BAJO LAS PALMERAS

3958 Words
El lugar es increíblemente cálido, el viento sopla y levanta mi vestido blanco acariciando mis piernas, aquellas que han perdido el colágeno y la firmeza de los veinte. El oleaje genera un sonido tan suave y relajante que por un momento me hace olvidar toda mi vida… y es que solo de pensarlo lo veo tan lejano. ¿Alguna vez fui feliz? ¿Alguna vez reí hasta llorar? ¿Me senté en las piernas de un hombre para besarlo con pasión mientras él introducía sus manos en mi ropa para acariciar mi piel? Creo que sí, supongo que sí, al menos sé que alguna vez disfruté mi sexualidad cuando conocí a mi esposo… mi esposo… —Cariño ya tienen lista la habitación ¿quieres recorrer la playa o descansar un poco? —Cerré mis ojos y di un profundo respiro con amargura. Sabía lo que esas palabras significaban, después de cumplir tres años juntos se volvió un mantra para él y una tortura para mí. Di media vuelta con una sonrisa suave y hablé comprensiva. —Ve a dormir tranquilo, sé que estás muy cansado con todo el trabajo de esta semana, yo daré el paseo y más tarde salimos a cenar. Él sonríe satisfecho con mi respuesta como siempre y deja un beso en mi frente, aquel que odio profundamente viniendo de él. —De acuerdo, también estaba pensando comer en el restaurante del hotel —no me extraña, todo con tal de no ir a otro lugar. —Está bien, que descanses —Sonreí y lo vi partir al hotel. A medida que se alejaba mi sonrisa se borraba dejando ver mi verdadero rostro, aquel que oculto de él, de nuestros hijos y familia, prácticamente de todos. Mi vida es una mentira y yo me ahogo cada día más en ella. Emprendí mi caminata por la arena con el mar de compañía, retiré mis sandalias para enterrar mis pies como si quisiera enterrar esta tristeza que amargaba mi vida, hasta parecía que caminaba por el corredor de la muerte. Podía ver a las parejas caminar juntas muy enamoradas, jóvenes radiantes y sonrientes, familias que se divertían con sus hijos, incluso la soltería se veía agradable a la vista, yo por otra parte iba pensando en el primer año de noviazgo con Juan Carlos, aquel en el que sonreíamos por todo y nada, incluso en el primer año de matrimonio reíamos como locos. Al comienzo pensé que eso se desvanecería y más con la llegada de nuestro primer hijo, el cual vino un año después de casados, él fue el regalo de primer aniversario. Ese día fuimos a comer mariscos y de pronto sentí unas terribles ganas de vomitar al sentir el olor de la langosta, algo que jamás había pasado en mi vida. Salimos pronto y al llegar a casa seguí vomitando un poco más, entonces él dijo en broma –menos mal que no estás embarazada- En ese momento abrí mis ojos como platos al caer en cuenta de mi retraso y él silenció al ver mi rostro pálido… y no precisamente por las náuseas. Salió corriendo como loco de la casa, volvió al cabo de quince minutos con cuatro pruebas de embarazo diferentes y un suero de uva… vaya regalito de aniversario el que tuvimos: cuatro pruebas positivas, un suero a medio acabar y un esposo desmayado. Río solo de acordarme, estaba furiosa y a la vez quería matarlo por desmayarse. Algo similar ocurrió con nuestra segunda hija, solo que la sorpresa de su llegada fue en su cumpleaños, mismo restaurante, misma escena, pero esa vez se le anexó una intoxicación por mi parte. Después de su nacimiento llegamos al tercer año de casados y todo acabó, excusas por el cansancio, no hubo tiempo para salir a comer, para compartir en pareja o siquiera con nuestros hijos. Al comienzo comprendí que era por su trabajo, tuvo un ascenso que nos vino de maravilla económicamente, pero solo fue una piedra más en nuestra vida privada. El tiempo siguió su curso con el mismo baile, dejé de ser feliz, ya no sonreía con el corazón, ahora lloraba en silencio y sonreía falsamente para que nadie se enterara de la verdad que resguardaba y carcomía mi vida. Llegué a un restaurante frente a la playa bastante pintoresco, no había muchas personas y la música era agradable, entonces busqué una mesa alejada y me senté mirando el mar, ya está cayendo el sol en ese bello horizonte. —Buenas tardes, ¿desea ver la carta o ya sabe qué ordenar? Un joven mesero habla a mi lado, tendrá unos veintiséis años, es muy alto, cuerpo de gimnasio; pero sin ser exagerado, dientes blancos, sonrisa cálida, voz atractiva, labios gruesos, ojos oscuros y piel de ébano, tiene un aura tan agradable que me hace sentir extrañamente cómoda. —No sé, se supone que estoy celebrando hoy, pero no me siento con ganas de celebrar algo que me hace infeliz —dije con una amarga sonrisa. El joven coloca una mirada de pena ajena y refuerza su sonrisa. —Lamento escuchar eso, quien la ve no creería que tiene una vida infeliz, es una mujer joven, hermosa y sé que debe ser divertida. No pude evitar sentir algo hermoso en mi pecho y estómago, reí avergonzada como hace años no lo hacía y mordí mi labio sutil. —Creo que tu novia es mucho mejor que yo, tengo cuarenta, la juventud se me fue en un abrir y cerrar de ojos y ya ni siquiera recuerdo si alguna vez fui divertida, pero igual gracias por las palabras, eso amerita un aumento de propina —dije en broma y él ríe. —Lo que dije no está dentro de mis servicios, lo digo con honestidad. Quizás el día que tenga novia le diré si es mejor o no, pero no quisiera compararlas —lo miré entre extrañada y divertida, pero no respondí el comentario. —¿Y quisieras al menos recomendar a esta mujer infeliz de cuarenta algo de beber que vaya bien con su ánimo? —Tengo algo en mente, pero no sé si sea de su agrado. —Sorpréndeme —Al decir esa palabra nos miramos con cierta picardía y me sentí… ¿feliz? —Lo haré, en seguida vuelvo con el pedido. Al cabo de unos diez minutos regresó con un vaso en forma de jarra, pero su contenido era burbujeante, con mucho hielo y algunas hierbas. —Pruébelo y si no le gusta puedo cambiarlo. Se quedó esperando mi veredicto con esa sonrisa tan hermosa y tomé la bebida, en cuanto el líquido tocó mi paladar sentí un rush magnífico en mi cuerpo, esa combinación de hierbabuena, coco, limón y ron era deliciosa, tanto, que no pude evitar sonreír por todo lo que me generaba. —Se ve hermosa con ese rubor en sus mejillas. Por un instante olvidé que él seguía a mi lado y levanté mi vista cruzándome con la suya, hubo algo en esta que me hizo sentir muy bien. —Seguro es el ron —Se inclinó un poco hacia mí sin dejar de sonreír y murmuró con una voz muy exquisita. —Ese no es el ron, eres tú dejándote llevar y siendo feliz, ahora sonríes diferente a cuando llegaste. Mi cuerpo se erizó por completo al escuchar su voz y una contracción se hizo presente entre mis piernas, pasé saliva con dificultad y sentí mi pecho subir por el incremento de aire. Giré mi rostro quedando a solo centímetros de sus labios y algo surgió en mí, ¿maldad? ¿picardía? No lo sé, pero me encantó. —Gracias por la sugerencia. —Me alegra que te guste, disfrútala y si necesitas algo más no dudes en llamarme. Lo vi alejarse hasta otra mesa donde llegaron más personas y les atendió formal, igual a cuando me saludó, tenía un porte más recto y serio acompañado de su calidez, recordé ese último instante y mordí mi labio lascivo. Miré de nuevo el mar oscurecido por el atardecer y en verdad me sentí feliz, unos minutos, unas palabras y él le dio color a mi vida después de tantos años fúnebres. Me quedé cerca de una hora en ese lugar donde bebí otros dos cocteles más, él me trataba con el mismo todo cálido, siempre me hacía reír con cualquier comentario y yo respondía a estos, al final cancelé mi cuenta dejando una propina extra y una nota que decía: “Esto es por la bebida, espero volver por una nueva sugerencia.” Salí del lugar caminando apenas unos metros y entonces sentí una mano en mi hombro, el olor a coco y limón me atrajo y giré encontrándome esos ojos oscuros con sonrisa cálida. —Olvidaste esto —Tomó mi mano dejando la propina que estaba con la nota, lo miré extrañada y su sonrisa ensanchó. —Ya me dejaste una mejor propina que esto, quédatelo y mejor regresa después —Tomé esa misma mano que sostenía la mía y devolví el dinero, lo miré con la misma calidez y sonreí segura. —Entonces guárdalo como un seguro de que volveré, ahí adelantaré parte de la cuenta. Vi el sol en sus ojos, mi mano subió por la suya hasta tomar su brazo y me abalancé dejando un beso en su mejilla. Por unos segundos cerré mis ojos sintiendo su perfume, uno que combinaba perfecto con él y ahora era mi favorito. —Nos vemos después —susurré. Me separé de él y giré sobre mis talones para irme, entonces su mano volvió a tomar la mía para hacerme girar y no me dio tiempo a pensar cuando sentí sus labios tocar los míos, no era un beso, solo un roce separado por milímetros. El oxígeno entraba y salía de ambos alterado, nos embriagamos en el aroma del otro. Su mano descendió hasta mi cintura cortando la poca distancia en nuestras caderas y un sutil gemido salió de mí al sentir su cuerpo, sonrió, combatíamos entre ver los ojos y labios del otro, esto era tan excitante que me desconocía por completo. Jamás fui infiel, era tan infeliz que me sentía horrible como mujer, no tenía ni siquiera ganas de acercarme a otro hombre, pero él es diferente. Un ligero movimiento de su labio generó una corriente en mí y abrí un poco más mi boca dándole paso a la suya, mis manos fueron a su cuello y recorrieron su brazo, el beso se intensificó y su lengua pidió permiso para entrar, uno que no dudé en otorgar. No sé cuánto tiempo pasó; pero me sentía caliente y sé que no era por el alcohol, era él, era todo lo que me hacía sentir. —¿Volverás? —preguntó al separarnos. —Volveré, quizás más tarde o quizás mañana, pero volveré. Ensanchó esa brillante sonrisa y me besó nuevamente, esta vez fue más suave, nos separamos felices y me fui por el mismo camino que tomé en la tarde. Al cabo de una hora volví al hotel y mi sonrisa se desvaneció al recordar lo que me esperaba en ese lugar. De pronto una avalancha de tristeza me ahogó y sentí una puñalada en el estómago, tenía ganas de vomitar. Un encargado del hotel alcanzó a verme y llegó rápidamente a auxiliarme, caí en la arena de rodillas con unas increíbles ganas de gritar y llorar, por primera vez sentí que necesitaba sacar quince años de silencio. —¿Señora está bien? ¿quiere que traiga un médico? Negué con mi cabeza y la apoyé en su pecho, me dolía respirar, me dolía vivir, o más bien, me dolía y odiaba profundamente quien era. —No tardaré, traeré a alguien para ayudarla —Sostuve su brazo para detenerlo y vi su muy preocupado semblante. —No te vayas por favor, no te vayas. Él se quedó un poco más y pasado unos minutos logré calmarme, me levanté con ayuda de él e ingresamos al hotel donde me dio un vaso con agua y después me fui a la habitación. Solo con tocar la puerta sentía que me quemaba, era horrible la sensación. Al entrar vi que Juan Carlos estaba comiendo, pidió servicio a la habitación y por el atuendo que tenía supe que no se había duchado, quise fingir esa sonrisa; pero no pude, no me salía como siempre. —¿Todo bien? No te ves feliz. En una frase me derrumbó, de pronto vi el balcón y ese hermoso oleaje, una sonrisa suave vino a mí al recordarlo a él y no tuve necesidad de mentir. —Es solo que tuve un dolor de estómago hace poco, comí algo en la playa que quizás me hizo mal; pero el paseo estuvo bien. —Bueno eso se te quitará con una pastilla, disculpa también por no esperarte, pero tenía mucha hambre y no había forma de contactarme contigo. —No te preocupes, lo importante es que estés bien. ¿Quieres salir o prefieres seguir durmiendo? —pregunté aun cuando conocía la respuesta de memoria. —Estoy muy cansado, mejor dejemos el paseo para mañana, tú también deberías descansar si estás enferma. —Lo haré, no olvides tu medicación. Me acerqué a la maleta y retiré las pastillas que él tomaba para dormir, lo que era una estupidez considerando que era lo único que hacía en casa, vaya vacaciones las que “nos regaló” como obsequio de aniversario, pero de hacer algo diferente sería extraño. Esa noche no quise comer más que unas manzanas, me di un baño para refrescarme y me acosté a dormir, en un momento sentí las manos de él buscándome, pero lo esquivé, hoy mi cuerpo no quería tener esa horrible sensación que él me generaba, porque sí, hasta el sexo pasó a otro plano con él al punto de sentir asco y aun así cumplía con “mi deber conyugal”. Cuánto odio esas palabras. Desperté, vi la hora percatándome que era medianoche, fui al baño a asearme un poco y luego al balcón. Hubo algo en esas olas que me llamaban, era tan hipnotizante, de repente su aroma impregnó mi nariz entre los recuerdos y sonreí. Volví mi mirada a la cama confirmando que Juan Carlos estaba profundamente dormido y considerando la dosis que había tomado lo hasta mediodía si así lo quería. Tomé un vestido azul cielo y salí a la playa nuevamente, quise caminar otra vez, no sé si era para recordarlo o porque ansiaba verlo, pero igual seguí ese camino dejando que esta vez mis pies se mojaran en el borde con el pasar de cada ola. Sin darme cuenta llegué rápidamente al restaurante que para mi desgracia estaba cerrado, sonreí un poco decepcionada más no importó y seguí caminando más allá del local, todo estaba iluminado únicamente por las estrellas y la luna en mitad del cielo. Llegué a una zona donde las olas eran más fuertes y sentí la necesidad de entrar al mar, di un vistazo a mi alrededor asegurándome de que no hubiese nadie e ingresé un poco más al agua, estaba muy fresca, un par de pasos más y esta tocaba mis rodillas. Cerré mis ojos, respiré profundo dejándome llevar por el viento nocturno y sentí unos brazos rodear mi cintura, estuve a punto de abrirlos y apartarme, pero ese aroma me detuvo, me alegró. —Es peligroso entrar al mar en esta zona —susurró a mi oído. —¿Y quién me va a detener? ¿Tú? —Al parecer tendré que hacerlo ya que estás de altanera y terca —mordí mi labio y salí corriendo hasta la orilla. En cuanto toqué la arena sus brazos me levantaron como si fuera una pluma, me acomodó en su hombro y me llevó entre risas hasta las palmeras. Nos adentramos un poco entre ellas hasta que él me bajó en un punto donde vi una casa pequeña y acogedora. —Creí que no volverías. —Dije que lo haría, pero el local estaba cerrado. —Hubo poca clientela hoy así que cerré temprano. —Me parece que dejaste a un cliente por fuera y es alguien que ya pagó —dije entre divertida y ofendida, él sonrió y siguió el juego. —Sí, muy mal por mi parte, pero permítame invitarle la primera ronda como compensación. ¿Desearía algo en especial? Di unos pasos hacia atrás y con la luz externa de la casa lo detallé por completo, no llevaba zapatos, ni camisa, solo tenía un jean puesto que le caía un poco y al fijarme mejor me di cuenta que no tenía ropa interior. Mi vista fue subiendo hasta esos abdominales definidos, en efecto tenía un cuerpo bien trabajado. —No sé, ¿qué puedes recomendar a una mujer que escapó a medianoche para ir al mar? —sonreímos recordando el momento y camina hacia mí peligrosamente. —Tengo algo en mente, pero no sé si sea de tu agrado. —Sorpréndeme. Tomó mi cintura cortando la distancia y arrebató mis labios con pasión, no hubo permisos esta vez, ambos sabíamos lo que queríamos y lo obtuvimos del otro, abrió la puerta; pero la verdad no divisé el lugar por estar más entretenida en él. Sus manos invadieron mis piernas colándose bajo la tela y estrujó con fuerza mis glúteos a lo que di un gemido en su boca. Mis manos por otra parte exploraban esos pectorales de ébano y al sentir su piel rozar la mía bajé por sus abdominales, sentía el desnivel de cada fragmento definido en este, abrí el pantalón y lo dejé caer. Él terminó de retirarlo en lo que su boca tomó mi cuello, yo tomé su brazo para sostenerme y su cabeza para guiarlo hasta mi escote, caminamos un poco y se sentó al borde de la cama, juro que quise ver más abajo, pero esa hermosa sonrisa me cautivó primero. Tomó mi mano llevándome hasta él, se corrió un poco más hacia atrás y me acomodó a horcajadas sobre su cuerpo, de nuevo hizo un recorrido en mis piernas, repasó su labio y yo cual necesitada fui hacia este dejando una mordida que prendió todo en nosotros. Siguió subiendo, repasó mi trasero percatándose que tampoco tenía ropa interior y reímos con picardía. —Parece que olvidaste algo. —Yo creo que no —respondí divertida. Levantó la tela hasta retirar el vestido y me examinó por completo con esa oscura mirada que secó mi boca y humedeció mis labios. Me acerqué como si fuese a besarlo, sin embargo, seguí de largo dejando que mi pecho quedara junto a su boca, la cual no tardó en chupar con locura cada uno de mis senos. No quise contener nada en mí y dejé salir cada gemido, éste era mi grito, pero no de dolor ni de odio, no era la tristeza abrumándome esta noche, hoy era yo siendo feliz. Subía y bajaba mi cuerpo suavemente hasta que su glande rozó mi entrada, aquella que humedecía por él. Bajé un poco más mojando la punta con mi fluido y un gruñido salió de su boca, me sentía tan bien que quise más. Seguí el vaivén logrando dejar la cabeza entre mis pliegues, cruzamos miradas con una misma idea y me bajó rápidamente hasta que mis glúteos golpearon sus piernas. Ambos soltamos un fuerte gemido al sentirnos, era muy grueso y del largo perfecto, cerré mis ojos moviendo mi cadera en círculos y mi cuerpo arriba y abajo, él repasaba cada parte de mi piel con sus manos, en lo que mi cuello, escote y labios aclamaban la atención de su lengua. Aceleré a medida que me acostumbraba a su tamaño dejándome llevar por cada sensación que despertaba en mí. Lo tiré en la cama, seguí mi baile sobre él repasando con mis manos el perfil de mi cuerpo, estrujé mis senos y pellizqué mis pezones como hace años no lo hacía, él colocó su pulgar entre mis piernas estimulando aquel punto que creía muerto, me sentía viva, él me daba vida. El placer fue llegando rápidamente con sus movimientos y los míos, mi respiración era más profunda, una serpiente en mi cadera me guiaba en cada paso y todo desapareció a mi alrededor. —Sigue moviéndote, sé tú misma y déjame sentirte. Sus palabras fueron como gasolina para mí, solo que esta vez él era esa bebida exquisita que invadía mi garganta, aunque no la que conectaba con mi cabeza. Sus manos me deleitaban más y aceleraron mi desplazamiento sobre él, mi cuerpo fue hacia atrás y una explosión se apoderó de mi centro. Entonces abrí mis ojos como si fuese la primera vez en mi vida que veía el mundo, lo vi debajo de mí y un dragón emergió de mi pecho con maldad. Saqué su m*****o de mi centro, lo besé un poco, seguí mi camino y dejé su rostro entre mis piernas permitiendo que su lengua se apoderase esta vez de mis pliegues. Debí sostenerme de la pared para evitar caer al sentir otra ola de placer invadirme, él me tomaba con fuerza para que no alejara su fuente de deseo, mi corazón se agitó y entre gritos y gemidos llegué a otro orgasmo, uno que recorrió mi cuerpo mucho más que antes. Creí que me soltaría, pero en vez de eso introdujo sus dedos y mi cadera se movió en automático, él presionó más fuerte, yo debí aferrarme más a la pared, esto era otro nivel, era una locura, era mi placer acumulado de años siendo al fin liberado. -Córrete como hace mucho no lo haces. Cada que abría la boca para soltar sus palabras sentía que había esculcado mi alma cual ladrón. —Sigue… sigue… ahh… ¡ahh! —maldigo mi voz muerta, mi voz placentera. —Ya casi. Eso fue como un detonante para él quien aceleró el movimiento de sus dedos y lengua haciéndome perder la razón, si es que quedaba algo de eso en mí. Un fuerte y placentero grito inundó esas paredes al sentir nuevamente mi orgasmo, sentí cómo bebía todo lo que salía de mí y luego se retiró para quedar detrás. Aferró sus manos a mi cintura y sin darme tiempo a nada introdujo todo su m*****o en mi centro, esta vez era su ritmo y era magnífico. Me impulsé para ir hacia atrás, me recibió pasando su brazo por mi pecho masajeando mis senos, besaba y mordía suavemente mis hombros. En cada embestida sentí que esos horribles años de vida morían y él me daba un renacer inigualable. Uno de mis brazos tomó su cabeza para adueñarme de esos labios que me habían enamorado con su sonrisa, su agarre fue más fuerte, su penetración más intensa, apenas podíamos decidirnos entre besarnos y respirar. —Más rápido, quiero sentirte por completo. Cada uno dejó una mano en mis glúteos, lo abrimos a más no poder y él entró como un animal furioso. —¿Quieres más? —preguntó entre jadeos. —Sí, dame más, fóllame con todo. Me apretó más, empotró mi cuerpo hasta que creí me partiría en dos, pero por mí podía ser en mil pedazos si lo haría por placer. No sé cuánto duramos en esa posición e intensidad, pero sentí que otro orgasmo se aproximaba. —Vente conmigo, derrámate dentro de mí —dije. Hizo un último esfuerzo llevándome al cielo y caímos con el pecho a punto de reventar por lo ocurrido, sentí su semilla inundarme por completo y su m*****o palpitaba internamente al igual que yo. Quedamos al lado del otro, sonreímos con calidez y supe lo que haría conmigo a partir de ese momento… Era momento de vivir otra vez.

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