Ángela se despertó y se dió cuenta de que no había sido una pesadilla, realmente había pasado, se levantó de la cama y miró por la ventana, aunque hacía un día increíble y el jardín era digno de explorar, sentía como si una nube oscureciera todo.
Volvió a tumbarse en la cama, necesitaba pensar.
"Podría escapar y huir", pensó primero. "¡Claro Ángela!, muy inteligente, sin un céntimo y el depósito del coche vacío llegarás muy lejos", se rio de si misma. "¿Y si...?", todavía estaba dando forma a la idea, pero...
"¿Y si conseguía que él rompiera el contrato?", era una buena idea.
¿Cómo?, no tenía ni idea, por eso tenía que investigar, se dió una buena ducha, se vistió y salió de la habitación decidida a averiguarlo.
Lo primero que vio al salir fue un pasillo, a la izquierda finalizaba con una gran ventana, a la derecha se bajaba al primer piso, en la pared del pasillo había marcas que indicaban que en algún momento ahí hubo cuadros, bajó las escaleras, había una entrada con una mesa blanca y redonda, en ella un jarrón con flores que daba vida a la estancia, intentó abrir una puerta que había a la derecha pero estaba cerrada con llave, así que fue a la izquierda, al entrar había un salón bien iluminado, con un par de sillones y al fondo un mesa para varios comensales, al fondo una puerta, entró, era la cocina, había dos personas cocinando, y una desayunando.
—¡Buenos días !, ¿Quieres desayunar Ángela? —la saludó una mujer.
No era mayor, quizá un par de años más que ella—. Soy Marta, el ama de llaves, y bueno, cocinera por gusto. —se presentó entendiendo su postura—. Ellos son Alberto, cocinero oficial y Andrea, la asistente de limpieza. —concluyó.
—Buenos días —alcanzó a decir. ¿Porqué eran tan amables?, ¿No sabían porqué estaba ahí?, se sentó en uno de los taburetes,—estaría bien, gracias.
Marta le puso un café y le señaló la leche y el azúcar, después le puso un plato con varias pastas.
—Espero que te guste, son de la mejor pastelería de aquí —le dijo sonriente Marta —cualquier cosa que necesites solo tienes que pedírmelo —añadió. Ángela no entendía nada, desayunó con calma mientras los miraba intentando saber que estaban pensando, Marta se dió cuenta de ello.
—Sabemos porqué estás aquí, no vamos a juzgarte, cada persona tiene una situación, solo intentaremos que mientras estés aquí, estés bien —le dijo con dulzura.
Ángela se sintió aliviada, imaginaba una casa oscura llena de hombres con armas y tres meses de horror, en vez de eso se encontró con esas personas, las lágrimas de alivió cayeron por sus mejillas, Marta se acercó a ella y la abrazó,
—¡No! , no llores, no tienes por qué tener miedo, ya lo ves, somos normales, se que Alejandro puede ser muy bestia a veces, pero créeme que también puede ser muy dulce —lo dijo mientras le acariciaba la espalda como una mamá hace cuando su pequeño se ha caído.
—¿Qué te parece si desayunas y damos un paseo por el jardín? —ofreció animada el ama de llaves.
—Estaría bien.—pudo contestar Ángela mientras asomaba una pequeña sonrisa.
Marta le enseñó todo a la vez que charlaban, le preguntó disimuladamente cosas para saber si su esposo tenía razón, efectivamente, Alejandro estaba muy equivocado, no era como las otras mujeres que traía, frívolas, coquetas y buscando su dinero, Ángela era dulce, tranquila, y por su vestimenta, humilde.
Ángela estuvo entretenida con ellos todo el día, les ayudó en la cocina, recogió flores para las habitaciones y conoció a los mellizos, los hijos de Marta e Ignacio, se enamoró de ellos al instante.
Al levantarse por la mañana volvió a hacer lo mismo, Alejandro todavía no había hecho acto de presencia, su mayor temor, así que preguntó a Andrea,
—El señor no está, no ha venido a dormir.
¿A qué estaba jugando?, eso la asustó mucho.