La luz apenas se filtraba a través de las cortinas de la casa de embalaje, y gimo cuando me levanto, restregándome los ojos antes de mirar el reloj en la mesa a mi lado que me dice que tengo quince minutos para llegar al entrenamiento matutino.
Gritando fuerte, salto de la cama, me pongo unos pantalones cortos de licra y un sujetador deportivo antes de recogerme el pelo en un moño desordenado y rociar desodorante debajo de mis brazos.
Apresurándome al baño, me lavo los dientes, uso el baño antes de salir de mi habitación, mis zapatillas en la mano, bajo las escaleras y salgo al brillo del sol de la mañana.
Corro hacia el grupo de personas que ya están estirándose, murmurando una disculpa a nuestro entrenador principal mientras paso, ganándome una mirada desaprobadora. Sí, a Dorian no le
