PIPER
Este chico está demente. Es lo primero en lo que pienso mientras trato de sostenerme de lo que sea. Dentro del auto, Kabil, el amigo de Ian, maneja como alma que lleva el diablo. Creo que incluso he perdido la capacidad de respirar; los latidos de mi corazón frenético van a mil por hora y su pulsación constante en mis sienes me pone los nervios de punta.
—¿Quieres poner un poco de música? —pregunta. Sin embargo, no espera una respuesta de mi parte, solo enciende la radio y sube el volumen.
Una canción de rock martiriza mis oídos. Trago grueso; solo veo el bosque pasar a gran velocidad. Miento, somos nosotros los que pasamos volando.
—Sabes, me caes bien —voltea a verme.
—¿Podrías mantener la vista en la carretera? —mi voz se ahoga.
—Ian siempre ha sido un maricón, no entiendo qué es lo que le ves —sigue hablando, elevando las comisuras de sus labios en dirección al cielo—. Me recuerdas mucho a Ela.
¿Ela? El estómago se me retuerce al pensar que esa chica pudiera ser alguien importante para Ian.
—Cuando se cruzó en el camino de Ozzian, los hubieras conocido antes, es decir, eran un maldito desastre al principio. Luego creíamos que ella iba a morir, y le hicimos creer al idiota que así era, por haberle roto el corazón. Luego todo se fue a la mierda, hubo un poco de drama por aquí, más por allá, y al final quedaron juntos. Ahora viven en Londres, ¿puedes creerlo? —pisa el acelerador y suelto un grito—. El hijo de puta se sacó la lotería.
Cierro los ojos, sintiendo que el auto por fin se detiene. Diviso la universidad delante de nosotros y me tomo dos segundos para respirar con profundidad.
—Bien, hemos llegado —anuncia como si fuera todo un logro—. Estoy orgulloso de mí, te he traído en una sola pieza.
—Gra… gracias —susurro débil.
Intento salir de su auto; las piernas me tiemblan.
—Oye —tira de mi brazo—. Ian es mi amigo, tú pareces ser una buena persona, así que te daré un consejo gratis: aléjate de él, no es bueno para ti, te va a romper de mil maneras y en ninguna sobrevivirías.
Frunzo el ceño.
—Hablas de él como si fuera un monstruo —musito por lo bajo.
—Créeme cuando te digo que no quieres conocer los esqueletos que esconde en el armario, y hablo así de él porque él es el monstruo al que no te deberías acercar. No digas que no te lo advertí, es mejor que lo olvides y te fijes en algún niño pijo, de esos buenos que te regalan rosas y esas mierdas.
El contacto me congela; nunca nadie me toca, no se atreven a tener tanta cercanía conmigo. Para ellos, o soy demasiado tonta o demasiado fea, pero eso a Kabil parece no importarle.
—Ten más confianza en ti —su mirada se oscurece y la diversión, antes palpable en su rostro, se desvanece como quien apaga la luz de una vela—. Recuerda, la sinceridad atrae más que cualquier máscara.
Me quedo sin palabras, asiento lento, apenas bajo de su auto. La música de rock vuelve a su alto nivel y él arranca el auto. Me trago la pregunta de si no piensa entrar a la universidad, ya que el cosquilleo que siento en la nuca, al darme cuenta de que muchas miradas curiosas están sobre mí, me obligan a bajar la mirada.
“¿Ya viste? Ahora anda de puta con Kabil.”
“Las chicas tienen que enterarse de esto.”
“Sí, tienes razón, esto no se puede quedar así.”
“Pues claro, como no pudo con Ian porque él está con Reagan, quiere abrirle las piernas al amigo.”
“Es una puta muy sucia.”
“No cabe duda de que las más calladas son las más putas.”
Hago caso omiso de sus palabras, mismas que he escuchado casi toda mi vida, o al menos en los últimos meses. Tarde descubrí que no importa lo que haga, siempre seré el desperdicio de Reagan, por lo que me he esforzado en ser la más invisible del mundo.
Llego temprano, más temprano de lo normal. La piel se me eriza al recordar lo que hace solo unos minutos me dijo Kabil sobre Ian. Ahora estoy aquí, en un salón vacío, con el eco de mis pensamientos como único ruido.
Me siento en uno de los últimos asientos, dejando mi mochila en el suelo. Mis manos descansan sobre el escritorio, pero están inquietas, moviéndose de un lado a otro. Mi mente divaga, intentando no pensar demasiado en lo que pasó en la fiesta que organizó mi hermana, en lo que nunca debió ocurrir.
De pronto, el silencio es interrumpido por el sonido de la puerta al abrirse, seguido de pasos firmes. Levanto la vista y ahí está él. Ian.
Su cabello rubio caramelo está desordenado, como si acabara de salir de una pelea con la almohada. Sus ojos grises se encuentran con los míos, pero lo que veo en ellos no es sorpresa ni indiferencia. Es rabia, pura y ardiente, una rabia que me paraliza.
—¿Qué haces aquí? —pregunta con un tono cortante, como si mi sola presencia fuera una ofensa.
—Yo... llegué temprano —respondo, aunque mi voz suena débil incluso para mis propios oídos.
Cierra la puerta con un golpe seco, y la tensión en el ambiente se intensifica. Camina hacia mí; cada paso parece resonar en mis oídos. Mi corazón late con fuerza, y me pongo de pie, esperando, intentando encontrar algo que decir, algo que calme la tormenta en su mirada.
—Ian, yo quería...
—No hables —me interrumpe en un tono frío como el hielo, pero con un filo que duele—. No me hables nunca más, ¿me escuchaste?
—Pero yo solo quería explicarte...
—No quiero explicaciones —gruñe, acercándose lo suficiente como para que sienta el calor de su furia. Mis manos tiemblan; no obstante, las escondo detrás de mí—. No tienes nada que decirme, y yo no tengo nada que escuchar.
Siento un nudo formarse en mi garganta. Las palabras mueren en mis labios, y el peso de su desprecio me aplasta.
—Lo siento... —susurro, aunque sé que no tiene sentido.
Ian me mira por un segundo más, luego se da la vuelta y se sienta unas filas más adelante. Saca su teléfono y comienza a escribir, ignorándome por completo. Yo me quedo ahí, de pie, con el pecho apretado y una tristeza que amenaza con desbordarse.
Finalmente, me muevo, dejando que mis pies me lleven al asiento más alejado. No quiero que nadie me vea así, tan rota, tan insignificante. La clase comienza a llenarse de estudiantes al poco tiempo, pero yo apenas noto sus caras. Solo puedo ver a Ian, sentado frente a mí, escribiendo en su teléfono. De reojo, veo el nombre en la pantalla: Reagan.
Mi hermana.
El dolor se hace más profundo, como si una mano invisible me arrancara el corazón. ¿Qué se sentirá ser amada por alguien? A mí jamás nadie me ha amado, nunca nadie ha hecho una locura por mí. Nadie… nunca me mirará como todos miran a Reagan, como Ian la ve.
La clase transcurre en un borrón. No presto atención, no puedo. Mi mente sigue atrapada en la forma en que Ian me miró, en la certeza de que incluso él odia mi existencia.
Cuando termina la clase, recojo mis cosas con movimientos torpes y salgo del salón sin mirar atrás. En el comedor, la multitud es un mar de risas y conversaciones. Tomo una charola con comida, aunque sé que no tengo apetito, y me siento en una de las mesas vacías. Espero a Tamara, mi mejor amiga, deseando que su clase de arte termine pronto.
El murmullo de voces se vuelve más claro, y noto que algunos estudiantes me miran y se ríen entre ellos. Susurran cosas que no alcanzo a entender, pero no necesito hacerlo. Conozco ese tipo de risas.
—Mira quién está sola, como siempre —dice una voz masculina detrás de mí.
Levanto la mirada y me encuentro con Mason, el capitán del equipo de fútbol americano. Tiene una sonrisa burlona en el rostro, y su grupo de amigos lo respalda, riéndose como si estuvieran en un espectáculo.
—Déjame en paz, Mason —digo, intentando sonar firme, pero mi voz tiembla.
—¿Qué dijiste? —pregunta, fingiendo no haberme escuchado. Se acerca más, y la burla en sus ojos me hace querer desaparecer—. Oh, espera, ¿es cierto lo que dicen? ¿Eres tan fea que no te importa ser una puta sucia de clase baja?
La sangre abandona mi rostro, dejándome pálida. Las risas a mi alrededor aumentan, y siento las lágrimas acumulándose en mis ojos.
—Por favor, ya basta...
—¿Por favor? —se burla, tomando un vaso de agua de una mesa cercana. Antes de que pueda reaccionar, lo vacía sobre mi cabeza. El frío me hace jadear, y las carcajadas estallan de nuevo.
Me quedo ahí, inmóvil, con el agua goteando por mi cabello y mis mejillas, mientras el mundo se burla de mí. Levanto la mirada en dirección a Reagan y el alma se me cae a los pies al ver que ella se une a ellos. Ríe como si no me conociera. Desciendo mi vista, deseando que esto sea solo una pesadilla más.
De repente, un estruendo corta las risas.
Alguien golpea la mesa con tanta fuerza que parece que va a partirla en dos. Levanto la vista, sobresaltada, y veo a Kabil sujetando a Mason por el cuello de la camiseta.
—Vuelve a meterte con Piper —dice Kabil, con una sonrisa maliciosa que no llega a sus ojos—, y te prometo que el que terminará siendo una puta sucia de clase baja, vas a ser tú.
El comedor entero guarda silencio. Mason intenta zafarse, pero Kabil lo sostiene con una facilidad aterradora.
—¿Estamos claros? —insiste Kabil, su tono es tranquilo, pero lleno de amenaza.
Mason asiente rápidamente, y Kabil lo suelta, empujándolo hacia atrás. El chico tropieza, pero nadie se ríe esta vez.
Kabil se gira hacia mí, y su expresión cambia por completo. Ahora sonríe como si nada hubiera pasado.
—Se dice que no eres muy famosa, Piper —comenta mientras se sienta frente a mí, guiñándome un ojo.
No sé qué responder. Me quedo congelada, incapaz de procesar lo que acaba de ocurrir, mientras él me mira con una despreocupación que parece casi imposible.
—Eso está bien para mí —no espera una respuesta, de hecho, creo que no espera nada de mí.
El cosquilleo en mi nuca me hace girar a mi izquierda, cruzándome con las miradas celosas de algunas chicas.
—Ignóralas.
Frunzo el ceño.
—Solo son putas que quieren mi polla —encoge los hombros con tanta naturalidad, que me estremezco.
—Me parece que no sabes que no deberías estar aquí conmigo —mi voz tiende de un hilo.
—¿Por qué? ¿Acaso es una de tus reglas? ¿Qué ningún chico se te acerque porque no quieres que vean lo fantástica que eres? —eleva y baja las cejas en secuencia y de manera un tanto burlona.
—No se trata de eso, pero lo que haces es suicidio social —respiro profundo, moviendo mis manos con nerviosismo sobre la mesa.
Kabil está a nada de decir algo más, hasta que somos interrumpidos por la misma presencia que ha estado Interrumpiendo mis pensamientos y que me odia igual que el resto.
—¿Perdiste el camino o qué? —le pregunta Kabil a Ian, sin cortar contacto visual conmigo.
Miro con discreción a Ian, quien me evita y actúa como si no existiera.
—Las llaves del departamento —estira una mano en su dirección—. Dámelas.
Kabil sonríe y saca del bolsillo de sus vaqueros, un par de llaves.
—Vale, te las doy, pero quita esa cara de compungido, la gente pensará que nos odias, en especial a Piper —se las lanza.
Ian ignora el comentario de Kabil, gira sobre sus talones y se marcha sin más. Desciendo la mirada, rezando porque nadie haya visto mi desilusión, observo la bandeja de comida, ahora no tengo apetito.
—Ignora a ese hijo de puta, anda de mal humor, mencionó algo de que el fin de semana intentaron violarlo en la fiesta de tu hermana o algo por el estilo.
Mis mejillas se calientan y mis labios pican al recordar su beso. Admito que admiro la entereza de Kabil, en especial porque al parecer no le interesa lo que los demás piensen de él, y es por eso que no pienso interponerme en su camino.
—Insisto —me aclaro la garganta—. No deberías hablarme, podría manchar tu reputación, escucha —me remuevo inquieta en mi asiento—. Tal vez no estés enterado, pero no soy lo que es exactamente popular, si te quedas conmigo, si me sigues hablando, bueno… voy a manchar tu reputación.
Los ojos de Kabil se anclan sobre mí, por lo que parece una eternidad.
—Deja de preocuparte por mi reputación, una que por cierto, solo se han creado ellos mismos, en cuanto si lo que te preocupa soy yo, tranquila, me llaman amigo de las causas perdidas, Ela podría confirmarte eso.
Me muerdo el labio inferior, Ela… la manera en la que él habla de esa chica, me hace pensar que él está enamorado de ella. Aunque por lo que me contó, está con otra persona, Ozzian, lo recuerdo bien, era uno de los chicos más populares de la universidad, la gente del pueblo le temía porque creían que había matado a su hermano menor, nunca supe bien la verdad, mucho menos lo veía, ya que hace unos meses falté varias semanas a la escuela, un año completo en el que me sumergí en mi mundo y excluí a todos.
—Vale, no digas después que no te lo advertí —Musito dejando de lado la bandeja llena con comida.
El sonido de las charlas estudiantiles, con las risas burlonas y el cotilleo en general, hacen que me dé cuenta de que Kabil sigue con la mirada fija sobre mí.
—¿Sucede algo? —hago un débil esfuerzo por regular mi respiración, no me gusta la atención de otros sobre mí, mucho menos si se trata de chicos.
—Te conozco, Piper Withe —arguye en un tono demasiado gélido que me eriza la piel—. No porque seas la hermana de Reagan.
Esta vez su tono desciende un par de decibeles, pero mantiene la misma fría oscuridad.
—Crees que nadie te ve, pero yo siempre lo hice.
El corazón se me detiene. ¿Acaso él sabe de mi pasado? El miedo me paraliza, no… no quiero que nadie conozca esa parte de mí que me he esforzado por mantener enterrada.
—Piper Withe, la chica que siempre carga con un libro o dos, ganadora hace dos años al premio de poesía estatal, caminas mirando tus pies, bajas la mirada cuando pasas junto alguien, haces todo lo posible por ser invisible, usas camisas demasiado holgadas, ropa que no es de tu talla, ocultas tu figura, comes siempre en esta misma mesa, alejada de los demás, eres buena como tutora, tienes el mejor promedio de toda la maldita universidad, hace cuatro meses trabajaste en secreto en una heladería, no duraste mucho porque tu hermana te descubrió.
Me quedo sin aliento, tacha eso, he perdido toda capacidad de respirar.
—Profundizaré un poco más —su mirada se oscurece—. Yo no te conozco por tu hermana, puedo verte, Piper, ganadora de la beca de excelencia académica, premio al mejor promedio de tu clase, mención honorífica en derecho penal y civil, pese a ser solo tu primer año, vas más adelantada que el resto, tienes una beca por investigación, hace una semana ganaste un premio por la mejor defensa oral, sin contar que eres m*****o del consejo estudiantil de derecho, tienes participación los sábados en simulaciones de juicio, además de que hace dos días metiste un voluntariado en clínicas jurídicas, también has participado en conferencias y seminarios de derecho hace ocho meses, eres políglota.
Mis ojos se llenan de lágrimas, es la primera vez que alguien que no sea Tamara, sabe esto de mí.
—Si hacemos una comparación, Reagan solo es un buen cuerpo, porrista y una puta sin cerebro en general, tú eres la valiosa, Piper, no sé por qué te aferras a esconderte demasiado, el mundo debería conocer tu brillo, no tu sombra.
Me quedo sin palabras, Kabil se inclina hacia mí, me da un beso en la coronilla y se marcha llevando su charola de comida. Estoy tan sorprendida, que ignoro las feas miradas que me lanzan, por primera vez en toda mi vida, alguien me ve. Cuando suena la campana, me apresuro a salir dela cafetería, el resto de mis clases transcurren con normalidad, me quedo más tarde debido a una junta con el consejo estudiantil, no veo a Tamara en todo el día, solo me envía un mensaje diciendo que se le complicaron algunas cosas con su madre y tuvo que salir de la universidad antes.
En menos tiempo de lo planeado, son las cinco de la tarde, el cielo nublado y una lluvia pesada son lo que me reciben al ser la última en salir del salón. Voy caminando por el corredor que lleva a la puerta trasera, cuando me interceptan tres chicas de último grado.
—Vaya, vaya, pero miren a quien tenemos aquí, es la puta de Piper —sisea una de ellas, una regordeta con ojos saltones.
Sus dos amigas comienzan a rodearme.
—No quiero problemas —sueno tan patética, que yo misma quisiera golpearme.
—No quiero problemas —repite de manera burlona una de ellas—. Maldita mustia, no solo quisiste quitarle a Reagan lo que es de ella, sino, que ahora quieres quitarme lo que es mío.
Retrocedo.
—No sé de qué hablas —ajusto la bandolera a mi hombro.
—Hablo de que como no pudiste con Ian, ahora intentas ser una puta con Kabil, mi Kabil.
Tomo una bocanada de aire.
—No recuerdo que me dijera que fueras su novia —en cuanto las palabras se deslizan de mis labios en un momento de euforia y rabia momentánea, me arrepiento, me doy cuenta del peso que acabo de echarme yo sola sobre la espalda.
—Elegiste mal las palabras, puta.
Las tres chicas merman más el espacio, la primera, alta y de cabello liso como una cascada negra, me mira con desdén, mantiene los brazos cruzados sobre el pecho, como si mi mera presencia le molestara. La segunda, de baja estatura y expresión gélida, tamborilea los dedos en un puño cerrado. Pero es la tercera la que más me intimida: regordeta, con una fuerza evidente en sus brazos y una mirada que parece disfrutar de mi incomodidad.
Intento dar un paso hacia atrás, pero ya es tarde.
—Mira quién decidió hacerse la valiente con tanta altanería y cinismo —dice la alta, con una voz que gotea sarcasmo.
—¿Crees que puedes caminar por aquí como si nada? Luego de regocijarte frente a las demás, solo porque Kabil te dio un beso frente a todos —interrumpe la pequeña, dando un paso hacia mí.
Siento cómo mi cuerpo se tensa, quiero decirles que solo fue en la cabeza, no en los labios como creo que piensan. No obstante, las palabras se atoran en mi garganta mientras busco una forma de salir de esta situación. Pero no hay salida. El frío concreto del corredor se cierra a mi alrededor como una trampa.
La regordeta es la primera en moverse. Da un paso al frente y me empuja con una fuerza que me lanza contra la pared. El impacto duele en mi espalda como un eco sordo, y mis libros caen al suelo en un caos de páginas dispersas.
—¿Qué pasa, Piper? ¿No tienes nada que decir? —se burla la pequeña, inclinándose lo suficiente para que su rostro quede a centímetros del mío.
Intento hablar, pero antes de que pueda formar una palabra, siento el primer golpe. Una mano pesada y firme me golpea en el estómago, dejándome sin aire. Me doblo sobre mí misma, jadeando, mientras el dolor se extiende como fuego.
—Siempre finges que eres tan perfecta —escupe la alta mientras me empuja nuevamente. Esta vez, mi cabeza golpea contra la pared, y un zumbido ensordecedor llena mis oídos.
Quiero gritar, defenderme, hacer algo, pero estoy paralizada. Mis ojos se inundan de lágrimas, no solo por el dolor físico, sino por la humillación.
—No es tan dura ahora la pequeña Piper, ¿verdad? —ríe la regordeta mientras me sujeta del cabello, forzándome a mirarla.
Quiero apartar la mirada, pero su fuerza es abrumadora. La pequeña levanta el pie y lo estampa contra mis libros en el suelo, destrozando las hojas que llené de notas hace unas horas.
—Esto es para que aprendas a no meterte en nuestro camino, ni con lo que es mío —sentencia la alta, y con un último empujón, me dejan caer al suelo.
Cierro los ojos con cada patada, golpe y escupida que me dan, me duelen las costillas, me cubro la cabeza como si eso me fuera a ayudar. Cuando por fin terminan, se alejan entre risas, sus voces se pierden en la distancia mientras yo permanezco ahí, acurrucada contra la fría pared del corredor. Mi cuerpo duele, pero el verdadero peso está en mi pecho. En ese momento volví a entender algo: no es únicamente el dolor lo que me derrota. Es la certeza de que en este lugar estoy y siempre estaré completamente sola.
Los minutos pasan, tengo que salir de aquí, antes de que me convierta en el nuevo blanco de alguna admiradora más de Kabil o Ian. La lluvia me golpea como si el cielo quisiera terminar lo que empezaron esas chicas. Cada gota fría se mezcla con las lágrimas calientes que ruedan por mis mejillas, una parte de mí quiere diluirse en el agua y desaparecer. Camino torpemente fuera de la Universidad, con las piernas temblando, el sabor metálico de la sangre aún en mi boca y el pecho apretado por una mezcla de dolor y humillación.
Me duele caminar. Cada paso es una tortura que me recuerda los puños y las risas burlonas de esas chicas. Sus rostros se clavan en mi mente, sus voces todavía resonando en mis oídos: "¿De verdad creíste que podías ignorarnos?"
Ahora, cada rincón de mi cuerpo estalla por un dolor que apenas puedo soportar. Trato de mantenerme en pie, aunque mis rodillas amenazan con rendirse a cada segundo.
Mis zapatos están empapados, mis manos tiemblan, y el frío se clava en mi piel como agujas. Un sollozo escapa de mi garganta, ahogado por el sonido de la tormenta.
«Estoy sola. Completamente sola» me repito para mis adentros, si no llego a casa por mi cuenta, nadie lo hará por mí.
Mis rodillas finalmente ceden, y caigo al suelo con un golpe que arranca el aire de mis pulmones. La acera está dura y helada, pero no tengo fuerzas para levantarme. Solo me quedo allí, con la lluvia martillándome, mis brazos rodeando mi abdomen como si pudiera protegerme de algo.
Deseo desaparecer. Que la tierra me trague, que la lluvia me borre. Cierro los ojos y dejo que las lágrimas fluyan, perdiéndose en el aguacero que me rodea.
«Quiero morir»
Mi cuerpo se hace un ovillo en el suelo, hasta que poco a poco voy perdiendo la conciencia. No sé cuánto tiempo pasa. Podrían ser segundos o minutos, pero nada cambia. Solo hay frío, dolor y la desgarradora certeza de que nadie vendrá por mí.
—¿Quieres morir?
Esa voz ronca… la conozco, pero estoy tan cansada, que dejo que la oscuridad me trague una vez más.
«Sí, eso es lo que más quiero»