El maître nos hace sentar en una mesa redonda cubierta por un mantel blanco que toca el suelo. Encima hay platos y juegos de cubiertos perfectamente colocados, copas de tres estilos: para agua, para champán y para vino. También hay unas velas en el centro, dándole un toque que me parece romántico. Mientras me coloco la servilleta de tela en el regazo y me remuevo sobre el asiento, miro alrededor detallando las enormes lámparas grises y redondas que hay en el techo y de las cuales, de su centro, brotan pequeños cristales largos y redondeados que parecen gotas congeladas. —¿Te gusta? —pregunta Hunter llamando mi atención. —Es muy bonito —manifiesto, regresando mi vista a él. —Qué bueno. —Pero..., dime, ¿es esto una cita romántica? —Volteo hacia las velas y aprieto los labios reprimiendo

