Amandus.
Melanie Bellerose me esta volviendo loco. No solo irrumpió en mi oficina para interrumpir un momento de placer, sino que luego se sentó en mis piernas, me besó y me excitó hasta el límite, solo para marcharse y dejarme con una frustración hirviente, cobrándose la que le infligí en la piscina. Era un juego de ajedrez donde cada pieza movida era un golpe directo a mi autocontrol.
—Jefe. —Bruno se acercó con los informes—. Hemos comprobado las pruebas de la señorita Melanie. Efectivamente, todo es correcto. Hay similitudes directas con nuestras propias evidencias. Uno de los guardias confirmó haber visto el tatuaje en los hombres que capturamos.
—Entonces, su información es verídica. Excelente. —Sonreí de lado, sintiendo una punzada de admiración—. No esperaba menos de ella. Es tan astuta como dicen.
—Hermano. —Me giré para ver a Gina, que se acerca con un aire despreocupado—. No sabía que estabas en casa.
—Vine a visitarlos un momento. —La miré mientras se sienta frente a mí—. ¿Dónde te habías metido?
—Por ahí, dando una vuelta. —Suspiró, recostándose en el respaldo de la silla—. Es un fastidio estar siempre encerrada.
—¿Llevaste guardias contigo?
—Sí, claro. —Apoyó los codos en la mesa—. ¿Sabes? En la mansión de al lado están entrando personas con muebles y muchas cosas. Parece que por fin vamos a tener un vecino.
—Es un vecindario muy exclusivo y costoso. Pocas personas pueden permitirse vivir aquí.
—Solo espero que sean personas de mi edad. Así, al menos hago una amiga. O, quién sabe, tal vez me consiga un novio. —Rio, provocando que yo rodara los ojos.
—¿De verdad quieres que te encierre en tu habitación, no es así?
—No voy a estar siempre aquí. Quiero divertirme y hacer amigos. —Su mirada se desvió, tornándose más seria—. Seguro que cuando tengas pareja te olvidarás de mí.
—Jamás me olvidaría de ti. Y si algún día tengo pareja, tendrá que llevarse bien contigo.
Una empleada nos sirvió café. La calma regresó por un instante.
—¿Sabes a quién me gustaría como cuñada? —Me miró con una ceja levantada—. Melanie Bellerose es una excelente opción.
Casi escupo el café. —¿Melanie? —Limpié mis labios—. Estás loca. Es una niña terrible.
—Mmm... no vi lo mismo cuando te la presentaron. Noté un brillo particular en tus ojos, hermano. —Se burló—. Aunque sea menor que tú, es la única mujer que está a tu nivel.
—¿Nivel? No creo que exista una mujer que esté a ese nivel.
—Por favor, deja de ser tan arrogante. Solo espero que termines con Melanie para poder reírme y decir: “¡Te lo dije!”.
Solo me concentré en beber mi café. Era inquietante que Gina eligiera a Melanie. Le agrade tanto que la desea como mi pareja. Algo dentro de mí, sin embargo, se removió ante la idea de que esa mujer pudiera habitar tan cerca.
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Me encuentro de nuevo en mi club, revisando documentos importantes sobre las sucursales en el extranjero. Todo va viento en popa: las ventas de alcohol, la afluencia de gente, nuestros negocios de contrabando de narcóticos también estan en excelente estado.
Llamaron a la puerta. —Adelante —dije, sin levantar la vista.
—Jefe. —Bruno entró, y su voz esta agitada. Levanté una ceja al verlo.
Su ropa esta desordenada, su cabello revuelto, y sus labios lucían hinchados y notablemente rojos, con un rastro de labial.
—¿Qué demonios te pasó?
Se recompuso, alisándose la chaqueta. —La señorita Melanie está afuera, en la zona VIP, con una amiga. Apenas me vieron, me tomaron como si fuera un juguete. La otra chica me dejó así. —Se señaló con una mueca.
Hice un esfuerzo por no reír. —Vaya, qué salvaje es su acompañante. No perdieron el tiempo.
—Debería ir a verlas, jefe. Todos los hombres del lugar las están devorando con la mirada. —Se acomodó el cabello—. Apenas pude escapar de esa chica.
Lo pensé. El deseo de dominio, agudizado por la interrupción y el reto de Melanie, me pica. —Bien, veamos qué tan interesante es. —Me levanté, saliendo con Bruno a mi lado.
Al llegar a la barandilla del segundo piso, los gritos nos guiaron. Hay una multitud reunida. En el centro de la pista, esta Melanie.
Se mueve como si su vida dependiera de ello, bailando al ritmo de la música con movimientos sensuales. Lanzando miradas provocativas a los hombres, se muerde el labio y pasa sus manos por su propio cuerpo. Vestía un conjunto de dos piezas plateadas: una falda ajustada que apenas cubría la mitad de sus muslos y un crop-top diminuto que solo sostenía sus senos, dejando su abdomen plano y su piercing en el ombligo totalmente visibles.
La lujuria en los ojos de los hombres era palpable. Silban, gritan y la miran con una avidez que me llenó de una rabia posesiva, de una indignación puramente territorial. Esta atrayendo a todos, y yo, el líder de la mafia, no toleraría ser un espectador de su espectáculo.
Suficiente.
Bajé con paso resuelto. La tomé del brazo con brusquedad. Ella no se resistió, no se quejó, simplemente me siguió en silencio mientras la saco a rastras de la multitud enardecida. La conduje al estacionamiento y la empujé dentro de mi auto sin pronunciar palabra. Mi deseo de poseerla había llegado a su punto de quiebre.
Saqué mi móvil y marqué a Bruno. —Que nadie me moleste. Y encárgate de la amiga. —Colgué y aceleré hacia mi penthouse.
—¿Debo asustarme por este secuestro? —Su voz sonó burlona desde el asiento de al lado—. O ¿debo asumir que el Demonio Sangriento por fin dejará de evitar nuestra follada?
—Solo espera y verás. Ya no permitiré interrupciones. Estoy jodidamente furioso de verte bailar así para otros hombres.
Ella rio y se acomodó. —Soy irresistible. Puedo hacer caer a cualquier bestia si me lo propongo.
—Veremos qué tan buena domadora eres, pequeña.
Llegamos a mi edificio y subimos al ascensor. Melanie no esperó ni un segundo. Tiró de mi saco, atrapando mis labios con los suyos. Pude saborear el vino, dulce y fuerte. Puse mis manos en su cintura, atrayéndola contra mí, mientras mi lengua exploraba su boca juguetona.
Salimos del ascensor con pasos torpes y rápidos. Abrí la puerta de mi apartamento y entramos sin separarnos.
—Ven aquí. —La tomé en brazos. Ella envolvió sus piernas en mi cintura.
Caminé hasta mi habitación y la dejé caer bruscamente sobre el colchón. Ella me mira con una chispa de emoción en los ojos. Una sonrisa de suficiencia torció sus labios.
—Desnúdate. —Ordené, inmovilizado por la necesidad de observarla.
Se arrodilló en la cama. Bajo mi atenta mirada, fue retirando lentamente sus prendas hasta quedar en lencería roja. Su mirada se hizo lujuriosa al llevar sus manos detrás de la espalda y desatar el sujetador, liberando sus senos.
—Te toca. —Habló con firmeza, pero con un seductor acento, cubriendo su pecho con los brazos—. No las verás si no te desnudas.
Sonreí de lado. —Me parece un trato justo.
Desabotoné mi camisa, arrojé mi saco y la camisa a un lado. Quité el cinturón, abrí el pantalón y lo dejé caer, quedando solo en bóxer.
—Ahora quita tus brazos, y yo me quito el bóxer. —Pude ver cómo se mordía el labio inferior, atenta a la erección que se marcaba bajo la tela.
—Me parece un trato justo. —Repitió mis palabras y quitó los brazos, revelando su magnificencia.
Subí a la cama, arrodillándome frente a ella. Agarré su nuca y la acerqué para un beso salvaje. Ella acarició mis pectorales, subiendo hasta mi cuello.
Se separó, jadeante. —Ah, qué bien besa usted, jefe. —El título, dicho con ese tono seductor, encendió algo en mí—. No esperaba menos. —Sus besos descendieron a mi cuello.
—Tú no te quedas atrás, pequeña. —Cerré los ojos, sintiendo su lengua caliente, provocando un gemido ronco.
Sus besos bajaron a mi pecho, luego a mi abdomen, deteniéndose justo en la pretina de mi bóxer. Me miró seductoramente. Con los dientes, mordió la tela y tiró de ella, liberando mi polla.
—Alguien está muy ansioso. —Sonrió. Acomodó su cabello y se puso en cuatro patas frente a mí—. Se ve delicioso. Me encantaría probarlo.
Esa niña sabía cómo hablar de la manera más excitante.
—Adelante, está esperando por ti. —Puse mi mano en su cabeza y la acerqué—. Procura no ahogarte. Y nada de dientes. —Advertí.
—Me encanta morder. Por algo me llaman la Mujer Vampiro. —Me lanzó una última mirada de desafío antes de tomarme en su boca.
El calor de su boca era abrasador, su lengua rasposa y húmeda. Su habilidad era inhumana; succiona, me besa. Gemí de placer. Me sorprendió verla tomarme por completo, una hazaña que ninguna mujer había logrado. Boca profunda, qué interesante.
Comenzó a mover su cabeza con un ritmo rápido y torturador, sus ojos fijos en los míos, lo cual me excitó aún más. Esta niña me encendía de una forma que no esperaba; mi autocontrol se disolvía.
Cuando estuve al borde del orgasmo, se detuvo, liberando mi m*****o. Le dio unos besos húmedos y regresó a arrodillarse.
Relamió sus labios. —Delicioso. No me equivoqué en absoluto.
—Qué buena eres con esa boca sucia. —La empujé, dejándola tumbada en la cama—. Veamos qué tal recibe tu coño a mi polla. —Retiré sus bragas de un tirón, abrí sus piernas y vi cuán mojada esta.
Sin dudarlo, entré en una sola embestida, ganándome un fuerte grito ahogado de su parte. Comencé las penetraciones, rápidas y salvajes. Melanie tenía los brazos a ambos lados de la cabeza, la boca abierta, incapaz de contener sus gemidos.
—¡Más duro! —Mordió sus labios al verme—. ¡Más duro!
—Mmm, con que ruda. —Jadeé—. Estás haciendo que pierda la poca cordura que me queda.
—Hazlo... hazlo. —Con sus manos me acercó para besarme.
Apoyé mis manos a los lados de su cabeza, besé sus labios con brusquedad y abandoné toda la racionalidad para empezar las embestidas fuertes, justo como me gusta. Y a Melanie le fascina, pues no deja de gemir con cada penetración.
—¡Demonios! —Su interior se contrajo, anunciando la llegada de su orgasmo—. ¡Amandus! —Se corrió sobre mi polla.
—Qué bien suena mi nombre saliendo de tu boca. —Di las últimas estocadas. Al sentir que voy a correrme, me retiré velozmente y llené su vientre de mi esencia.
Ella respiró agitada, llevando una mano a su vientre y esparciendo el semen con los dedos. —Qué caliente. —La miré mientras lleva su dedo a su boca y lo chupa.
Diablos.
—Esto también es delicioso.
Sonreí de lado. —Tú eres deliciosa y ardiente.
Ella rio. —Dije que iba a tenerte entre mis piernas.
—Deberías apreciarlo. No habrá segunda oportunidad. —Me acosté a su lado.
—¿No? —Se volteó para mirarme—. ¿Estás seguro de que no querrás una segunda oportunidad?
La miré. La verdad era que me había encantado, pero no podía dejar de lado mi decisión: solo una vez, y ya.
—Qué lástima. —Besó mi clavícula—. Pero yo no me quedaré con las ganas de montarte. Así que será mejor que dejes tu orgullo masculino de "solo una oportunidad". —Se montó sobre mi polla, que ya se ha levantado de nuevo.
—Así que prepárate, que me toca a mí.
Sin duda, perdí.