Él me condujo hacia la oficina que acondicionaron en un salón mediano. Dos escritorios de madera y cuatro libreros con algunas carpetas acomodadas eran la decoración del lugar. Esteban esperó a que entrara para cerrar de un empujón. Su comportamiento era arrebatado y sí, insolente. Ni siquiera me cedió la palabra y comenzó a hablar sin dejar de ir y venir en medios círculos: —Todo este tiempo he sido paciente con usted, pero ya me agotó. —Seguía apretando los puños—. ¿Ahora qué quiere? ¿Por qué regresó? Si hubiera seguido mis deseos, me habría echado a llorar ahí mismo. Pero quedaría como una perturbada de la cabeza y eso no lo podía permitir, aun que tuviera que agarrarme del escaso valor que quedaba. Copié su postura erguida, imité su rudeza. —¿Qué quiero? —dije despacio, como si f

