitaron? PIPER: Claro, vinieron temprano, me felicitaron y me llenaron de besos y abrazos. TAMI: Iré a verte. PIPER: No puedes, estoy castigada. TAMI: ¿Por qué? PIPER: Es largo de contar. Te veré el lunes en la escuela. TAMI: Está bien, cobarde. Recuerda que no estás sola, me tienes a mí. PIPER: Lo sé. Dejo mi móvil de lado, me levanto y bajo a la cocina para prepararme algo de comer. Cuando lo hago, no hay nadie. Comienzo a buscar comida en serio, pero la alacena tiene candados. ¿Qué mierda? —Mamá ordenó que pusieran candados en la cocina. Dice que eres una cerda que necesita bajar de peso. Doy un respingo. Reagan está recargada en el marco bajo el umbral de la puerta. Como siempre, se ve radiante. —Me diste un susto. —Susto el que les pegaste a mis padres anoche —toma una manzana y se sube a la encimera de la cocina, dándole una mordida—. No van a estar esta noche. Tenso el cuerpo. No quiero que me meta en más problemas. —No pongas esa cara, por Dios —se ríe—. No voy a hacer nada que te pueda separar de mí. —No parece que lo tengas muy presente la mayor parte del tiempo. —Oye, soy una perra, pero por lo menos no ando fingiendo contigo. Siempre he ido de frente cuando se trata de ti. Además, me gusta jugar, pero no quiero que papá te envíe a una escuela militar —arguye sin cortar contacto visual conmigo—. Piper, eres mi pequeña hermana menor. Nadie me va a separar de ti, ni siquiera tú. —¿Qué quieres decir con eso? —¿Crees que no me doy cuenta de lo que haces? Las tutorías. Quieres el dinero para largarte de aquí. El alma se me cae a los pies. Mi rostro debe ser todo un poema, porque ella vuelve a reír, esta vez con más fuerza. Ahora entiendo por qué se ha empeñado este tiempo en quitarme todas las tutorías. Ella no quiere que me vaya. —Deberías ver tu cara, Piper. ¿En serio creías que no estaba enterada? —se baja lanzando la manzana al cesto de basura—. Yo sé todo de ti, siempre, y siempre vamos a estar juntas, Piper. Deja de apartarme de tu vida o será peor. Llega hasta mí y me empuja con fuerza. —Cuanto más intentes luchar contra mí, más será el dolor que te cause. Somos hermanas, prometiste estar siempre a mi lado y voy a hacer que lo cumplas, así tenga que poner a todo el mundo en tu contra. —¿Por qué me odias tanto? —No te odio, no seas idiota. Eres mi sangre, mi hermanita menor —agarra un trozo de mi cabello y tira de él—. Yo te quiero demasiado, pero te has estado comportando como una perra desde... Cubro su boca con la palma de mi mano. El dolor que me causa ese hecho hace que relaje sus hombros. —Tu manera de querer es un poco retorcida, ¿no te parece? —frunzo el ceño. —Como sea —se aparta—. Ayer hablé con Ian. Escuchar su nombre hace que mi corazón comience a latir con fuerza. Me doy la media vuelta con la intención de aparentar abrir la nevera y sacar un poco de ensalada. Es lo único que hay. No quiero que vea el interés que le tengo. —Sabes, es un chico demasiado apuesto y está loco por mí. Dicen que nunca ha salido con nadie de la universidad. La había dejado un tiempo, pero está de vuelta. —¿Cómo sabes que le gustas? —inquiero con cautela, tratando de aparentar un tono de voz desapegado. —¡Vamos, Piper! No me digas que no te das cuenta —se para frente a mí mientras como con asco la ensalada—. Me mira con deseo, siempre me sonríe, me habla. Él no lo hace mucho, o al menos eso fue lo que me dijo Kabil, su amigo, el tipo con el que chocaste el otro día. Mastico y mastico, procesando la información. —El punto es que lo invité a mi fiesta de cumpleaños esta noche. Casi me atraganto. —No puedes —me recupero pronto—. Reagan, si mi padre piensa que me he metido en otro lío, me mandarán lejos. Su sonrisa se desvanece. —No lo hará, sobre mi cadáver. Además, no tienes nada de que preocuparte. Es por eso que no estarán. Los convencí de que me dejarán la casa sola para la fiesta. Se pondrá todo muy loco —dice sin escrúpulos—. Ian estará presente también. —¿Por qué me dices esto? —Porque sé que te gusta. Me congelo. —Te lo he dicho, no me puedes ocultar nada. Sé tus secretos incluso antes de que tú misma los sepas. Me quedo sin aliento. —A mí no me gusta, ni siquiera lo conozco —balbuceo. —Qué bueno, porque tú no eres el tipo de nadie, hermanita. Es decir, un chico como él jamás se fijaría en alguien como tú. Por Dios, mírate. Eres desaliñada, siempre usas ropa una o dos tallas más grande que la tuya, escondes tu cuerpo todo el tiempo, no te maquillas, te la pasas metida con las narices en los libros, no has salido con nadie y eres sosa, torpe. En fin, para colmo, súper gorda. Miro a mi hermana; mi madre la ha hecho un clon suyo. Siento como si la estuviera escuchando a ella y no a la niña que antes me protegía cuando éramos pequeñas. Reagan tiene razón, sabe todo de mí, pero hay una cosa que no. —Para ser perfecta, debes pesar menos de cuarenta kilos —me guiña un ojo—. No cincuenta y cuatro kilos, eso es estar gorda. Me quita la ensalada. —Tienes que bajar de peso o nadie te querrá. En fin, el punto es que Ian vendrá a mi fiesta esta noche. Tengo planeado darle un regalo —se lame los labios. —Reagan, tienes novio. —Vamos, no seas aguafiestas. Ian no lo sabe; además, Denver no está aquí, ¿cierto? Nunca se enterará. Denver Lewis era el novio de mi hermana, un chico castaño, de ojos avellana, que era el Quarterback, líder de la escuela. Se había marchado cuatro meses a Escocia por negocios de su padre. —Tierra llamando a Piper —mi hermana chasquea los dedos delante de mí—. ¿En qué piensas? —En nada, solo... no deberías jugar con las personas. —Hago lo que quiero; además, solo me quiero follar a Ian, nada más. —Como digas. —Solo mantente encerrada, ¿quieres? No quiero que sepan que vivimos juntas. Además, recuerda, si papá se entera de que estás en mi fiesta, te irás, y no queremos eso, ¿verdad, hermanita? No dice más. Mi hermana mayor se marcha y tomo las llaves de mi auto. Necesito comida de verdad; ellas dos están locas. No estoy gorda, de hecho, creo que estoy bien. Enciendo el motor del auto y me dirijo a la cafetería más cercana. Pido una buena ración de donas de naranja, café expreso y comida rápida. Al llegar a casa, corro al ático y como a gusto, pero pronto me doy cuenta de que el apetito se me va y vomito todo. Para cuando llega la tarde, escucho a las amigas de mi hermana poner música. Le pongo pestillo a mi puerta y me aseguro de que todo esté bien cerrado, bajo las cortinas, apago las luces y solo dejo una tenue. Cierro los ojos y me quedo dormida al instante. Cuando despierto, el sonido de la música me hace abrir los ojos. Revisó la hora; son las nueve de la noche y el caos ya está. Me asomo por la ventana; muchos chicos están en la piscina, bebiendo, nadando, las chicas en bikini, algunas se tiran con ropa. Tomo una bocanada de aire, cierro las persianas y estoy a punto de volver a la cama cuando veo en una esquina a Ian. Parece molesto por algo; tiene el labio inferior partido, el pómulo rojo y los nudillos de las manos ensangrentados. Eso no es lo peor; se sienta en una de las orillas y es cuando veo a un grupo de chicos del equipo de fútbol americano. Se burlan y sucede: lo lanzan al agua. Espero a que salga, pero no lo hace. —Mierda. No parece que nadie quiera ayudarlo, así que salgo corriendo, empujando a las personas que, como siempre, parecen no hacerme caso alguno. Cuando llego a la piscina, me lanzo al agua, lo encuentro y lo saco del agua con dificultad. —¡La chica nerd entra al rescate! —se burla uno de ellos—. ¿Qué mierda haces aquí? —Será mejor que me ayudes a sacarlo antes de que le diga al juez lo que acabas de hacer en su casa. Estoy segura de que no te gustaría recibir una demanda y una condena por intento de asesinato; tengo todo grabado. La sonrisa del chico se borra. —No te atreverías, perra. —Pruébame, no me conoces. Uno de sus amigos le da un empujón al ver que no tiene la intención de moverse. Es él quien me ayuda a sacar a Ian del agua. Todos siguen en su mundo, y es que están demasiado drogados como para procesar lo que está pasando. —Joder, respira. Le doy respiración de boca a boca. Aprender primeros auxilios es algo que me enseñaron en un campamento al que me enviaron hace cinco años. No lo hace; hago un intento más hasta que escupe agua. El alivio llega a mi sistema y me dejo caer de bruces mientras se recupera. —No me vuelvas a amenazar, puta —brama el chico delante de mí—. La próxima vez no seré amable. Sus amigos lo empujan y se marcha. —¿Estás bien? —le pregunto a Ian. Él levanta la mirada; sus ojos están inyectados en sangre, sus pupilas dilatadas. Él está... drogado. —Vamos, tienes que ponerte de pie, anda. Con esfuerzo lo levanto; él no me dice nada. Ian no parece ser del tipo que se droga, por lo que llego a la conclusión de que lo drogaron sin que se diera cuenta. Llegamos hasta mi habitación, la cual está en el tercer piso y nadie está por los alrededores. Subiendo, busqué a mi hermana, pero no la encontré por ninguna parte. —Anda, tenemos que ir al baño —cierro la puerta y lo llevo casi a rastras—. Comienzo a dudar de tu inteligencia. Preparo la ducha con agua caliente y dejo que se coloque debajo; tiene que entrar en calor. No es la mejor idea, pero es algo. Termino por empaparme también; me quito la sudadera cuando Ian me estrecha contra su cuerpo. —¿Qué haces...? Y entonces sucede: Ian Howard aplasta sus labios contra los míos.
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