Si nos dejan

3717 Words
Celina se encargó de la organización de la pedida de mano. Eligió hacerla en el cumpleaños de Constanza, incluso se ofreció a regalarle un vestido. Sin duda mi hija tendría una suegra considerada, igual a la que tuve yo. Tocaba el turno de avisarle a mi demás familia sobre las actuales circunstancias. Tardé en hacerlo porque estaba aguardando a ver cómo se iba desarrollando el romance, pero ya no me quedaba más remedio que hacerles saber que una de mis hijas iba a comprometerse con un Quiroga. A mi madre traté de contactarla, pero todos mis intentos fracasaron. Chavelita recibió también un aviso, pero me respondió enseguida que de ninguna manera iría. El otro problema era reunir a mis hermanos, por eso los invité el sábado a mi casa con el pretexto del festejo de Coni, y les pedí que llegaran temprano. Aprovecharía ese tiempo para hablar con ellos. Con Lucas no fue difícil porque vivíamos en la misma ciudad. Leopoldo residía a dos horas y media, a él le llamé al teléfono de su casa. Era el que mejor trabajo tenía y podía permitírselo. Lisandro se mudó a la costa del estado, ubicada a, más o menos, seis horas. A él le envié un telegrama porque era complicado encontrarlo en casa. Lucio y Lázaro vivían en otro estado, pero su trayecto era de unas cuatro horas. Con ellos me comuniqué por medio de su trabajo, dejé un mensaje para que les avisaran. A todos les pedí que hicieran el mayor esfuerzo por asistir porque era importante para mí. Mis queridos hermanos no fallaron. Todos estuvieron ahí antes de las diez de la mañana. Fue una locura tener tanta gente en casa porque cada uno llevó a sus familias. Una locura que disfrutaba más de lo que reconocía frente a ellos. Reuní a los cinco en la habitación de mis hijos, a solas por si las cosas se salían de mi control. Se sentaron sobre las camas. Yo permanecí de pie. Los observé uno a uno. ¡Cambiaron tanto! Ahora eran hombres hechos y derechos, las cabezas de sus hogares. Todos con una profesión u oficio que les daba de comer de manera decente. No pensaba darle vueltas y procedí: —Les he pedido que nos reuniéramos para contarles lo que está pasando en mi familia —dije seria. En cada uno advertí la preocupación porque guardaron completo silencio. —Mi hija Constanza ha sido pedida —proseguí. Leopoldo sonrió. A él le era sencillo sonreírle a medio mundo, le salía natural, cualquiera que lo conociera quedaba encantado con su personalidad fácil de adaptarse. —Felicidades, hermana —atinó a decir Lucas con su falso desinterés. ¡Ahí iba la parte complicada! Frente a mis hermanos no tenía permitido lucir doblegada y luché por parecer firme. —Pero me veo en la obligación de informarles sobre el árbol genealógico del novio. —Guardé silencio un instante. Decirlo en voz alta sonaba más disparatado que cuando lo pensaba—. Coni se ha comprometido con Alfonso Quiroga. —¿Un Quiroga? —Lucio fue el primero en reaccionar—. ¿Un Quiroga del pueblo? Ellos se miraron confundidos. Asentí y con eso me observaron a mí. Cinco pares de ojos encima sin que pudiera decir algo bueno para que se desviaran. —Es el hijo de Esteban Quiroga. —Sí, sí, sonaba a disparate, y mucho. —¿Qué dices? —volvió a hablar Lucas—. ¿Dejaste que esa niña se metiera con la gente que nos dejó huérfanos de padre? Quería demasiado a mi hermano que seguía, pero su atrevimiento a la hora de dirigirse a mí me sacó de mis casillas en más de una ocasión. —De seguro estás muy contenta con la idea de tener de consuegro al pendejo ese. De Lázaro, el menor de todos, sí que no me esperaba ese comentario. Y me dolió, aunque no se lo expresé. Lucas se levantó y fue directo a él con la palma de la mano lista. —Un cachetadón vas a recibir si le vuelves a hablar así. Leopoldo también se le acercó y ambos lo acorralaron. —Discúlpate con ella o el que te va a madrear soy yo —le advirtió. Lázaro no tuvo más remedio. Sabía que ellos no amenazaban en vano. —Discúlpame, hermana —accedió apenado—, es que… Manoteé. —¡Es que nada! Su padre y yo ya lo aprobamos. Esto no se pone a discusión. Lo que quiero pedirles es que se comporten en la celebración que se hará hoy, que es también la pedida de mano. Una grosería de su parte y no les volveré a hablar en su vida. —Nos tendiste una trampa —acentuó Lucio, con su dedo moviéndose, pero no mostró enojo. Dejé que pensaran su respuesta. Lucas fue el primero: —Yo no estoy de acuerdo con que tu hija contraiga matrimonio con el Quiroga ese, pero si es tu voluntad, seré prudente. El hermano que creí más difícil de convencer, cedió. Fue un respiro de alivio para mí. —Lo mismo que dijo él —Leopoldo lo secundó. Me percaté de que Lázaro seguía inquieto, incluso se atrevió a interrumpir a Lisandro: —Conmigo no cuentes. Me insulta que aceptaras y me insultará más convivir con esa gente. —Su manera de decirlo me indicó que aquellas palabras salían del fondo de su ser. Lucas habló en mi defensa: —¿No eres tú quien se casó con una mujer que sacó de la vida fácil? Lázaro tronó la boca. —¡Era mesera! —Su cabeza y su brazo se movieron a la par de lado a lado—. Dije que no. —Después se levantó y se fue de la habitación. —Pues, no sé cuándo será la boda —Lisandro usó la primera oportunidad que vio para tomar la palabra—, pero debo irme al sur y estaré por allá unos ocho meses. Le dejaré dinero a mi sobrina como regalo. —De mi parte no hay problema. —Era el turno de Lucio—. Son tus hijos y tú sabes lo que haces. «¡Cuatro de cinco!», pensé. Mejor de lo que suponía. Me sentía triunfadora. Con Lázaro trataría de dialogar más adelante, después de que se le pasara el coraje. La preparación previa en casa fue un caos. Lucas hizo el favor de llevarse a Leopoldo, pero con las esposas e hijos de Lisandro y Lucio era más que suficiente para pasar de la risa a la preocupación, y luego a los nervios. Alfonso fue por Constanza desde las ocho de la mañana, tan detallista le llevó un ramo de flores grande. La mesa parecía ser mucho más pequeña con ese adorno encima. Mis cuatro hijos, Nicolás y yo decidimos llegar un par de horas antes de que diera inicio la fiesta para ayudar en lo que hiciera falta. Así que nos adelantamos en los autobuses que iban hasta el pueblo cercano a las grutas. Esos rumbos se apreciaban y respetaban tanto que para poder vivir ahí debías ser una persona respetable. Los pobladores no aceptaban a cualquiera porque sabían que un fuereño podía aprovecharse de los recursos y sobrexplotarlos. El pueblo tenía una baja población y las casas se parecían unas con otras. Tuvimos que caminar por unos veinte minutos porque no lográbamos encontrar la dichosa casa de Alfonso. Dimos con ella gracias a la ayuda de un anciano que iba pasando. Sin que nos diéramos cuenta, estábamos dándole vueltas a la barda. —Esta es una finca —mencionó Nicolás cuando estuvimos frente a la alta puerta de doble hoja hecha de roble; cada una tenía una aldaba de hierro en el centro. Me encargué de tocar. —¿Coni va a ser rica, mamá? —dijo Uriel mientras esperábamos a ser atendidos. Noté que los ojos de Esmeralda tenían un brillo especial. —¿Poncho no tendrá otro hermano que me presente? Resoplé. —Deja de ser igualada, por amor de Dios. Un hombre abrió y pudimos ver el interior. Debimos imaginarnos que se trataría de una propiedad que, aunque un tanto deteriorada, era bastante grande. Hasta tenía una fuente con angelitos en el amplio patio delantero. En medio se encontraba la casa blanca de dos pisos con tejas anaranjadas, y detrás se lograba ver otro patio del que no reconocí el fin. Celina nos alcanzó enseguida. La tela delgada de su pantalón lila revoloteaba con la ligera brisa que corría. —¡Bienvenidos! —Extendió los brazos, sonriente—. Pasen, están en su casa. —Ella se mantenía en la misma postura de olvido que lograba confundirme. —¿Dónde está mi hija? —le pregunté después de saludarla. —Alistándose con la maquillista. Todavía van a tardar. —¿Qué falta? Queremos sentirnos útiles. —Son tan considerados. —Sujetó mi brazo con sus delgados dedos que sentí fríos—. Don Juanito —llamó a un señor que quitaba unas cubetas—, ¿puede decirles qué es lo que hace falta terminar? —Apuntó hacia mis hijos y Nicolás. Luego me observó—. Tú puedes ayudarme con una cosita. —Por supuesto. Me tenía aprisionada, así que no tuve más remedio que seguirle el paso. —¿Erlinda les avisó que no iba a poder venir? —hice plática mientras avanzábamos hacia el patio trasero—. Su esposo tiene compromisos y ella ha estado con resfriado. Además, mi hija Onoria está en clases los fines de semana. —¡Ah!, sí, es una lástima. —Hizo un discreto puchero—. Se les va a echar de menos. Pero para la despedida de soltera no tienen permiso faltar. —Soltó una risita. Continuamos andando sobre el pasto que olía a recién cortado. Las mesas cubiertas de manteles blancos estaban siendo adornadas por, sospecho, personas que ella misma contrató. Supuse que quería que me uniera a esa tarea, pero me sorprendió ver que seguimos de largo. Nos detuvimos solo hasta que llegamos a una banca vieja en la que ella se sentó, justo detrás de una hilera de árboles en los que las ramas danzaban despacio. —Y bien. —Ocupé un espacio a su lado y la madera tronó un poco—. ¿qué hacemos aquí? En definitiva, no me llevó allí para cooperar en los preparativos. —Necesito robarte unos minutitos. ¡Lo supe de inmediato! Celina seguía empecinada con lo mismo y no iba a dejarse vencer así como así. Si pretendía pararla, debía ser más ruda. —Celina —le dije antes de que pudiera continuar—, si es por el tiempo de espera para la boda, quiero que me entiendas. Mi hija debe tener un sustento propio, armas para salir adelante. Los meses pasan rápido y cuando menos lo creas estaremos llorando en la misa. Ella permaneció pensativa. —Tiempo. —Sonrió, pero fue una sonrisa que sentí amarga—. Tiempo es lo que no tengo. —¿Eso qué significa? —Demoré en comprender. Celina no se inmutó y giró el cuerpo hacia mí. —Lo que te voy a decir es algo que no pensaba decirle a nadie más. Solo mi esposo y mi hijo lo saben, ¡ah!, y también Coni. Ni siquiera he podido contarles a mis padres. Su secreto tenía que ser demasiado importante como para ocultárselo incluso a quienes tanto la amaban. —¿De qué se trata? —Empecé a temer por su respuesta. Ella mantenía la vista puesta en un guayacán frondoso de flores pequeñas de color azul violáceo. —¿Recuerdas que de niñas la pasaba enferma varias veces al año? —Sí. Eras delicada. —Imposible olvidar que su madre la perseguía con mantas a donde quiera que fuera. —“Delicada” es una forma de endulzarlo. —Cuidadosa, acomodó su pantalón—. Debes saber que mi salud se encuentra muy afectada. La inspeccioné. Era delgada, sí, pero nadie podría advertir que estaba enferma. —Pero te ves entera. —Fui poco cuidadosa porque se me escapó. Torció un poco el cuello. —Eso parece. —Esperó un segundo—. Después de años de malestares, constantes enfermedades, incontables visitas a médicos, hasta charlatanes, en un hospital de Estados Unidos por fin dieron con mi mal. —Bajó la vista. Sus párpados maquillados cayeron con una tristeza incuestionable—. Hace seis años fui diagnosticada con Lupus. —Suspiró y después me observó—. Por eso mi hijo quiso estudiar medicina, piensa que puede salvar a su madre. —Jamás la había escuchado. —“Lupus”, no conocía a nadie que lo hubiera padecido. —Yo tampoco. Hay a quienes nunca se lo diagnosticaron porque es complicado el proceso. Me explicaron que provoca que el propio cuerpo se ataque. Los medicamentos solo ayudan, pero no hay cura. —Sus ojos se humedecieron con aquellas palabras—. Antes no me afectaba tanto, pero pasa que ahora mis riñones están funcionando mal y el hígado se encuentra fallando. A pesar de eso, he podido sobrellevarlo. —Juro que vi que su mentón temblaba—. Por desgracia, el médico me avisó que lo siguiente que puede a****r es el corazón, y de ese no se salva nadie. Fue inevitable contagiarme de su abatimiento. Ella transmitía sus emociones, esa era una de sus cualidades, y transmitía ¡todas! —Celi, ¿tú vas a…? —No logré sacar la última palabra. Un escalofrío recorrió mi espalda al imaginarlo. Su roce en el dorso de mi mano nos conectó. —Todos vamos a morir, solo me voy a adelantar. Según el doctor, me quedaba un año máximo si no encontraba un tratamiento que alargara más mi agonía. —Ahí cayó de su ojo derecho una delgada lágrima—. Eso fue hace seis meses. —Lo siento tanto. —En serio lo sentía, porque, después de tanto, Celina fue una amiga que quise muchísimo. —Está bien. Tú y yo sabemos que la muerte no es el fin. La estoy esperando desde hace mucho. He vivido años extras maravillosos. —Masajeó sus rodillas y en sus labios noté una leve sonrisa—. Aquí me va a encontrar, lista y feliz por todo lo que viví. —No digas esas cosas… Su semblante triste pasó a ser de desasosiego. —El problema es que Esteban no lo acepta. Quiere que veamos más médicos, y yo ya no puedo con eso. Terminé con las revisiones y los análisis. ¡Ah! —Un nuevo suspiro más profundo salió de su boca—, mira cómo nos sonríe el destino. De qué manera nos hemos vuelto a ver. Alfonso y Coni tuvieron la idea de casarse porque quieren que no me pierda esa experiencia. Comprendí por fin su insistencia de una boda apresurada. —Lamento lo que te pasa, te juro que sí, pero lo del matrimonio sigue igual. —Eso lo dije sin estar por completo segura. Celina guardó silencio, sospecho que para meditar o tomar valor, no lo sé, pero lo siguiente que pronunció me dejó helada: —De ser así, voy a verme obligada a recordarte la deuda que tienes conmigo —su voz sonó más baja, pero intensa—. Perdóname, me apena mucho, pero es hora. —Ladeó tanto el cuerpo que quedamos más juntas—. Constanza estará bien, te lo aseguro. Pude oler su perfume, tenía unas notas de sándalo y vainilla agradables. El argumento que me dio golpeaba la coraza que levanté en mi pecho para que nadie pudiera traspasarla. —¿Y también van a querer que conozcas a los nietos? Su cabeza negó despacio. —No, eso no. Me basta con saber que Alfonso está con alguien que lo sostendrá cuando yo me vaya. Permanecimos calladas cerca de un minuto. Mi interior se removía. El violento remolino en el estómago impedía que pensara con claridad. Sentí nauseas y el impulso de salir corriendo para escapar de una resolución tan complicada. Celina tenía razón. Constanza estaría bien económicamente. Por lo que había observado, Alfonso la adoraba, y los Quiroga se esforzaban por incluirla en su círculo familiar. —Entonces, dime, amiga mía, ¿cuál es tu respuesta? —¿La cuidará? —le pregunté apenas audible. Celina rio, fue una risa nerviosa y feliz, una risa de liberación. —Como su tesoro más preciado. —Sus suaves manos se aferraron a las mías. Cuatro partes de nuestras extremidades unidas para cerrar un pacto. Lloriqueamos un poco. Cada una por un motivo diferente. —Que se casen en la fecha que elijan —dije para que no existiera duda—. Solo pido tu permiso para compartirle esto a Nicolás. Es su padre y debe conocer los motivos de apresurarnos. Celina asintió. —Díselo, pero solo a Nicolás, a nadie más. —En ese momento tuvo un impulso de mirarme suplicante—. Amalia, prométeme que querrás a mi hijo como si fuera tuyo, y que estarás ahí para él. Sabía a lo que se refería. Mi propia suegra estuvo para mí cuando mi padre murió, me dio su aliento, cocinó y hasta peinó mi cabello las veces que no quería ni levantarme. Tuve un increíble ejemplo. Alfonso tendría de mi parte lo mismo que yo recibí. —Te lo prometo —confirmé sincera. No había más que hablar, solo quedaba reponernos y darnos prisa para que la pedida de mano saliera bien. Me impresionó que solo una semana le bastó a Celina para organizarse. Cuidó detalles que a mi ni por error se me habrían ocurrido. Los padres de Alfonso invitaron a sus familiares cercanos, y yo a mis hermanos. Nicolás fue solo. Éramos, quizá, cien o ciento veinte personas. Seguro la boda sería el doble o hasta el triple de invitados. Mi hija salió del brazo del novio. ¡Se veía tan bella! Celina tenía la habilidad de mezclar historias en la tela. En su vestido color palo de rosa que le llegaba arriba de las rodillas reconocí nuestros bordados. En un lado de su cintura llevaba una rosa que expandía sus tallos con hojas rojas. El novio optó por una camisa del mismo color que el vestido de Coni y un pantalón n***o. Los recibimos emocionados. Alfonso habló con una seguridad de admirar, alabó a mi hija y el anillo que le entregó brilló precioso en su dedo. ¡Ya no había marcha atrás! El compromiso estaba hecho. Hasta doña Esperanza abrazó a Coni cuando los felicitamos. El mariachi que contrataron animó con ganas. Por un fugaz instante pensé en llevar de acompañante a Joselito, pero después consideré que era demasiado pronto para eso. Aunque esta vez no me tocó quedarme sentada, mis hermanos eran tan bailadores como yo y pasé de uno a otro hasta terminar sedienta y con las piernas agotadas. Solo tuve que detener el baile en la acostumbrada melodía romántica donde fui una espectadora. “Si nos dejan”, fue la canción que mi hija y su prometido escogieron para dejarla como una que representara su amor. Pienso que la música es capaz de profundizar en nuestra alma, el arte del creador se cuela por las entrañas en los momentos justos. Esa melodía me regresó a los tiempos donde todavía le tenía fe al amor. Mis hermanos cumplieron con lo que les pedí. No entablaron conversaciones con ningún Quiroga, pero se mantuvieron tranquilos. El basto alcohol tal vez ayudó un poco. Así, transcurrieron las horas hasta que anocheció, horas en las que evité coincidir con él. Esta vez fue más sencillo por la amplitud del lugar y la distancia de nuestras mesas. Ellos estaban en el otro extremo a la mesa de los prometidos. Me concentré en disfrutar, y cuando el momento de responder las preguntas sobre la fecha llegó, sonreí para que nadie notara mi melancolía. —Tres semanas —dijo Alfonso en voz alta. Tan solo tres semanas esperarían. Resultó ser menos tiempo del que imaginé. La cara de Nicolás fue un espectáculo. Se le descompuso el semblante cuando lo supo, y después me acechó para encontrarme distraída. Me jaló en la primera oportunidad y fuimos juntos hasta un espacio solitario. Apretaba fuerte mi muñeca y tenía los ojos enrojecidos. —¡Explícame qué es lo que acaba de pasar! —sonó furioso. Pero esa furia fue disminuyendo con lo que Celina me permitió compartirle. Lo hice rápido, sin tantos detalles y en voz baja para que nadie más escuchara. —Vaya, no me pasó por la cabeza una cosa así. Pero ¿ya pensaste que la gente va a suponer que Constanza está embarazada? Sí, sí pensé en eso y lo detestaba. —No lo está. Se les quitará la duda después. Nicolás negó con la cabeza de forma exagerada. —No me parece correcto que decidieras sin consultarme. ¿Acaso te volviste loca? Me erguí. Yo sabía que él no estaba ebrio, apenas y olía a bebida. Mis constantes recordatorios de no hacer el ridículo le quedaron bien claros. El reclamo que hacía era auténtico. —¿No que se podían casar mañana? —se la devolví. —Ay, mujer, si serás… —Lo hecho, hecho está. Seguramente los padres de Alfonso querrán cubrir los gastos, pero te aviso que les voy a decir que eso sí que no. Son los padres de la novia quienes deben pagar la boda. —Sí, así debe ser —coincidió en ese punto. De pronto, su molestia pasó a ser preocupación—. ¿Qué haremos para conseguir el dinero? Ellos van a querer una fiesta grande y cara. —Se tendrán que conformar con lo que podemos darles. Pensaba en dejar la casa como garantía en el banco y sacar un… —¡La casa no! —me interrumpió—. Es el patrimonio de mis hijos. Ni lo pienses. —¿Entonces? Nicolás se tocó la barbilla, dio dos medias vueltas, y después regresó a verme. —Lo voy a solucionar. —¿Cómo? Es urgente. —Déjamelo a mí —lo dijo tan convencido que se lo creí—. Mi hija tendrá su boda, cueste lo que cueste.
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