2: La Mujer Vampiro

1825 Words
Amandus. Amandus Grimaldi. Líder de la temida Cosa Nostra italiana. Un hombre libre de cadenas, sin ataduras ni debilidades visibles. Soy el amo de mis decisiones, el único dueño de mi voluntad y mi destino. Desde mi niñez, supe con absoluta claridad lo que deseaba, y lo que deseo, lo obtengo a cualquier costo. No importa cuán peligroso sea el camino ni las consecuencias que deba soportar. Me considero un hombre esencialmente libre. Hago y deshago a mi antojo: sentencio a muerte, torturo, trafico con impunidad, y tomo a la mujer que me plazca sin rendir cuentas a nadie. Siempre he sido el maldito rey de mi mundo, y aunque muchos aspiran a mi caída, jamás lo lograrán. La verdadera pregunta que a veces roza mi mente es: ¿Existe realmente alguien capaz de acabar conmigo? ¿Llegará el día en que una persona pueda, tan solo, alterar el cálculo de mi existencia? Me detengo en estas cavilaciones con la misma rapidez con la que las descarto. No me importa. Llevo el vaso de whisky puro a mis labios, absorbiendo el líquido denso. Estoy en La Fortezza, mi club más grande y emblemático. Observo a la multitud en la pista principal: cuerpos anónimos que se mueven al compás de la música. Me fascina la forma en que la gente cede el control con unas pocas gotas de alcohol, cómo el deseo y el simple anhelo de evasión hacen que se conviertan en marionetas del ritmo. La zona común está abarrotada, como siempre. Cada noche, las filas se extienden por las calles, un testimonio del éxito y la fama indiscutible de mi club en Italia. Llaman a mi puerta privada con el golpe distintivo y entra Bruno, mi jefe de seguridad y mano derecha. —Jefe, le ha llegado una invitación de los Colombo. —¿Invitación? —Me volteo hacia mi escritorio. Bruno se acerca con el sobre de papel pesado—. ¿De qué se trata? —Parece que Claudio Colombo hará oficial su retiro como líder del clan, pasando el mando a su hijo mayor, Luciano —Deposita la carta sobre la caoba pulida—. La celebración será en un restaurante muy exclusivo aquí en Roma. Invitarán a varios dignatarios fuera de la mafia italiana. Dejo escapar un suspiro controlado. —Como los Colombo son parte integral de nuestra organización, es mi deber ir como el Líder principal. —Miro a Bruno—. Necesito la lista de esos invitados "de afuera". Quiero saber quién más estará presente. Bruno se muestra visiblemente incómodo. —Esa información es clasificada, jefe. El restaurante es hermético. Sabemos que irán invitados externos, pero no hemos logrado conseguir un solo nombre. Levanto una ceja, sin creerlo. —¿Cómo es posible que mi personal de inteligencia no pueda obtener una simple lista de invitados para una reunión en mi propia ciudad? —El lugar de la reservación es de una exclusividad exasperante. La dueña mantiene un secreto absoluto sobre las actividades que se celebran allí, al igual que las identidades de sus clientes frecuentes. —¿Y quién demonios se supone que es la dueña? —Se le conoce como La Mujer Vampiro —responde, y por un momento, se le escapa una chispa de fascinación—. ¿No ha escuchado de ella, jefe? —He oído el apodo. Solo sé que es una mujer que muy pocas veces se deja ver. Asumo que es una matriarca envejecida que se cree importante por tener una cocina decente. —En realidad, jefe, no es una anciana. Es una joven de veintiún años que, desde los dieciocho, ha cimentado sus negocios para ser totalmente exclusivos de nuestra sociedad. Para lograr una reservación en uno de sus restaurantes, primero debe interactuar con ella. —Parece que te tiene intrigado —Llevo el vaso de nuevo a mis labios. —Dicen que es una belleza impresionante, con un cuerpo que es una obra de arte. Es extraño que usted no la haya conocido. Toda la sociedad criminal habla de ella, dicen que es una belleza que no se olvida jamás. —Como tú mismo has dicho, Bruno, pocas veces se deja ver, y no me interesan los rumores de niñas caprichosas. —Dejo el vaso—. ¿Por qué ese estúpido apodo? Se encoge de hombros. —Los rumores son muchos. Algunos dicen que es una amante literal de la sangre, que se baña y bebe la de sus víctimas. Otros, más extravagantes, dicen que simplemente es una mujer despiadada que disfruta torturar a sus enemigos haciendo que sus "mascotas" los desmiembren. Me quedo totalmente inmóvil, sorprendido por la crudeza. —¿Es una niña? ¿Cómo una niña puede engendrar tales leyendas? Seguramente su padre gestiona todos esos negocios y ella simplemente se aprovecha de las historias para llamar la atención. —No creo que su padre se atreva a permitir tales rumores. Su padre es Raphael Bellerosa, el líder de la mafia francesa, Les Épines de Sang. Ella es la Princesa Francesa de la que todos murmuran. Abro los ojos, la sorpresa se convierte rápidamente en una ira hirviente. —Entonces es una maldita manipuladora, igual que su padre. —Dejo escapar un bufido, la frustración por los robos recientes regresando como una bofetada—. Esos malditos franceses son los causantes de las pérdidas de nuestra mercancía, y tienen el descaro de negarlo con falsos aires de inocencia. —¿Está seguro de que piensa que son ellos los causantes de los robos? —Bruno se sienta frente a mí—. Siempre han buscado una alianza con Italia. ¿Ahora intentarían perjudicarnos? —Es un juego, Bruno. Buscan debilitarnos y luego presentarse como salvadores para manipularnos a ser sus aliados. Lo que lograrán es enfurecerme de verdad, y eso me llevará a matarlos. —Detente antes de cualquier movimiento, Amandus. Lo primero es confirmar si realmente son los causantes o si es un señuelo para que nos ataquemos entre nosotros. Escuché que esa mujer tiene contactos importantes en la mafia japonesa. Los Yakuza no son precisamente amigables. —A veces odio cuando me obligas a usar la razón —Niego varias veces, encendiendo un cigarrillo. —Nos conocemos desde niños. Te considero mi hermano y sé cómo controlarte... a veces. Ambos reímos. Bruno y yo somos inseparables. Nuestros padres nos entrenaron desde la juventud, y somos lo que somos gracias a ese riguroso adoctrinamiento. Siento una conexión de hermandad más fuerte con Bruno que con mi propio medio hermano, Dante. —Jefe, ¿Cree que en la reunión podremos conocer a La Mujer Vampiro? —Bruno se sirve un trago de mi botella de whisky. —¿Tanto deseas conocerla? —A decir verdad, me gustaría ver si los rumores son ciertos. Incluso nuestros hombres hablan de ella. —Se acerca un poco, bajando la voz hasta un susurro burlesco—. Dicen que si la llaman "Vampiro" también es porque le gusta succionar. Casi me ahogo con el humo del cigarrillo. —¡Por los demonios, Bruno, es solo una chiquilla! —Una chiquilla que sabe hacer su trabajo a la perfección. Tanto, que ni el mejor personal de El Demonio Sangriento puede obtener una lista de sus invitados. La verdad es que escuchar todo eso sobre ella me picó la curiosidad. Quiero ver si es tan interesante como sugieren esos ridículos rumores, o si es solo otra niña rica jugando a ser la villana. °l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l° Miro el almacén. Todo está cubierto de sangre, el resultado de una hora de interrogatorio silencioso. Habíamos capturado a cinco hombres que intentaban robar con una discreción patética. Los muy malditos creyeron que podían robar bajo mis narices y salir ilesos. Ninguno ha soltado una sola palabra, ninguna información útil. Paso las manos por mi cabello, harto de esta ineficiencia. —Acábenlos. —Ordeno, y me dirijo a la salida justo cuando se escuchan los disparos secos. Quiero destruirlo todo. Quiero acabar con mis propias manos con las ratas que intentan perjudicarme. Pero, como me recordó Bruno, no puedo hacer un movimiento sin la certeza de la verdad. —Ya están limpiando, jefe —dice Bruno detrás de mí. —Me estoy hartando de esta mierda —Doy una calada a mi cigarrillo—. De verdad quieren ver al Demonio Sangriento perder la paciencia y matar a cualquiera que se cruce. —Yo creo que es precisamente lo que buscan. Verte perder los estribos y cometer un error que te perjudique. —Son unos bastardos. —Termino de fumar—. Un buen desahogo me quitará este humor de perro que me cargo. —No olvide la reunión de esta noche. Antes de que pueda contestar, mi celular vibra. Reviso la llamada y contesto con un tono frío. —Claudio, ¿qué puedo hacer por ti? —Amandus, hijo mío. —Ruedo los ojos ante la familiaridad. Claudio es un aliado, no un pariente—. Espero ver esta noche a nuestro líder. —Por supuesto. Es mi deber. —Es un placer saberlo. Estoy orgulloso de entregarle mi puesto a Luciano, y complacido de que él sea un aliado de confianza para ti. —Eso espero, Claudio. Espero que sea de gran confianza y lealtad, igual que tú —Bruno me abre la puerta y subo—. Sé que te has esforzado en instruirlo. —No lo decepcionará, jefe, téngalo por seguro. Las camionetas se ponen en marcha. —Escuché que el restaurante es sumamente exclusivo. —Intento obtener más información. —Así es —Su voz suena embargada por el orgullo—. Es muy difícil conseguir una reservación privada allí. Solo los grandes clanes tienen ese lujo. Por suerte, la dueña es amiga de mi hijo y tuve el placer de conocer a su padre. —Hubo un silencio palpable al mencionar al francés—. Sé que sospechas de Raphael, pero tener una reservación en ese lugar es un gran prestigio para mi familia. Raphael es un viejo amigo, y su hija es encantadora, a su manera. Sonrío de lado. Se percibe el temor en la voz de Claudio. —No te preocupes, Claudio. Hoy tendrán una noche especial para ti y tu hijo. Es tu reunión, y puedes invitar a quien quieras. Solo espero que tu hijo sea tan sincero y directo conmigo como lo has sido tú. —Mi voz es dura. —Lo será, jefe. Bueno, no le quito más tiempo. Gracias por este momento. —El placer es mío. —Cuelgo rápidamente. Miro por la ventana polarizada y sonrío con malicia. De verdad, ahora sí que quiero conocer ese lugar tan maravilloso. Y, sobre todo, quiero conocer a la chica tan espectacular de la que todos hablan y temen. La dueña del espacio. La Princesa Francesa. La Mujer Vampiro.
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