Renata El cuaderno de Valeria ardía entre mis manos. "Ojalá nunca hubieras nacido, mamá". Las palabras eran diminutas, pero cada letra clavaba una aguja en mi pecho. Las luces de mi departamento parpadearon, como si el universo conspirara para que no escapara de este momento. Me levanté, sintiéndome profundamente afectada, porque todo eso estaba desentrañando recuerdos en mí que creí haber enterrado hace mucho tiempo. Apoyé la frente contra la ventana fría. El reflejo que devolvía el cristal no era el de una profesora de 26 años, sino el de una niña de siete, con trenzas disparejas y un vestido rosa manchado de chocolate. “El olor a pollo quemado llenaba la casa. Corrí hacia la cocina, emocionada por mostrar mi dibujo de la escuela: una familia bajo un arcoíris. Pero los gritos me de

