Amandus. Aquella cena había sido una mezcla irritante de incomodidad y fascinación. Melanie no dejaba de coquetear con Dante; le sonreía, prestaba atención a sus insulsas palabras y lo trataba con una ligereza que me sacaba de quicio. Mis padres, para mi sorpresa, la adoraron. Que mi madre quedara prendada de su encanto no era extraño, pero que mi padre, Massino Grimaldi, se rindiera tan fácilmente, sí lo era. Hubo un momento durante la cena en que mi padre y yo entablamos una discusión sobre negocios, elevando el tono como solíamos hacer. Una risilla inesperada hizo que ambos nos detuviéramos en seco. Provenía de Melanie, que nos observaba con una diversión descarada. Todos en la mesa enmudecimos. Mi madre y Gina siempre se retraen cuando discutimos; Dante solo nos observa, sin interven

