IAN Kabil maneja en silencio, su ceño fruncido es apenas visible en la penumbra del auto. La única iluminación proviene de las farolas dispersas y el resplandor rojizo de los semáforos. Sus manos se aferran al volante con fuerza contenida, provocando que los nudillos se le pongan blancos por la tensión. Puedo sentir su rabia como un peso denso dentro del vehículo. No dice nada, pero sé que está hirviendo por dentro. No lo culpo, estoy igual o peor, y eso es algo que me incomoda. —Deja de llorar —escupe con ojos de demonio—. Odio a las chicas lloronas, no tienes idea de lo que les hago. Tenso el cuerpo, yo sí sé qué es lo que les hace, de hecho, al principio de todo, cuando Ozzian se esforzaba por mantener a Elaxi al marguen de Kabil, no era por celos, no, sus razones iban más allá de

