Parada allí frente a él, perdida en los recuerdos, las emociones, y la ráfaga de sensaciones que de solo ver en sus brillantes y oscuros ojos grises reviví, perdí la noción del espacio y el tiempo. Solo porque la asistente del registrador, con al cual tengo algo de confianza y solemos hacernos pequeñas bromas, me sacudió obligándome a traer mi mente al presente, a nuestro tiempo presente.
—Licenciada Gil, muy buenos días —Me pregunta Elena—, parece haberse topado con un fantasma, está pálida.
—Eh…, eh…, Elena, hola, buenos días, disculpa —finalmente le digo tratando de recuperarme del shock de tener frente a mí a Alejandro O’Neill—, es que amanecí con dolor de cabeza y estoy un poco aturdida aun —Le digo con disimulo obligándome a dejar de ver a mi peor pe
