Melanie. —Tu mansión es realmente impresionante. —Mi madre, Rose, y mi suegra, Isabelle, se acercan a mí, sonrientes. —Me alegra que les guste. —Les devuelvo la sonrisa. —Veo que se han vuelto muy buenas amigas. —Bueno, conversamos mucho mientras estabas en casa, y desde ese momento, la química fue instantánea —dice Isabelle, con un gesto de complicidad. —Ojalá fuera igual con mi padre y mi suegro —ruedo los ojos con resignación. —Son como el agua y el aceite; no se toleran. —A decir verdad, se parecen mucho. Creo que por eso chocan tanto —observa mi madre con perspicacia. —Tienes razón —admito. Dejo a un lado la revista de diseño que estaba ojeando. —Vayamos afuera. Necesito hablar contigo, Isabelle. —La miro con una urgencia apenas velada. Ella me mira con confusión, pero asiente

