PIPER
Me dejo caer sobre mi cama; ha sido un día largo, demasiado largo, nada especial. No dejo de contar en secreto los días, las semanas, los años que faltan para que termine mi tortura escolar. Solo quiero acabar la universidad y largarme de este pueblo de mierda, con gente de mierda.
—¿Estás visible?
Mi padre llama al otro lado de la puerta. Joder, me incorporo y me siento en una de las orillas de la cama. Mi padre, Brandon Withe, el juez de este pueblo, es un hombre estricto que maneja todo con mano dura, mano de hierro, cruel, despiadado.
—¡Adelante!
La puerta se abre. Su cabello castaño está como siempre, bien arreglado; sus ojos azules inspeccionan todo el sitio, como si estuviera buscando algo o a alguien, para ser más específicos, a mi hermana.
—¿En dónde está? —gruñe de mal humor.
—No tengo idea, no soy su niñera, papá —replico en tono serio.
—Cuida el tono y las palabras con las que te diriges hacia mí —espeta con dureza.
Me encojo y bajo la mirada, recordando el pequeño incidente del año pasado.
—Lo siento, tuve un mal día.
—No me interesa si tuviste un mal día o uno bueno. ¿En dónde está tu hermana?
—No sé...
—¡Es tu deber saberlo!
Doy un respingo y, como reflejo, me encojo aún más. El silencio se hace más grande, más denso, más asfixiante. A veces quisiera desaparecer, dejar de existir. La niebla que hay en mi mente nunca me ha abandonado; ella es la única constante en mi vida.
—Encuentra a tu hermana. A las diez tenemos la cena con los Star; es un negocio importante.
—Pero...
—No quiero peros. Encuéntrala y tráela. Las quiero a las dos a las diez en punto en casa, listas y aceptables.
Sello mis labios. La puerta se cierra de un portazo y me abrazo a mis rodillas, tratando de tranquilizar mi respiración. Los latidos de mi corazón están frenéticos, cada músculo me tiembla y trato de respirar con profundidad.
«Está bien, todo está bien».
A tientas, busco mi móvil entre las sábanas de mi cama, llamando a mi hermana. Ella parece la menor y yo mayor cuando se pierde y mi padre me obliga a encontrarla. No atiende, solo la contestadora.
"Si no te contesto es porque eres un perdedor. Deja tu mensaje después del tono. Chao chao".
—¿En dónde diablos estás? Papá te está buscando como loco. Reagan, no me hagas ir a buscarte. Regresa a casa —dejo el mensaje de voz y cuelgo.
Espero cinco minutos para que me devuelva la llamada; no lo hace. Comienzo a morderme las uñas con nerviosismo. Tengo un tic en la pierna que no me permite dejar de moverla.
Los minutos pasan. Molesta, termino por llamarle a Selene, una de las amigas de mi hermana. No responde. Me meto a sus r************* , encontrando en su i********: una foto de ellas. Conozco el sitio; maldición, es la cafetería Dunts Roll. Tomo las llaves de mi auto y bajo las escaleras.
—¡Son tus hijas!
—¡También tuyas!
Me detengo en seco al escucharlos discutir.
—Es culpa de Piper —arguye mi madre, soltando un suspiro lleno de cansancio—. Ella es quien le mete esas ideas a Reagan. Ella jamás ha llegado tarde a un evento tan importante.
—Está en casa.
Me asomo, viendo a mi padre agarrando el puente de su nariz. Su respiración se agita mientras mi madre trata de tranquilizarlo.
—Da igual si está en casa o no. Ella es como un cáncer que se ha filtrado en el sistema de Reagan. Te dije que teníamos que mandarla al internado en Australia, pero no me hiciste caso y estas son las consecuencias.
Trago grueso.
—Reagan fue quien quiso que se quedara.
—Y fue una mala idea, Brandon. Recuerda lo que pasó el año pasado. Es una mala hija, una mala influencia para nuestra Reagan.
Me trago el nudo que se forma en mi garganta y vuelvo a subir a mi habitación. No hay manera de que pueda salir por la puerta sin que mis padres me retengan y entremos en una disputa. Por lo que salir por mi ventana resulta ser la mejor opción.
Me trepo a la enredadera gruesa al lado de mi ventana y comienzo a descender con cuidado. Una vez en el suelo, hago un nuevo intento por llamar a mi hermana, con la misma respuesta: nada. Tomo las llaves del auto y me marcho aprisa. Yo tampoco quería estar en esta cena de importancia para nuestro padre. En mi caso, tengo todo el derecho de negarme. Nadie nunca me mira; siempre he sido eclipsada por Reagan. Y está bien, me siento cómoda con eso. Soy la chica invisible. En el colegio, muy pocos saben que somos hermanas. Ella se ha encargado de que no nos relacionen, y quienes están enterados simplemente no se atreven a abrir la boca. Todo el mundo sabe que enemistarse con ella es lo mismo que la muerte social en todos los sentidos.
De cualquier modo, cuando llego a la cafetería, noto que ella está al fondo en una mesa con sus amigas, riendo mientras hay un chico de pie a su lado. Con un aire destructivo, es el mismo chico que vi en la dirección y en los corredores. Su cabello color rubio caramelo hace un perfecto contraste con sus ojos grises. Trae vaqueros oscuros, cazadora del mismo color y una playera blanca; la perfecta vestimenta de un Bad Boy.
Reagan parece decirle algo que no alcanzo a escuchar, al menos no al principio. Camino con pies de plomo hasta ellos.
—Oh, lo siento, la verdad es que no pensé que fueras a venir —ríe mi hermana—. Para ser honesta, esta es una cita de chicas.
La risa que brota de su garganta no es de burla, sino de reto. Puedo ver cómo el chico tensa el cuerpo. No lo conozco, me pareció verlo alguna vez en compañía de una castaña en el estacionamiento, pero no les presté atención.
—De verdad lo siento, pero igual podríamos quedar después...
Sé lo que hace mi hermana. Conozco el juego al que somete a todos los chicos cuando se da cuenta de que les interesa más de la cuenta, como seguro ocurrió con él. Me da tanta lástima que termino por actuar como ella, como una perra.
—Aquí estás —le abrazo con fuerza.
Él no me devuelve el abrazo; al contrario, se queda tan quieto y duro como una estatua sin vida.
—Este es el momento en el que me sigues la corriente —le susurro al oído.
Puede que me esté tomando derechos con un completo desconocido, pero Reagan saca lo peor de mí. Inhalo el olor del chico; huele a porro de marihuana, a loción masculina y a jabón. Huele demasiado bien. Las risas de las amigas de mi hermana vuelven al fondo cuando él me sostiene de los brazos para alejarme.
La calidez de su cuerpo desaparece por completo. Ahora me ve como una posible víctima de mutilamiento medieval.
—No me toques —su rostro se torna monótono e inexpresivo.
Se gira lentamente hacia mi hermana, quien ahora se le ha ido el color del cuerpo. Luego me mira a mí; nos está comparando. Ya he visto esa mirada antes y no hace falta que me diga lo que piensa, porque lo sé, al igual que el resto del mundo. Lo que hace que me quede muda. Le echa un último vistazo a mi hermana y sale de la cafetería.
—Hermanita —ríe—. Si quieres que te tomen en serio, debes dejar de ser tan puta.
Las risas de sus amigas le siguieron. Corrí hacia el chico, que estaba por subir a su auto.
—¡Eh, espera! —no quería que pensara mal de mí—. Yo lo siento.
Me quedé sin aliento. Él apenas se inmutó cuando me miró por encima del hombro.
—No quería incomodarte, solo quería ayudarte. Mi hermana... ella es un poco...
—No me interesa el juego enfermo que tengan tu hermana y tú.
Abro los ojos como platos.
—¿Crees que yo estoy involucrada en esto? —me señalo.
—Aléjate de mí.
Es todo lo que dice antes de entrar a su auto, encender el motor y pisar el acelerador. Lo pierdo de vista. Soy una idiota; esto me lo gané por intentar ser buena persona.
—Ay, hermanita, ¿te rechazaron?
Volteo.
—No me rechazó nadie. Solo he venido porque mi padre está como loco, ya que no estás en casa. A las diez comienza la cena con los Star.
Camino hasta el auto.
—Hice mi trabajo; si no apareces, no es mi problema.
—Espera.
No le presto atención. Ella trae su propio carro, por lo que me pongo en marcha con el mío. Las dos terminamos llegando al mismo tiempo. Baja del auto primero. No importa las distancias en las que nos encontremos; el olor a alcohol pica mis fosas nasales. Ella bebió.
Entra primero ella. Subiendo los primeros peldaños de las escaleras, ya puedo escuchar las palabras de alivio por parte de mi madre. Al entrar, me aseguro de cerrar la puerta principal.
—Oh, cariño, estábamos muy preocupados por ti —mi madre la abraza mientras la conduce al interior de la sala—. Ven, te ayudaré a alistarte.
—Gracias, mamá —responde la mustia.
Ellas se alejan; mi padre sale de la nada, caminando en mi dirección.
—Ya está aquí, papá...
La palma de su mano golpea mi rostro; el dolor se siente como una corriente eléctrica que recorre todo mi cuerpo. El calor ardiente y aplastante se instala en toda la mitad de mi rostro, el miedo invade mi sistema, me paralizo, no me puedo mover; si lo hago, será mi culpa de nuevo.
—Eres una mentirosa, sabías desde un principio en dónde estaba tu hermana, pero te lo callaste. ¿No comprendes que ella pudo estar en peligro?
No respondo; sería peor. Quiero decirle que Reagan es la mayor, que ya tiene suficiente edad como para saber lo que hace, que ella no es mi responsabilidad, pero no lo hago.
—Cada día me decepcionas más; estarás en la cena por puro protocolo. Si fuera por mí, diría que solo tengo una hija.
Sus palabras hace mucho tiempo que dejaron de herirme; sin embargo, alcanzo a ver cómo Reagan se asoma por la rendija de la puerta que separa la estancia principal del pasillo adyacente. No hay burla en sus ojos, pero sí la seriedad de siempre cada vez que esto pasa; ella comete los errores y yo tengo la culpa.
—Alístate y trata de no dejarnos en vergüenza —finaliza mi padre y se marcha.
Subo las escaleras.
—Piper —me llama Reagan.
—Ahora no —entro a mi habitación lo más rápido que puedo y cierro con pestillo.
—Piper, abre la puerta —golpea con fuerza—. Por favor, hablemos, no quería que esto pasara.
Siempre dice lo mismo y siempre vuelve a hacerlo.
—¡Piper, hermanita, abre la puerta!
Insiste, pero no le presto atención; entro a la ducha y me miro en el espejo. Ella es la luz de esta familia, yo, la oscuridad; ella es el trofeo que le encanta presumir a nuestro padre, yo, la mancha negra que se empeña por borrar. Blanco y n***o, suerte e infortunio, eso éramos Reagan y yo.
No soy bonita, popular, accesible; soy lo peor de esta familia. Por ello, cuando termine la universidad, me iré de aquí, lejos de todos ellos, lejos de mi hermana, a un sitio en donde nadie sepa quién soy, un lugar en donde me acepten y en donde me vean.
Me pongo un vestido n***o que mi madre compró la semana pasada para esta ocasión; es hermoso, sencillo, porque tenía una regla de oro, y esa era que no podía verme mejor que Reagan. No me interesa, solo cuento los días.
El resto de la velada me resulta tortura y muerte, comenzando por el hecho de que mi madre se encargó de que me sentara en la última silla, alejada de ellos y de la mayoría de los invitados, un matrimonio con sus tres hijos. Los trillizos Star iban al colegio con nosotras.
—A Piper no le gusta mucho convivir con la gente —se excusó mi madre cuando la señora Star le preguntó por qué me sentaba lejos de todos.
—No mordemos —se burló su hijo mayor.
Igual todos estaban interesados en lo que decía mi hermana; yo solo masticaba en silencio, bebía agua y trataba de parecer lo más invisible.
—Tienes una hija encantadora; Reagan es, sin duda, la nuera que todos queremos —dijo la señora Star, mirando hacia mí después—. Piper es...
Quiero reírme; no sabe qué decir, pero como es educada, mentirá de una manera suave.
—Dulce —sisea.
Cuando todo el circo termina, me voy a mi habitación. Viendo cómo ellos tres se quedan en la sala hablando de lo bien que les salió todo, ni siquiera se dieron cuenta de mi ausencia; es mejor así.
Un nudo se forma en mi garganta; odio la manera en que permito que me hagan sentir, por lo que voy al baño y me quito el vestido, dejando que se caiga al suelo húmedo. Enciendo la regadera, tomo una toalla para manos y, dejando que mis ojos se llenen de agua, me muerdo con fuerza la muñeca de mi mano izquierda.
La presión que ejerzo es tanta que el sabor de la sangre no tarda en explotar en mi boca. El dolor, mi mejor amigo; sentir dolor es lo único que me hace regresar a la realidad, lo único que me demuestra que soy visible, que estoy viva y que no soy un fantasma.
Termino y me coloco la toalla sobre la muñeca, dejando que absorba el resto de la sangre. Las lágrimas se derraman por mis mejillas; escucho el ruido de un auto, me asomo por la ventana del baño y observo a Reagan salir corriendo, subirse al auto de sus amigas, sabiendo que, después de que mi padre quedara satisfecho con la cena, le dio permiso de salir.
Sorbo mi nariz, me doy una ducha y me voy a la cama después de haber vendado mi mano.
[...]
A la mañana siguiente, llegando a la universidad, me apresuro a ir a la dirección. Ser tutora no es de mi total agrado, pero la institución te pagaba por ayudar a otros alumnos, y ese dinero lo necesitaba mucho; ahorrar a escondidas de mis padres se ha convertido en un hábito al que soy adicta.
Mi sonrisa se desvanece al darme cuenta de que Reagan ya está ahí mismo, viendo la lista de los chicos a los que ayudará. Mis pasos se vuelven lentos y pesados; no obstante, me armo de valor y voy hacia la secretaria.
—Hola, ¿tienes algo para mí? —inquiero con cautela.
La pobre mujer debe notar mi miseria, porque me ofrece una sonrisa sincera por primera vez.
—Hay un alumno que está disponible, pero... ah, ya llegó, es él.
Volteo con la esperanza de tener a mi primer alumno, pero al hacerlo, mis ojos golpean con un par del color del acero.
—Él es Ian Howard.
Ahora el extraño tiene nombre, y es muy apuesto; él me observa, me ve, por primera vez alguien se da cuenta de que existo, y eso ya es mucho qué decir.
—Ella es Piper Withe; será tu nueva tutora...
—Yo lo puedo hacer.
La magia se rompe; él ahora mantiene su atención en mi hermana, quien finge ser linda.
—Deja que te recompense por mi comportamiento de ayer, por favor —coloca su mano sobre su brazo—. Soy Reagan, pero eso ya lo sabes, ¿no? Me di cuenta de que me sigues en mis r************* .
No, no, por favor, él no. Ajusto la correa de mi bandolera.
—¿Hay algún problema con eso, Marta? —le pregunta a la secretaria.
Quien nos observa de hito en hito; los ojos grises de Ian no se apartan de ella ni un solo segundo.
—Bueno, están ellas dos como opción, Ian; elige tú quien quieres que sea tu tutora —arguye Marta con ojos llenos de lástima hacia mí.
Porque en el fondo ambas sabemos cuál va a ser su respuesta, pero yo albergo una pequeña esperanza.
«Por favor, por favor, dame una oportunidad, por favor, mírame a mí, no a ella».
—Me parece que me quedo con ella —señala a mi hermana.
Reagan ensancha su sonrisa; los dos se quedan viendo y, de nueva cuenta, soy desplazada por mi hermana mayor.
—Lo siento, cariño, te avisaré si...
Reagan e Ian ni siquiera me prestan atención; soy invisible también para este chico. El punzante dolor aplasta mi pecho mientras veo cómo ella lo arrastra al fondo para que llene los documentos. Me pregunto si algún día habrá alguien que me mire como él la mira a ella.
—No hace falta —me resigno—. Me salgo del sistema.
Trago grueso.
—¿Estás segura? Puede que alguien...
Sonrío, negando con la cabeza.
—Las dos sabemos que no pasará.
—Y es una lástima, porque eres muy inteligente, más que tu hermana; tus notas son mejores.
La risa de mi hermana resuena por todo el sitio.
—Creo que dejaré de intentarlo, pero gracias de todas formas.
Marta me lanza una mirada llena de lástima.
—Lo siento —gesticula.
Me despido de ella, saliendo del aula del personal docente, mirando a lo lejos al chico de ojos grises, de ojos color tormenta, color humo, quien observa a mi hermana con un deseo tan intenso que ahora soy yo la que siente lástima por él.
«Vamos, un chico como él jamás se fijaría en alguien como yo».
Me despido del chico con la mirada, grabando su imagen en mi cabeza, y me marcho, teniendo en mente buscar otro medio para conseguir trabajo y dinero.
"Mírenla, pobre, nadie la quiso como tutora".
"Reagan es mejor que ella; además, Ian jamás le haría caso a una mediocre como ella".
Los comentarios de las chicas queman mis oídos, y sin más, corro hacia el baño más cercano. Sin darme cuenta, termino chocando contra un rubio de ojos ámbar, casi amarillos y enigmáticos. Él me observa con curiosidad, luego atrás de mí.
—Lo siento, estaba distraída...
—Kabil.
La voz ronca y masculina que golpea mis espaldas me eriza la piel.
—Ian.
—Te presento a Reagan Withe, mi nueva tutora.
Y con esto, me aparto y corro lejos de ellos.