El año casi terminaba, eran los últimos días de diciembre, el mes favorito de Jesse. Ella estaba muy emocionada; esperaba ansiosamente —como lo hacía cada año— los regalos que recibiría de sus padres.
— Nena, ven aquí.
— ¿Me compraste un regalo? —preguntó con una mezcla de emoción y curiosidad cuando vio la caja que William le extendía— ¿Qué es?
— Debes averiguarlo tú misma —sugirió Jennifer.
—
Bien.
Jesse recibió el regalo de su padre y tiró del papel que cubría la caja. Entonces un grito se escapó de su boca.
— ¿Te gusta? —preguntó su padre.
— Sí, gracias papá ¡Me encantan estos zapatos!
— Ahora abre el mío —le instó Jennifer al ver su entusiasmo.
—
Mamá, ¿es lo que estoy pensando? —Jesse abrió completamente la bolsa que contenía el regalo de parte de su madre y otro grito se escapó de sus labios— ¡Me fascina!
La niña empezó a saltar de alegría y posteriormente abrazó a sus padres.
— Los quiero mucho a los dos —expresó mientras que sus padres la llenaban de beso— ¡Oh, qué apenada me siento! No tengo regalos para ustedes.
—
Pero estamos celebrando tu cumpleaños no el de nosotros —dijo Jennifer.
—
Aun así, yo quisiera poder darles algún regalo a ustedes.
— Pequeña, tú eres nuestro regalo —afirmó Jennifer.
—
¿Qué tal si ahora comemos aquél delicioso pavo relleno que Jennifer preparó? —habló William.
— Mamá, papá tiene hambre.
— Ya lo veo hija, vayamos a comer.
Los tres se sentaron alrededor de una mesa que previamente Jennifer había puesto en el patio de la casa, entonces ésta empezó a servir el pavo relleno que había preparado horas antes.
— Me gustaría que Izhar estuviera aquí —habló Jesse después de haber probado el pavo.
Después de casi un año de convivencia con el joven, Jesse se había acostumbrado a su presencia. Al parecer el acuerdo que hicieron aquella vez que pasearon juntos por primera vez, ambos lo estaban cumpliendo. Aunque, en ocasiones y para no perder la costumbre, la niña Jesse le hacía pequeñas bromas a Izhar.
— Él está con su familia, nena —comentó William.
— Ya han pasado once meses desde que él llegó. Veo que te agrada mucho —habló Jennifer.
— Sí, me agrada y a ustedes también.
— Es un buen muchacho —afirmó Willy.
— Pensé que solo yo los extrañaba —escucharon las tres personas que estaban sentadas alrededor de la mesa—, pero ya veo que ustedes también me extrañan.
— ¡Izhar, estás aquí! —exclamó Jesse quien rápidamente se levantó y lo abrazó.
— Hija, deja a Izhar —regañó Jennifer—. Él debe estar cansado.
— Siéntate hijo —intervino Willy.
—
¿Te apetece un poco de pavo? —preguntó Jennifer.
— Confieso que comí mucho, pero, aun así no me importaría probar un poco de ese pavo que se ve muy delicioso.
— Sí, es cierto, está muy delicioso —afirmó Jesse mientras volvía a sentarse.
Tras haber comido y luego de un tiempo de conversación, todos se retiraron de la mesa y fueron a sus respectivas habitaciones. Y en su habitación Jesse seguía entusiasmada; ella no dejaba de mirar los regalos que sus padres le dieron.
— ¿Aún despierta?
Al escuchar esa voz, Jesse giró su cabeza y sonrió al ver a Izhar. Y cuando Izhar vio su sonrisa, terminó de entrar y después de cerrar la puerta se acercó.
— ¿Regalos de tus padres?
— Sí, siéntate Izhar.
— Lindos zapatos.
— Lo sé, me gustan, tal como me gusta la muñeca. Ambos regalos se los pedí a mis padres cuando me llevaron al centro.
— ¿Te gustan mucho las muñecas?
— Claro, soy una niña y las niñas juegan con muñecas ¿Te parece bien?
— Sí, tú eres una niña que merece divertirse.
— El próximo año será mi último año antes de crecer, debo aprovechar y jugar con muñecas, antes de dejarlas.
— ¿Quieres crecer?
—
Quiero tener tu edad.
— ¿Por qué?
— Mañana —comentó Jesse, desviando así el tema de conversación— me pondré estos zapatos para nuestro paseo y luego seguiremos con mis prácticas de natación.
— ¿Paseo? ¿Prácticas? —preguntó Izhar fingiendo que lo había olvidado.
— Lo prometiste —dijo Jesse y pronto sus ojos empezaron a cristalizarse.
— Bien, bien, pero de ninguna manera permitiré que dañes esos zapatos; debes utilizar otros —dijo el joven y la niña sonrió.
— Gracias, sabía que no me defraudarías.
— Definitivamente posees un poder de persuasión que es igual al de una mujer mayor —dijo Izhar y Jesse lo golpeó en la cabeza.
— ¡Ay! —se quejó Izhar— Jesse, incluso golpeas más fuerte que mi abuelita.
— ¿Me estás llamando abuelita? —gritó la niña y seguidamente intentó abalanzarse sobre Izhar, pero el joven la contuvo justo a tiempo.
— Calma Jesse —dijo Izhar y debido a la cercanía pudo sentir lo acelerado que estaba el corazón de la niña—. Pequeña fierecilla, ¿acaso tendré que domarte? —preguntó él y ella empezó a reírse.
— Eres muy gracioso; me hiciste recordar un cuento.
— ¿Sobre la fierecilla domada?
— Sí, es muy bueno —dijo Jesse y posteriormente señaló sus nuevos zapatos —. Mañana los estrenaré, pero me los quitaré cuando me toque nadar ¿Te parece?
—
Estoy de acuerdo —Izhar soltó a la niña—. Estoy sorprendido con tus avances en natación. Cuando ya sepas nadar perfectamente, entonces te enseñaré defensa personal.
— ¿De verdad?
— No, solo bromeaba.
— Por favor —dijo Jesse quien no tardó en unir sus manos en señal de súplica.
— No, es mi última palabra.
— Está bien, Izhar —expresó la niña.
— ¿Te rindes tan fácil? —cuestionó el joven y cuando menos lo esperó Jesse estaba sobre él, ella intentó hacerle cosquillas, pero su intento fue inútil, ya que, el joven Izhar sujetó sus manos.
— Por favor, por favor —inició Jesse un nuevo ruego.
Jesse lo miró dedicándole una tierna sonrisa y empezó a pestañear de forma coqueta.
— Está bien, tú ganas, pero ya deja de sonreír y de mover tus pestañas.
— ¿No te gusta mi sonrisa?
— Tu sonrisa y tus ojos me encantan —dijo el joven sin apartar la mirada de la niña.
—
¿De verdad? Entonces dime, ¿de qué color son mis ojos?
— ¿Por qué preguntas? ¿Aún no sabes de qué color son tus ojos?
— Cada vez que estoy frente al espejo veo el color, pero no sé exactamente qué color tienen. Por favor dime.
— Déjame ver.
Jesse se sentó y el joven se ubicó frente a ella.
— No hagas eso —dijo Izhar al ver que ella blanqueaba sus ojos.
— ¿Qué cosa no debo hacer?
— Poner los ojos en blanco.
— ¿Te asustaste? —Jesse sonrió— ¿Crees que mis ojos son muy grandes?
— Sí, es una linda sonrisa —Izhar pasó su mano suavemente sobre el hoyuelo que se formaba en la mejilla de la niña—… y un lindo hoyuelo.
— Es la segunda vez que alguien que no sean mis padres me dice que hay algo lindo en mi rostro.
— ¿Quién más te dijo que es lindo? —preguntó Izhar al mismo tiempo que fruncía el ceño.
—
Tengo sueño ¿Por qué no dejamos esta conversación para mañana?
Jesse fingió bostezar, pero después de todos esos meses de convivencia, Izhar pudo conocer a Jesse, él la conocía más de lo que ella imaginaba.
— Ahora lo entiendo.
— ¿Qué entiendes?
— Alguien te dijo que tus ojos son lindos, seguramente ese es el motivo por el que me has estado preguntando al respecto ¿Quién te lo dijo?
—
Sacas conclusiones precipitadamente.
— ¿Eso crees? Jesse —Izhar se sentó junto a ella—, no me iré de aquí si no hablas.
—
Fue el novio de una de mis compañeras de clases.
— ¿Tu compañera de clases tiene novio?
— En realidad estoy hablando de mi amiga Ana, ella tiene dos años más que yo y de igual forma su novio es mayor que ella dos años.
— Jesse, debes alejarte de ellos.
— Están en mi clase, es imposible alejarme.
— Bien, entonces cuando tus clases terminen, te alejaras de ellos.
—
¡Qué autoritario! ¿Por qué estás hablando como mi padre?
— ¿Qué estás tratando de decir? Yo solo estoy preocupado por ti.
— Pues no te preocupes. Ahora cambiemos el tema, hay algo que quiero preguntarte.
— ¿Qué cosa?
— ¿Tú tienes novia?
— ¿Por qué lo preguntas?
— Escuché que alguien decía que una novia era una distracción.
— Niña curiosa, yo no tengo novia aún.
— ¡Qué bien!
—
¿Te parece bien?
Jesse empezó a sentirse nerviosa, su corazón también empezó a latir aceleradamente y por eso ella apartó su mirada. Ella no quería que Izhar notara lo que por su causa estaba experimentando.
— Creo que ya es hora de dormir ¿No tienes sueño? Deberías volver a tu habitación.
— Sí, tienes razón —Izhar caminó hacia la puerta y la abrió—. Hasta mañana, Jesse.
— Hasta mañana, Izhar.