EXTRA DOS.

2654 Words
Ryan.  ---------- La primera vez que Marina y yo discutimos me di cuenta que no tenía que protegerla de mí, de mi pasado o de mi presente, porque ella quería cada una de esas piezas. Y la amé más por eso.  Fue en el verano que pasó conmigo en San Diego, la misma noche que llegó, me llamaron de la casa de reposo para informarme que Mary Rivers había fallecido. Nadie en el asilo sabía mi historia, pero sabían que me interesaba por Mary y cuando llamaron para contarme la noticia tuve que meterme al baño para que Marina no se diera cuenta de que algo me estaba afectando.  Tenía claro que yo no era el responsable de la muerte de Mary, pero había pasado mucho tiempo con ella hasta considerarla una amiga. Y luego… la culpa volvió a llegar. Noah, Theodore, Tony. Cuando volví a encontrarme con Marina y empezamos a salir creí dejar todo el pasado atrás, me dediqué a complacerla, mimarla y, sobre todo, hacerle saber que la quería de la forma más pura y verdadera que se puede querer a alguien. Y esa noche… volví a sentirme insuficiente para ella.  Logré fingir que todo estaba bien, pero a la mañana siguiente salí antes del departamento y fui directo al cementerio al entierro de Mary. Me mantuve en el fondo y sufrí con discreción una pena de la cual no estaba seguro de ser digno. Mary fue enterrada junto a su difunto esposo, Theodore, una calurosa mañana de Julio y por fin pudieron estar de nuevo juntos.  Creo que el destino siempre ha puesto frente a mí cosas o personas que necesito, porque esa misma mañana, aún con la sensación abrumadora en mi pecho, alejada por varias tumbas más, estaba Elizabeth James visitando la lápida de su hermano, Noah. Sabía que tenía que caminar derecho y no detenerme porque ella no deseaba verme, pero fue como si mis pies caminaran solos y al siguiente instante me encontraba junto a Elizabeth. Giró su cabeza para ver quien había llegado y enseguida me reconoció. Me dio una bofetada y no hice nada para impedirlo.  —Lo siento —dije. Nunca tuve la oportunidad de disculparme con ella y era algo que me faltaba—. En serio, en serio, lo siento. Si pudiera… Me volvió a golpear.  —Si pudiera matarte, lo haría con mis propias manos —respondió ella. Sin duda Elizabeth me odiaba; hasta la fecha es probable que su odio hacia mí mantenga vivo el recuerdo de Noah porque no creo que me haya perdonado.  Saqué una tarjeta de presentación de mi bolsillo y se la entregué, tardó en tomarla, pero finalmente la aceptó. —Si hay algo que yo pueda hacer por ti…  No pude hablar más. Me marché de aquel lugar con la culpa persiguiéndome y amenazando con terminar lo que creí ya había sanado después de tanto tiempo. Toda la tarde no pude concentrarme y tampoco pude ir a mi cita para comer con Marina porque tenía miedo de que viera en mí el hombre que se cruzó en su camino y modificó toda su vida en cambio de ver al hombre que la amaba con locura y que haría hasta lo imposible por hacerla feliz. Cuando llegué a casa por la noche, creí que podría ocultarlo todo, pero no contaba con una sorpresa inesperada. Tocaron la puerta del departamento y Marina abrió pensando que era la comida, pero se llevó (y yo también) una gran sorpresa cuando Elizabeth apareció en la puerta. Abrió sus ojos y se vio reflejado el odio que sentía por ambos.  —No lo puedo creer —le dijo a Mar; sus palabras eran tan frías que sentí que me congelaba en mi lugar—. Eres una hija de perra.  —No puedes… — ¿Qué necesitas, Beth? —preguntó Marina, interrumpiéndome tranquilamente. Marina ni siquiera dejó a Elizabeth pasar cuando ella intentaba hacerlo a la fuerza, Mar se plantó en la entrada con una dignidad y determinación impresionante. Elizabeth miró por encima del hombro de Marina hasta llegar a mí, levantó un sobre y lo arrojó a mis pies, haciendo que varios billetes se esparcieran por la alfombra.  —Quise devolverte esta mierda desde el momento en el que mi madre lo recibió, ojalá que te pudras en el infierno con todo tu dinero.  No dije nada. Y de nuevo, como desde el momento en que la conocí, Marina me salvó. —Bueno, ya se lo has dado. Creo que es mejor que te vayas, Beth. Ten una feliz vida.  Por un segundo pareció que Elizabeth tampoco sabía qué decir, luego retomó el valor y dijo:  —Y yo espero que la de ustedes sea un infierno.  Cuando Mar y yo volvimos a quedar solos, ella perdió toda la calma y explotó. — ¿Qué es todo este dinero, Ryan? ¿Por qué Beth vino aquí? ¿Qué… qué… qué se supone que es esto? —no sabía qué decirle porque tenía tanto miedo de que ella se volviera a ir… y esta vez fuera para siempre—. ¡Ryan! ¡Dime!  Le conté que un año atrás había conseguido la dirección de la madre de Noah y que le había enviado un sobre con una carta y un poco de dinero, le expliqué que si yo fuera Noah me gustaría saber que mi madre, sola y anciana, estaba protegida y que no quería que pensaran que era una compensación económica porque no habría dinero en el mundo que fuera suficiente para cubrir mi culpa. También le conté que esa mañana había ido al funeral de Mary Rivers y ahí había visto a Elizabeth, le conté lo que pasó y que no estaba seguro de cómo supo mi dirección.  — ¿Y por qué no me dijiste? —gritó Marina—. ¡Yo pude acompañarte al funeral! ¿Por qué no me dijiste lo del dinero? ¡Cuando empezamos a salir dijiste que me lo habías contado todo! ¿Por qué sigues dejándome fuera?  Dio media vuelta y se encerró en la habitación toda la noche, no la seguí porque no creí que quisiera verme, pero a la mañana siguiente entendí que no sabía nada de la mente femenina.  Marina salió a la cocina porque se moría de hambre (aunque ella aún no admite eso) y tuve que decir mi mayor miedo: —Entenderé si quieres irte.  Esa también fue la primera vez que Marina me dio la mirada, entrecerró los ojos y el puente de su nariz formó varios pliegues.  — ¿De qué diablos hablas?  —Sé que no soy lo que tu mereces y sé que lo que hice siempre formará parte de una época oscura de mi vida que tú no mereces, no quieres verme y lo entiendo.  —Una gota de autocompasión más y te tiró tu película autografiada de Karate Kid por la ventana —amenazó—. ¡Ryan, yo no quiero irme! ¡Tu pasado es el mío también! ¡Nuestros caminos se cruzaron de una forma extraña, pero ya está! No podemos cambiar lo que fuimos, pero podemos controlar quiénes somos. Sí, estaba enojada porque me lo ocultaste y porque trajiste a Beth a nuestras vidas de nuevo. Yo ya pasé el capítulo y verla… me descontroló un poco. ¡Ah, y estaba enojada porque no dijiste nada más anoche! ¡No fuiste a la habitación! ¡Tu debías pedir perdón! ¡La mitad de los problemas se podrían solucionar si la gente pidiera perdón más seguido!  Mi corazón dio un vuelco. Ella no se iría y yo le pedí perdón tal cual merecía. Y no volví a ocultarle ningún secreto a partir de entonces, mi pasado fue suyo completamente y mi futuro le pertenecía desde el momento en que la vi. Y lo más importante de todo… mi pasado dejó de ser una carga, antes de eso me atormentaba que Marina despertara un día y se fuera porque el recuerdo de Noah era demasiado aplastante, pero entendí que ella ya lo había soltado y yo tenía que dejarlo ir. Porque Marina era y es mi segunda oportunidad, ella es la razón de que yo viva cada día.  Le volví a pedir perdón esa noche cuando besaba sus labios, cuando besaba el lóbulo de su oreja, la curva de su cuello, el inicio de su pecho, las curvas de su cuerpo y todo lo que ella quisiera. Esa noche me di cuenta que tenía conmigo al ser más fuerte, valiente y preciado que tenía mi mundo. Y no lo dejaría ir por caprichoso que fuera el destino con nosotros.  Así que me puse manos a la obra y al siguiente verano, después de seis meses viviendo juntos y una historia que superaría cualquier cosa, junto al mismo lago en que la besé por primera vez… le propuse matrimonio. Mar tenía el vestido con flores rosas que tanto le gusta y se había amarrado el cabello en una trenza que le daba un aspecto más joven, su mirada estaba tan concentrada en el lago que no notó cuando saqué la caja roja de mi bolsillo. Le pedí que se pusiera de pie, luego tomé su mano y dije:  —Te amo y, con seguridad, sé que te amaré todos los días de mi vida. Incluso cuando haces eso tan molesto de corregir mi forma de conducir. Así que —tenía muchos nervios, me aterraba que ella dijera que no. Incluso me daba miedo ponerle el anillo en el dedo incorrecto— ¿Quiere casarse conmigo, doctora Stewart?  Y ella dijo: sí.  Planeamos casarnos al año siguiente y fue el día más espléndido que puedo recordar. La tarde del sábado 16 de agosto de 2025, Marina y yo subimos a bordo de The Dolphin con un juez como testigo, mi familia y sus padres. Parecía que el mar sabía que algo importante estaba pasando, que la culminación de un hecho preparado por tanto tiempo estaba por suceder, porque el oleaje era una suave caricia, y dos enormes peces nos dieron la bienvenida a su hogar. El atardecer estaba en su punto clave cuando el juez nos hizo la más sencilla de las preguntas y yo dije:  —Acepto.  Marina y yo nos inclinamos a firmar el documento que nos uniría legalmente, pero en nuestros corazones habíamos estado unidos desde el mismo día de la creación. El lazo que nos ataba se estrechó más y a partir de entonces nunca fuimos demasiado lejos del otro.  Han pasado seis años desde el día de nuestra boda y aún recuerdo preguntarle a Mar: — ¿Es el día más feliz de tu vida?  —No —mi sonrisa flaqueó, pero no la de ella—. Mañana, cuando despierte contigo, será el día más feliz de mi vida. Y luego, pasado mañana que desayunemos uno de tus insípidos panqués, será el día más feliz de mi vida. Y el día siguiente también. Y el que le sigue. Y en cuarenta años cuando ambos estemos sentados en el pórtico de nuestra casa junto al mar con menos fuerza que ahora y más arrugas, será el día más feliz de mi vida porque estaré contigo y sé que viviremos cada día como si fuera el último.  No tuve una respuesta a eso, sólo la besé y deseé que ella supiera cuánto la amaba.  Marina es hermosa todos los días, pero esa ocasión no parecía real. Su imagen aún permanece como una fotografía en mi cabeza; su cabello rojizo estaba mucho más largo que ahora y le caía en ondas definidas por lo largo de su espalda, tenía unas flores blancas con pequeñas hojas verdes como corona en la cabeza y sus ojos se veían más grandes, más brillantes, el vestido blanco arrastrada por el suelo, pero cuando se paró en la proa del barco y el viento levantó la fina tela de su vestido de novia… ella parecía una diosa.  Claro que no todo nuestro camino fue sencillo, hubo varias discusiones a lo largo de estos seis años y estoy seguro de que vienen muchas más, pero no me preocupa ninguna de ellas porque no hay nada más fuerte que lo que nos une.  —Como tú, por ejemplo —le susurro a la bebé Anne. La pequeña humana no hace ningún movimiento en mis brazos y sonrío al verla plácidamente dormida—. Espero que no te haya aburrido lo que te conté, Anne, porque tengo muchas otras historias con mamá que te pueden gustar.  —Creerá que la vida es un cuento de hadas si sólo le cuentas lo bueno que vivimos —me reclama Marina desde su cama.  Sigue un poco adormilada y cansada, pero es comprensible después de un largo trabajo de parto. Tomo su mano y la acaricio. Dios, gracias por todo lo que es.  —Es obvio que no escuchaste desde el inicio, porque le conté de la primera pelea que tuvimos.  Mar alza las cejas e intenta abrir más los ojos, pero su voz aún suena ronca cuando dice en tono de reproche: —Cuéntale de la vez que pagaste la hipoteca de la casa sin consultarle a tu esposa, cuéntale qué pasó esa vez.  — ¿La casa donde ahora vivimos? —pregunto sarcásticamente.  Aunque sí, fue una gran pelea la que tuvimos en esa ocasión, tanto que tuve que dormir en el sofá dos noches seguidas, pero no resultó tan malo después de todo.  Dan pequeños golpes en la puerta y un segundo después entra Clay, acompañado de Penny, la viva imagen de Marina a sus cuatro años.  — ¿Qué haces aquí, cariño? —pregunta Mar—. Te dijimos que no pueden entrar niños al hospital.  —Quería ver a la bebé —responde Penny. Sonrío automáticamente. —Lo siento —dice Clay, encogiéndose de hombros—. Su hija me convenció y aún no sé cómo.  Yo sí sé, fue con su encanto. El mismo que el de su mamá.  — ¿Cómo la dejaron pasar? —pregunta Mar. Penny se acerca al espacio entre su mamá y Anne y yo, pero se acomoda en la orilla de la cama sin atreverse a dar un paso más. —Sobornó al guardia con dulces y luego hizo una cara muy tierna. Sólo le dieron cinco minutos, así que los dejo solos. Haré guardia en la puerta.  La habitación vuelve a quedarse en silencio y Penny no deja de observar a su pequeña hermanita recién nacida, luego mira la forma en la que la abrazo y frunce la frente.  —Es horrible, p**i. Está… arrugada y parece una abuelita. ¿Podemos devolverla?  Suelto varias risas y Marina también.  —Crecerá, Penny. Tú también lo hiciste.  Creo que mi respuesta no la convenció, pero se sienta a mi lado y observa los globos que los abuelos trajeron un par de horas atrás.  — ¿Puedo tener un globo?  —Son de Anne, Penny —responde Mar—, pero estoy segura de que te puede regalar uno. Las hermanas siempre deben compartir sus cosas.  Penny se detiene a pensarlo un poco, aunque no estoy seguro de qué es lo que piensa.  — ¿Tendré que compartir mis muñecas con… ella? —su mamá y yo asentimos—. ¡Hay que devolverla, p**i! ¡Por favor!  No puedo reírme como quisiera porque temo despertar a Anne o mover mis brazos con brusquedad. Miro a Marina, recostada sobre la cama del hospital, con un cansancio terrible y quizá dolor, observa a sus hijas con el mismo amor que yo y sé, estoy seguro, de que no podría tener una mejor vida.  —Si nuestra vida no es un cuento de hadas, no sé qué sea.  ---------- Y... vivieron felices por siempre. FIN. 

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