Cuelgo la llamada sintiendo la mejor de las satisfacciones. Con el pecho inflamado de la más pura de las emociones que hacen sentir grande a un hombre, estiro mis piernas sentado en el sofá de la sala de estar de mi casa. Con la espalda recostada en el espaldar, tomo una bocanada de aire que me permite oxigenar al máximo mis pulmones y expandir mi pecho al punto de evidenciar el tamaño de mis pectorales, el resultado del ejercicio que dedico por lo menos tres días a la semana por unas cuantas horas de la mañana para mantenerme saludable.
Sonriendo, llevo a mis labios el borde del vaso que tengo entre mis manos para tomarme un sorbo del trago de whisky que me serví antes de recibir la llamada del centro de salud desde donde me informaron haberle comunicado a Camelia la noticia que serv
