Capítulo 1. El inicio de mis problemas.

1783 Words
"This is how the story went, I met someone by accident..." Mientras miraba a través de la ventanilla del avión que nos llevaba directo a Inglaterra, me preguntaba si mi vida en Holmes Chapel sería tan miserable y desdichada cómo me la había imaginado dos días antes de partir de casa. Giré la cabeza hacia el asiento de al lado y vi a mi hermana menor, Reagan, dormir con la boca abierta, mientras un fino hilillo de baba se escurría por su boca y pendía en su barbilla. Por un instante la envidié, yo no pude conciliar el sueño desde que abordamos el avión y durante estas ocho horas de vuelo, me la he pasado despierta con un terrible dolor taladrarme los tímpanos. Miré a mamá por encima de mi hermana, ella se encontraba en la fila de asientos que estaba al otro lado del pasillo. Me sonrió y gesticuló un "falta poco" que logró aumentar las esperanzas de que pronto me desharía de este insufrible dolor en los oídos. Era la segunda vez que me subía a un avión. La primera fue para ir a California a visitar a papá, no duramos tanto y los oídos sólo me molestaron por unos minutos. Ahora quería arrancarme las orejas y tirarme por una ventana. Tenía el trasero tieso de estar sentada durante tanto tiempo y propablemente tenga menos glúteos que antes. Volví a observar a mi hermana y deseé estar en su lugar. Ser perezosa al parecer tenía sus ventajas después de todo. Dos horas después, aterrizamos en el aeropuerto estatal de Cheshire y esperamos al nuevo esposo de mamá en la parada de autobús que se encargaba de transportar a turistas y extranjeros. Hacía frío y no veía el sol asomarse por ningún lado. Las personas llevaban puestos tres abrigos como mínimo y apenas estabamos a principios de agosto. Mamá nos puso a Reagan y a mí los gorritos de lana que nos hizo la abuela en la Navidad de hace un año y unos guantes para que no se nos congelaran los dedos. —¿Inglaterra es así todo el año, mamá?—masculló mi hermana sin parar de frotarse las manos para propinarse calor. Mamá alargó el cuello y barrió el aeropuerto con la vista antes de girarse hacia ella y responderle. —Tengo entendido que puede durar ocho meses—cuando Reagan y yo nos empezamos a quejar, mi madre añadió entre risas—: es broma, chicas. Con suerte, estaremos así la mitad del año. Puse los ojos en blanco y me crucé de brazos para ver si así dejaba de temblar y me calentaba un poco. ¿Se suponía que eso que dijo mamá nos ayudaría en algo? No llevábamos ni cinco minutos en Cheshire y ya comenzaba a extrañar Carolina del Norte. El hecho de saber que ya no viviríamos cerca de la playa bastaba para deprimirme el resto de la vida, sin contar los meses sin sol y el clima detestablemente frío. Fue una sorpresa haber recibido la noticia de que mamá se había casado en secreto mientras realizaba uno de sus viajes de negocio. Reagan había soltado un chillido de felicidad cuando se enteró y yo apenas podía creermelo. Aunque esa no fue la verdadera bomba ni lo que me motivó a encerrarme una semana en mi cuarto. Nos mudaríamos a Inglaterra. Fue como echarme un balde de agua ardiendo en la cara. No me lo esperaba, tampoco me agradaba la idea. Pero mamá estaba feliz. Y, al parecer, igual Reagan. Mamá había estado sola por mucho tiempo y mi hermana necesitaba una figura paterna presente, no como papá. Aunque aceptar a un nuevo hombre en nuestras vidas sería una de las tareas más difíciles que he tenido que realizar desde entonces. No había estado ni un segundo sentada en la banca cuando una camioneta negra se estacionó en frente de nosotras. Vi un hombre gordo y de cara amable salir del vehículo, en una mano sostenía tres abrigos enormes y la otra al parecer se la tendía a mi mamá, ella la tomó y besó al extraño en la boca. Instintivamente, Reagan y yo apartamos la mirada y nos limitamos a observar a un niño de algunos cinco o seis años que le tocaba el trasero a una pobre anciana. No pude decidir cuál de las dos escenas era peor. —Chicas —nos llamó mi madre con su radiante sonrisa, mientras abrazaba al que supuestamente era su esposo—, él es Charles Dough. Charles... ellas son mis hijas, Reagan y Jodie. "Charles" nos ofreció una sonrisa amistosa antes de darnos a cada una uno de esos enormes abrigos negros que tenía en un brazo. —Es un placer chicas, Katelyn me ha hablado mucho de ustedes. —¡Lo mismo digo! ¡Me alegro de por fin conocerlo!—respondió mi hermana desbordando una repentina alegría que no vi venir. No quise mostrarme evasiva ni distante con el esposo de mamá, así que, aunque no me agradara mucho la idea de que el señor aquí presente sea una clase de padre para nosotras, traté de dirigirme hacia él con la misma simpatía que nos había mostrado hace unos segundos. —Le agradecemos mucho que nos haya recibido en su casa, señor, no... —Por favor, no lo agradezcas, ahora es nuestra casa—apretó con delicadeza a mi mamá contra su cuerpo y la miró con cariño—. ¿Verdad que sí, preciosa? Y cuando habléis conmigo, hacedlo con toda la seguridad y confianza del mundo. Ahora somos una familia y me gustaría que contéis con eso, ¿sí, chicas? Reagan asintió energéticamente y yo me limité a sonreír. Luego de montar el equipaje en el vehículo, fuimos rumbo a "nuestra" casa en Holmes Chapel. En el camino Charles no paraba de hablar sobre su hijo Axel. Según él, era un chico inteligente, carismático y muy apuesto, aunque para nada creído. Tenía diecisiete años e iba en mi mismo curso, así que mamá y su esposo se entusiasmaron con la idea de que seríamos mejores amigos. Algo así como verdaderos y auténticos hermanos. Yo suspiré y me arrellané en el asiento, escuchar a mi madre planear mi vida en este lugar no me hacía gracia. Claro, tendría una relación sana con ese chico, no me interesaba matarme con nadie ni quería problemas, pero eso de ser mejores amigos del alma iba más allá de mis expectativas. Axel y yo nos llevaríamos bien y punto. Nada que implicara esas exageraciones superficiales de mamá. —Oye Jo, ¿crees que en verdad sea sexy?—me dijo mi hermana al oído, con ese tono pícaro tan típico de una adolescente de quince años. —¿Quién? —Pues Charles, niña... ¿no los estás oyendo? Charles dice que ha ganado cientos de competencias de natación y boxeo, y que por eso está en muy buena forma...¿tendrá novia? —Reagan... Ella se encogió de hombros. —¿Qué? Sólo es curiosidad, me interesa saber con quién estoy viviendo. La miré con el ceño fruncido y recordé su mala costumbre de llamar la atención de los chicos. Reagan había cumplido sus quince años hace cinco meses y desde entonces se ha vuelto una adicta a ver muchachos sin camisa y a coquetearles de vez en cuando. Me preocupaba que, si este tal Axel era tan... atractivo como decía su padre, las hormonas de mi hermana se alborotaran y se le insinuara de una forma que podría darle una reputación en este sitio. —Nada de ese tipo de curiosidades, señorita. Quiero que seas prudente, ¿me oíste? Y sabes a lo que me refiero con lo de "ser prudente". Entonces Reagan bufó y dejó caer su espalda bruscamente hacia atrás. —Ay, qué amargada eres. Después de veinte minutos, llegamos a nuestro "hogar, dulce hogar". Al bajar de la camioneta, no pude evitar fijarme mucho en el vecindario, pues era... diferente. Nuestra casa, de tres plantas al igual que las demás, estaba en medio de dos que eran exactamente iguales. Se trataba de una pequeña comunidad que consistía en dos hileras de casas justamente iguales hasta el final de la calle. Mismo patio delantero e incluso el mismo porche. El lugar me recordó a una villa navideña que construí cuando tenía cinco años para el proyecto de ciencias. Por dentro, la casa era más grande de lo que parecía en el exterior. Charles dijo que podíamos poner los abrigos sobre el sofá rojo que se encontraba en frente de la chimenea. Miré asombrada los retratos y cuadros que colgaban de la pared y los numerosos trofeos y medallas que descansaban sobre unos estantes colocados especialmente para éstos. La átmosfera era lo único que me preocupaba. —¡Es hermosa!—exclamó Reagan con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Dónde se encuentran nuestras habitaciones? —Segundo piso, los dos primeros cuartos a la izquierda y... No dejamos a Charles terminar la oración y subimos rápidamente las escaleras. Nos encontramos con una espaciosa sala donde estaba la televisión, un equipo de hacer ejercicio y varios muebles. Supuse que este era exclusivamente un piso para nuestras habitaciones, porque había cuatro y una era un baño. —Genial. Reagan, si me necesitas estoy dandome una ducha, ¿de acuerdo? Me tiraste toda tu soda en el avión. —Sí Jo, lo que tú digas...—se dio lentamente la media vuelta y entrelazó sus manos—, yo estaré explorando un poco nuestra nueva casa... ya sabes, para conocer un poco. Expulsé una enorme cantidad de aire y rodé los ojos. Conocía sus intenciones y no eran para nada...sensatas. —Recuerda lo que te dije. Mi hermana abrió la boca para protestar, pero antes de que tuviera la oportunidad de contraatacar entré al baño junto con mi maleta y cerré la puerta. Le eché un rápido vistazo a la ducha antes de quitarme la ropa y quedar en ropa interior. Saqué mi propio jabón, toalla y loción de baño, y cuando estuve lista, me terminé de desnudar y abrí el grifo de la ducha. Estaba caliente, justo como me gustaba. Este hombre pensó en todo antes de que llegaramos. Eso me agradaba. Unos minutos más tarde, escuché el rechinar de la puerta al abrirse y pensé que Reagan ya se había hartado de recorrer la casa y no encontrar nada interesante. Permanecí bajo los agradables efectos del agua caliente, hasta que de la nada, las cortinas se movieron bruscamente hacia la izquierda y la sorpresa me estalló en la cara cuando vi que no se trataba de mi hermana. Era un chico.
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